—Es increíble cómo se ve todo desde aquí arriba —mencionó el copiloto mientras daba un vistazo hacia abajo.
—¿Están seguros de que es seguro dejar el helicóptero aquí?
—Por supuesto sargento Michael, ya limpiamos todo este edificio desde hace unas semanas, lo utilizamos como punto de control antes de seguir avanzando a donde sea que queramos ir.
—¿Limpiaron toda la estructura? —Jameson se asomó al borde, era un rascacielos gigante.
—Cada habitación, incluso puede que algunas todavía tengan agua en los baños ya que la mayoría no las hemos utilizado para nada. —El piloto estaba quitándose los guantes y las botas.
—¿Cómo sabemos que no han entrado hostiles? —William entró a la conversación, seguía empuñando su arma como si de la nada fueran a llegar zombis o bandidos.
—Tenemos las puertas y ventanas selladas por adentro con madera y metal, es imposible que logren entrar, además, como medida de seguridad dejamos alrededor de una decena de zombis en el primer piso, así los curiosos que quieran husmear se toparan con una manada de muertos vivientes.
—Pero…
—Y bloqueamos las escaleras para impedirles el paso a los pisos superiores —interrumpió el piloto—. ¿Podrían dejar la paranoia al menos unas horas? En las habitaciones hay de todo, los espero aquí en una hora. Revisaremos que no hayan hecho daños severos al helicóptero, mientras tanto pueden bajar a bañarse y a comer, algunas habitaciones siguen teniendo comida.
—Ya oyeron muchachos, bajemos de una vez por todas —dijo el sargento Jameson—. Pero si algo nos pasa a alguno de nosotros prometan que subirán y lanzarán por el borde a estos dos hijos de puta. —Apuntó a los pilotos.
—Entendido señor —respondió Martin entre risas.
—Andando —ordenó Michael mientras se quitaba el casco y se lo colgaba en un broche de la mochila.
Se acercaron a la puerta de la azotea para comenzar a bajar por las escaleras hacia las habitaciones. En la antigüedad había sido uno de los hoteles más famosos de Nueva York pero ahora no era más que tan sólo un bloque gigante en medio de la oscuridad.
—¿Alguna vez entraste a un hotel así de lujoso, Martin? —le dijo William.
—Es mi primera vez —mencionó asombrado. Todo el interior de la estructura era color dorada y caoba, hacían una combinación elegante. Todas las paredes y muebles estaban degradados por el paso del tiempo y la mayoría de las partes del lugar ya no tenían ni una pizca de color.
—Baja el arma, Jameson, aquí no hay nada que nos pueda hacer daño —dijo Michael mientras tomaba el cañón del fusil de Jameson y lo apuntaba al piso.
—Tan sólo el tétanos y la humedad —añadió Martin—, el lugar está tan oxidado y húmedo que con cualquier corte que se hagan será necesario mochar toda la extremidad… y yo estaré feliz de hacer el trabajo sucio…
—Cabrón sádico —dijo Jameson mientras lo miraba de reojo.
—Bueno, imagino que no querrán que los acompañe a cagar, así que sepárense, los veo en el techo en cuarenta minutos y tengan cuidado, cualquier cosa estamos en las radios. —Michael se paró en seco y entró en la primer puerta que tenía al lado.
La habitación era gigante, tanto que parecía un departamento completo, con su cocina, su propio baño, sala y recámara. Se quitó la mochila, los guantes y las botas y se dejó caer en el colchón. A pesar de los años seguía estando suave y aunque olía a humedad no le importó para acostarse boca abajo y descansar. Desde hace mucho tiempo no tenía la oportunidad de estar en algún lugar así de cómodo, ni siquiera en las habitaciones que les dio el gobierno en la base de Washington; todas eran frías y parecían más bien calabozos en vez de un refugio. No era lo que quería para sus hijos ni para su mujer, sin embargo era lo única que había, lo único que tenían para ellos y su familia.
—A nosotros no nos importa, cariño —dijo su esposa cuando lo vio llorar en la habitación—. Lo único importante aquí es que todos estamos bien y a salvo, ya vendrán tiempos mejores. Cuando todo era normal nos tenías viviendo como reyes, no nos has fallado de ninguna manera, ni siquiera defendiendo al país…
—Haré todo lo posible para reparar esto, para que todo vuelva a la normalidad. Todos confían en mí, los altos mandos, el ejército, mis compañeros, hasta ustedes…
—Y estamos seguros de que lo vas a lograr, de que nos vas a sacar de esta tempestad —le dijo mientras lo abrazaba.
Sin oponer ningún tipo de resistencia se quedó dormido, tenía tantas cosas en la cabeza que decidió despejarse por un momento y cerrar los ojos para olvidarse del mundo en el que vivía.
Soñó que estaba en batalla, las balas surcaban el cielo y el fuego consumía todo a su alrededor. A su lado estaba William, muerto por el impacto de decenas de balas en todo su cuerpo, por el otro lado estaba Martin, le pedía ayuda a gritos mientras se arrastraba hacia él, no tenía ambas piernas y estaba cubierto de sangre hasta el tope.
—¡No dejen de luchar! —gritó Jameson frente a él, se alzaba sobre una furgoneta en medio de todo el fuego, su voz sólo se hacía notar un poco por encima de todas las explosiones y gritos tanto del bando enemigo como de los aliados.