—¿Sigues pensando en eso? —le preguntó su hermano mientras se sentaba a su lado.
—Es en lo único que pienso todo el día —respondió, resignado. En sus manos tenía la radio militar que le entregó Jameson el día que huyeron de Seattle, cuando ya no hubo nada más qué hacer.
Cuando el nuevo misil de Flamante surcó el cielo, el infierno reinó otra vez sobre la tierra. Miles de zombis invadieron las calles de Seattle. La bacteria infectó tanto a soldados como a civiles, los cuerpos de todos los aliados y enemigos se volvieron a levantar con un hambre insaciable, con unas ganas de morder que sólo se podían desquitar con aquello vivo que se moviera. Sammuel defendió tanto como pudo la casa refugio donde se encontraban él y su familia. Jack y Joshua también hacían lo que podían para mantener a las hordas de zombis en el exterior, no fue hasta que llegó el Sargento Michael al lado de Jameson que recibieron apoyo.
—¡Necesitamos que te vayas de aquí! ¡No sabemos si podremos contener esto! ¡No sabemos si sobrevivamos en esta ocasión! ¡Huye! ¡Huye y escóndete tan lejos como puedas! —le ordenó Jameson mientras le entregaba una radio.
—¡Quiero ayudar! —rugió Sam en medio de los fuertes sonidos que envolvían el lugar; disparos, explosiones y chillidos.
—¡Hazlo por ellos! —Jameson apuntó a su madre y a su hermano con el dedo—. ¡Te contactaré en cuanto podamos! ¡Huye!
Sammuel asintió y junto a su familia y Jack subieron al carro más próximo que tenían. Pisó el acelerador y se perdió entre la negrura de la noche, la lluvia densa que azotaba y el sonido de una guerra a sus espaldas.
—¿Cómo sabes que no han muerto? —Su hermano tomó la radio y la examinó con detalle.
—No pueden estar muertos, Josh...
—Él dijo que te contactaría si salían de esa... Y no ha llamado una sola vez en cinco años.
—Tengo que volver a Seattle —dijo con firmeza.
—Ni hablar —espetó su hermano —. ¿A caso no ves cómo está madre? Su salud está por los suelos, Sam, mierda, probablemente no llegue a fin de año, ¿te das cuenta? Moriría de angustia si te vuelves a separar de su lado.
—Tengo que hacerlo.
—¡No! No eres un maldito superhéroe, no eres el que salva el mundo como en las películas y los videojuegos, tan sólo eres otro superviviente al igual que todos en el planeta. Lo que sea que tengas pensado hacer, no está en nuestras manos.
—¡Si no hacemos nada, todo seguirá igual! —gritó, descargando toda la ira que guardaba adentro. Estaba lleno de frustración, de miedo, de impotencia.
—¡Entonces lárgate, Sammuel! ¡Lárgate y asesina a nuestra madre con tu maldito egoísmo!
—Yo soy aquí el que ha hecho más por nosotros. —Sam se puso de pie y confrontó a Joshua. La ira lo cegaba.
—¿En qué te estás convirtiendo? —Joshua lo miró de pies a cabeza—. Ahora no eres más que otro loco de allá afuera. Lo que nos hace diferentes es que estamos unidos...
—¡Lo que nos hace diferentes es que intentamos al menos de alguna forma solucionar esto! —Sammuel se giró con brusquedad y le dio la espalda, mirando al infinito desierto que yacía frente a ellos—. Todo mundo allá afuera ya perdió la esperanza, Josh, todos aceptaron el mundo en el que vivimos. Nosotros no, al menos yo no. ¡Y nunca lo haré! ¡No entiendes todo lo que nos han arrebatado!
—¡Por supuesto que lo entiendo! —rugió entre un chillido—. ¡Es Miranda la que está muerta allá afuera, mierda! ¡Es mi esposa a quien no pude enterrar hace cinco años! ¡¿Sabes por qué no me he rebanado el puto cuello, Sam?! ¡Por nosotros! ¡Y lo quieres abandonar sólo para ir a hacerte el héroe!
—¿Chicos? —Su madre salió de la casa rodante. Se cubría el rostro demacrado con sus manos huesudas y caminaba tan lento que parecía una de las criaturas que vagaban en el exterior.
—Mamá. —Se acercó Joshua a su lado, para ayudarla a bajar los escalones del automóvil. Sammuel se puso rojo de la vergüenza, su hermano tenía razón; ¿en qué se estaba convirtiendo?
—Se escucha tan fuerte que parecen ser las bombas que cayeron hace años... —dijo su madre, mirando en todas direcciones a la vez, como si no supiera dónde estaba.
Una chispa se encendió dentro de Sammuel.
—¿Desde dónde son lanzadas las bombas nucleares? —preguntó a su hermano y al aire a la vez.
—Desde el pentágono. ¿De qué hablas? —Joshua ayudaba a su mamá a sentarse con él.
—¿Dónde está el pentágono?
—En Washington D.C. Creo que ya sé a dónde quieres llegar...
—Y ahí está también la casa blanca... Alguien tuvo que dar la orden para que eso sucediera, eso quiere decir que allí aún hay militares y políticos.
—O tal vez sólo fueron unos locos hijos de perra los que hicieron el bombardeo.
—No lo entiendes, Josh, para lanzar un ataque nuclear se necesitan códigos específicos, llaves, claves... Ahí debe estarse resguardando lo que quedó de resistencia.
—Estamos muy lejos de Washington, no podremos llegar en nuestras condiciones...
—Pero sí a Valle Esperanza... En Valle Esperanza tienen lo que parece ser una radio potente, así fue como los descubrimos.
—Entiendo tu punto, sé lo que quieres hacer...
—¡Cómo diablos no se nos ocurrió antes!
—Estábamos muy ocupados sobreviviendo, Sam.
—¿De qué están hablando, chicos? —preguntó su madre.
—De que lo mejor es que descansemos en el interior, el aire de aquí afuera es muy seco, no quiero que te vuelva a dar esa tos horrible de hace meses —dijo Joshua, tomando a su madre y llevándola al interior de la caravana—. Lo que estás planeando ahora es mucho mejor que simplemente lanzarte al azar —le dijo volteándolo a ver—. Llevemos a madre al refugio, después ya veremos qué hacer.
Sammuel asintió y se volvió a girar para mirar el desierto frente a ellos. A veces, para dormir, escondían la casa rodante en algún lugar discreto y estacionaban ahí varias horas. En esta ocasión eligieron un lugar bajo unas rocas, en pleno desierto de Arizona. No les faltaba mucho para llegar al refugio, estaban a las afueras del estado.