—¿Es enserio lo que este pendejo acaba de hacer?
—Relájate, Adam, tal vez sea la mejor opción. Llegaremos más rápido y a salvo.
—Todo el plan se nos fue a la mierda, Mikkel. Ahora dependeremos del ejército nuevamente. De los mismos cabrones que mataron a…
—Cállate, no es necesario que lo tortures así. —Alan se acercó al blindado para ayudar a tomar provisiones.
—Desde que vi ese helicóptero supe que era mala idea continuar hacia aquí, ahora tendremos que ir con ellos.
—¿Te molesta que te hayan restado protagonismo en esta travesía? ¿Es tu puto ego el que te está diciendo decir estas estupideces?
—Eso no tiene nada que ver en esta situación. Teníamos un plan.
—Los planes pueden cambiar, Adam, son parte de la vida misma.
—La única diferencia es que ahora viajaremos más seguros.
—Y por aire —añadió Mikkel—. No creo que existan zombis voladores o alguna mierda así.
—¿No hemos matado aves zombis sólo por diversión?
—No se acercarían a las naves, no vuelan tan alto.
—Acéptalo y deja de llorar, mierda, es lo mejor para todos. Después de concluir la misión seguiremos nuestro camino. Se lo prometimos al viejo, tenemos que regresar a su hija a salvo. Nosotros. No el ejército.
—¿Le importará quién lo haga?
—¿Dónde está tu honor, desgraciado?
—Carajo.
Continuaron cargando sus cosas del blindado al helicóptero, todos con inmensa sensación de alivio, excepto Adam, quien a regañadientes arrastraba cada saco y mochila como si pesaran una tonelada.
El Jet del sargento Michael había arrancado ya y vio a por la pista cómo se alejaba a toda velocidad para después elevarse al cielo. «Nosotros en la mierda y estos pendejos viajando en primera clase», pensó.
—¿Volaste alguna vez? —Pérez se acercó a Adam por la espalda para ayudarlo con el último cargamento.
—La única vez que me subí a un avión una de sus turbinas dejó de funcionar a pleno vuelo. No hubo otra ocasión.
—Sí que asusta esa mierda, ¿eh? —Tenía un cigarrillo encendido en su boca e inhalaba de él sin retirarlo.
—¿Cuál es el plan? —le preguntó mientras se giraba hacia él y lo miraba de frente.
—Así que son tus muchachos, ¿eh?
—Somos un equipo.
—Reconozco a un líder cuando lo veo, chico. No tienes por qué hacerte el humilde ante mí.
—Sí.
—¿Estuviste en el ejército alguna vez?
—No, no como usted.
—Aprendes a no encariñarte con nadie. Tarde o temprano todos se van.
—He perdido a amigos míos. Amigos con los que sobreviví a toda esta mierda. ¿Sabe qué fue lo que los mató? —Pérez no hizo ningún gesto—. Ustedes. Ustedes y sus putas bombas. Nos habíamos enfrentado a cientos de zombis y a muchas personas de mierda. Y al final, ¿para qué? Si fueron ustedes mismos quien me los arrebataron.
—Michael lo dijo, muchacho. Hay ordenes que vienen desde arriba, no es necesario que volvamos a tocar el tema.
—Mierda. —Recargó ambos brazos en el blindado.
—El plan es llegar a cierto edificio de Nueva York, como me acaban de decir los pilotos. Y después de ahí a Washington. Ahí llevaremos a la hija del director y podrán poner en marcha la expedición hacia Harvard. ¿Es cierto lo que dicen?
—¿Qué?
—¿Harvard está intacta?
—Como si nunca la hubiera atravesado un apocalipsis.
—¿Estarás con nosotros en esto? ¿O seguirás poniendo peros a todo lo que digamos?
—¿De verdad cree usted que esto vaya a mejorar?
—Claro que lo creo, cabrón. La esperanza sigue intacta.
—La esperanza es mala, sargento. Tan sólo prolonga el sufrimiento.
—¿Tú no la tienes? ¿Entonces por qué sigues?
—Porque cualquier cosa es mejor que estar muerto.
—Salud por eso. —Pérez levantó su cigarro como si fuera una copa de vino y luego succionó de él.
Terminaron de llevar las cosas y se subieron a los helicópteros. En una nave iba todo el grupo de Adam y Pérez, y en la otra los soldados del sargento. Tras un par de órdenes las hélices comenzaron a girar y después de varios segundos se elevaron al vuelo. Adam presionó con fuerza el asiento en el que iba, gotas de sudor recorrieron su frente. Las alturas no eran lo suyo.
Le pasaron unos audífonos a él, a Alan y a Mikkel.
—¿Por qué a Nueva York? —preguntó Adam.
—Tenemos un refugio seguro ahí. Tan sólo llegaremos por unas cosas que dejamos antes de venir aquí. En menos de media hora despegaremos de nuevo rumbo a nuestro destino. No se desesperen.
—Está bien.
—¿En dónde se han estado quedando todo este tiempo? —Fue Pérez quien habló esta vez.