—Bien —dijo Alan mientras se abrochaba las agujetas de sus botas—. Es fácil, ¿no? Nada que no hayamos hecho antes al menos un par de veces.
—Nunca hemos sido mercenarios, Alan —le dijo Mikkel. También se ajustaba su ropa y equipo.
—No estamos siendo mercenarios, perro. No lo hacemos por dinero, lo que haremos será porque estamos hartos de esto, igual que todos... hasta él. —Apuntó con la mirada a Adam, que estaba mirando a través de la ventana con ambas manos en la cintura.
—¿Recuerdas aquella vez que nos topamos con mercenarios de verdad? —preguntó Adam al aire.
—Imposible olvidarlos. —Mikkel tragó saliva—. Son tal vez las personas más feroces que hemos conocido, más aún que las bandas y sectas de las ciudades...
—Eran un grupo privado, Mikky —interrumpió Alan—. Es obvio que alguien los financia, quizá alguna organización secreta o algo por el estilo, no es normal tener tanta tecnología en armamento y en demás cosas sólo porque sí.
—¿Te imaginas trabajar con ellos? —Mikkel se puso de pie a duras penas, aún le dolían las costillas, pero ya le era posible caminar.
—Jamás sería el perro faldero de alguien... —Adam se calló de inmediato y se giró para verlos. Era justo lo que estaban haciendo; los mandados de alguien más.
Alan y Mikkel tuvieron que aguantarse la risa. Aunque era verdad que Adam era un hombre bromista y que le gustaba llevarse la vida a la ligera, en ocasiones era tan feroz y despiadado como los zombis del exterior. Tantas veces fue herido a punto de morir y aun así seguía con vida, como la vez que lucharon con los mercenarios de los que hablaba Mikkel; al parecer se dirigían al mismo objetivo: La Galería Nacional de Arte, en Washington.
Era obvio que ambos grupos estaban ahí por razones totalmente distintas, pero el destino los hizo cruzarse e incluso cruzar balas. Cada disparo que acertaban Adam y su grupo revotaban en las armaduras de cuerpo completo que llevaban los caza recompensas puestas, parecían alienígenas o robots del futuro. Su traje era negro en su totalidad, incluyendo un casco que cubría toda su cabeza, era increíble lo elegantes que se llegaban a ver y lo rápido que se podían mover aun con tanto blindaje encima, no pudieron matar a ninguno, sin embargo, antes de huir, Adam decidió que era buena idea intentar acabarlos a golpes. Se acercó corriendo al mercenario más próximo y le acertó un rodillazo en el casco tras un salto que dio desde una mesa contigua, el hombre dio tumbos hacia atrás y se desestabilizó por varios segundos los cuales Adam aprovechó para volver a acercarse y dar una patada de lleno en la pierna del tipo, haciéndolo caer de rodillas. Acercó su pistola al casco del caza recompensas y jaló del gatillo tantas veces como pudo, teniendo en todas ellas el mismo resultado; las balas rebotaban como si fueran pequeñas pelotas chocando contra la pared. Otros tres mercenarios se acercaron a él y lo tumbaron de un golpe en la nuca, comenzaron a pisarlo y a darle patadas, pero antes de que el que había atacado primero se dispusiera a jalar el gatillo después de haberse incorporado y apuntar su arma a la cabeza de Adam, uno de ellos habló:
—No son el objetivo —dijo el tipo con una voz robótica causada por el casco que llevaban puesto.
—¡Intentaron matarnos! —rugió el otro sujeto mientras se ponía la mano en su pierna.
—Sólo están intentando sobrevivir, no han tenido las mismas oportunidades que nosotros —añadió finalmente para después hacer un movimiento brusco con la mano indicando que siguieran avanzando y los ignoraran.
Adam podía emanar respeto y carácter, pero era tan fácil de reducir a nada como todos los demás; hasta con un simple golpe en la nuca.
—Vamos a Washington y salvamos al mundo —dijo Adam con un tono de voz que reflejaba su disgusto por la idea.
—Vamos a Washington y le damos otra oportunidad al mundo —corrigió Alan.
—Andando pues.
Mikkel fue el primero en salir de la habitación. Avanzaron por el pasillo que llevaba al laboratorio principal y pasaron de largo hasta llegar a una oficina en la que se encontraba Joe. Adentro, además de él, había una chica, una mujer bajita de cabello oscuro y de ojos marrones, tenía una cicatriz en la nariz y un piercing en la ceja.
Adam estuvo a punto de dar un paso atrás y largarse del lugar, sabía a la perfección qué significaba aquella escena.
—No —espetó de repente.
—Sí, ella es quien sabe todo lo que hacemos aquí, desde lo más básico hasta...
—No, Joe, mierda. Apenas podemos cuidarnos de nosotros. ¿Qué carajo te hace pensar que podremos mantenerla a salvo? ¡Son casi setecientos kilómetros de distancia! ¿Sabes cuántos monstruos nos podemos topar en el camino?
—Yo me puedo cuidar sola, no soy una puta niña pequeña. —La voz de la mujer fue algo ronca, pero a la vez agradable. Denotaba firmeza en ella y era algo que le gustaba a Adam.
—No irás sola, hija, irás con ellos en todo momento.
«Hija», repitió Adam en su mente. Todas las circunstancias se estaban alineando para hacer de esto una catástrofe que podría desencadenar incluso su propia muerte.
—Podemos con esto, Adam, éramos cinco al principio...