Territorios Z: Apocalíptico ll

18-Diana, Parte II; Sammuel.

—¿Cuánta munición tenemos? —preguntó Sammuel al aire mientras limpiaba lo más deprisa que podía los cañones de las armas. Habían vendado tan fuerte como pudieran las heridas de su pie, pero la sangre no paraba de emanar, tenían que suturar para que el sangrado parara, pero no tenían tiempo, no tenían tiempo para nada.

—La suficiente como para matar a quinientos pendejos —dijo Jack.

—¿Ya contaste las balas que fallas?

—Tal vez para matar a trescientos entonces…

—¿Sabes cuántas personas son? —Joshua se encargaba de limpiar a Diana, quien estaba tan sucia que lucía igual que un vagabundo, y el olor que desprendía comenzaba a marear a todos en el interior.

—No son más de cien, pero son animales, ellos no tienen corazón, ellos me… —Comenzó a llorar, reprimiendo sus palabras en su garganta.

—Calma, ya estás a salvo.

—Nadie está a salvo…

Sammuel tragó saliva. El miedo lo embargó por un instante y estaba a punto de rendirse. Parecía tan fácil. ¿Por qué no todos se daban un tiro en la cabeza y ya? Así se librarían de toda la mierda que los envolvía. De los zombis, de las sectas, del apocalipsis… Pero no… ¿Qué sentido tenía una muerte así? Tal vez estando del otro lado ya no importaría, pero ¿era la vida que quería dejar atrás? Todas las noches se seguía maldiciendo por haber deseado con tantas ansias salir de la rutina hacía tres años, aquella noche de brujas… «Yo mismo lo he pedido, ¿cómo voy a rendirme así?», se decía. Muerto no podría abrazar a su madre, charlar con su hermano, respirar el aire fresco de las mañanas, observar la luna y las estrellas por la noche, sentir el calor del sol, el frío en los huesos, el viento revolver su cabello… No podría volver a saborear la comida, por mucho que ya no hubiera tanta variedad, no podría sentir la satisfacción de calmar su sed con agua fresca… inclusive el goce de orinar tras haberse aguantado cierto tiempo.

Muerto no sería nada, y vivo, aún a pesar de todo lo malo, lo es todo, lo siente todo y el azar baila a su lado al no saber qué pasará el día de mañana.

Quizá era el cambio que tanto pidió. Quizá no. Pero esas ganas de sobrevivir y aferrarse a la vida lo hacían sentir más vivo que nunca. Inclusive con tanta muerte a su alrededor.

«No me puedo rendir, no ahora», se dijo tras meditar un momento.

—Prepara todas las bombas que tenemos, sácalas de los cajones. También prepara varias molotov. Llevaremos cuatro cuchillos cada uno y también un machete. Tomaremos una pistola, un subfusil y una carabina o francotirador. Debemos estar armados hasta los dientes. Jack, saca seis bombas adhesivas y comienza a mover el vehículo hacia un callejón con tejados inclinados. No se esperan la lluvia de fuego que les caerá.

Diana, por primera vez en todo el tiempo que estaba con ellos, reflejó en su rostro alivio. Ya tenía la mitad superior del cuerpo limpia, sólo así notó sus ojos verdes y su piel tan blanca como la nieve. En sus pechos habían colocado gasas con solución para parar el sangrado. Y en todas sus heridas alcohol para desinfectar. No sabía si todas las mordidas en su cuerpo eran hechas por los zombis o por la gente de la secta. Por un momento tuvo un pálpito con que ella era una posible inmune, pero sabía que de poco servía si las heridas eran por zombis, su sangre ya estaba infectada, no serviría de nada.

Llegaron hasta un pequeño callejón en medio de dos casas; tenía entrada por ambos extremos, pero era muy angosto. Jack sabía lo que Sam quería hacer, por lo que decidió que ese era el lugar perfecto para llevar a cabo su plan.

—Aquí, ¿cierto? —dijo al aire, sabiendo la respuesta.

—Por eso eres mi mejor amigo, cabrón. —Sammuel se acercó a él por la espalda entre cogeos y se la palpó. Jack se irguió con orgullo.

Sammuel no espero un segundo más y salió disparado de la casa remolque, no tenían tiempo que perder. Cada minuto que pasaba era tiempo de ventaja que les daban a los enemigos. Tomó las cuatro bombas adhesivas y las colocó cerca de cada extremo del callejón, ocultas tras un poco de maleza que arrancó de la tanta que los envolvía. Este tipo de dispositivo se detonaba de manera remota, con un control que él tendría pegado a su cuerpo en todo momento. Corrió otra vez y, con una agilidad que obtuvo a través de los años siendo superviviente, ató hilos a un par de bombas molotov lo más cerca que pudo del camión, colgando del techo de las casas que cubrían el callejón, a una distancia prudente para que a la hora de estallar no dañaran el vehículo.

Sabía que el daño de área era el que más les podía ayudar en esa situación. Tenía ya toda su trampa preparada. Las bombas estaban ocultas y la disposición de las bombas molotov era la adecuada para que parecieran botellas viejas que algún loco colgó de los techos por diversión.

—Esto es lo que haremos —dijo en cuanto entró de nuevo a la caravana—. Joshua y Jack irán a las casas que están cruzando la calle por los extremos del callejón; se posicionarán ocultos en un lugar en el que tengan una vista completa del vehículo. Deberán tener cuidado, pues tras los primeros disparos todos sabrán que están ahí e intentarán ir por ustedes. Para ello tendrán estas bombas adhesivas que colocarán en la entrada más importante de la casa que escojan. Estállenla en el momento adecuado. El fuego de las molotov hará poco daño gracias a la lluvia que nos está azotando, no nos debemos confiar de su funcionamiento.




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