El sol estaba radiante desde los cielos. Arriba, sobre las nubes, parecía que jamás había ocurrido ningún apocalipsis. Las nubes blancas cubrían todo el desastre de abajo, como una capa protectora que te cegaba de la realidad. El jet tenía todas las comodidades que podrían desear. Estaba sucio, con poco mantenimiento y un desgaste notorio, pero servía bien.
—¡No quiero salir del baño! —gritó Martin desde el retrete.
—Te vas a terminar el agua, pendejo —respondió Jameson ante tal afirmación, pero en el fondo sólo quería que saliera para él ingresar de nuevo. Llevaban cinco horas de vuelo y ya había ido cuatro veces. Era algo que desde hacía cinco años no podían tener.
—¿Van cómodos? —preguntó el piloto desde la cabina, tenía la puerta abierta. Últimamente no tenía que preocuparse por esos protocolos de seguridad. Emparejaba la dirección del avión y luego salía a charlar un rato con ellos. ¿Por qué estaría al pendiente? Si tal vez eran la única aeronave en el cielo en todo el mundo.
—Nos sentimos como el presidente —dijo Martin mientras salía del baño.
—¿Cómo es que esta lata sigue funcionando? —preguntó Michael.
—No es como que las sectas o bandas suelan robar piezas de aviones de fábricas y hangares —respondió el piloto, sereno. Había salido de nuevo de la cabina y estaba recargado en una pared interior.
—Tiene mucho sentido. —Michael estaba mirando por la ventana, parecía lleno de melancolía. Agradecía a Dios el hecho de que las nubes taparan el mar bajo ellos, podía apreciar las vistas.
—¿Ya saben qué es lo que harán? —El piloto se había servido un vaso de agua y la bebía como si se tratara de un vaso de whiskey.
—Trataremos de revisar, en las computadoras que funcionen, los archivos de arribo de vuelos, buscaremos unas semanas a la familia de Williams por aquí.
—¿Y si no están en la ciudad?
—Es lo que nos tememos… No pudieron haber ido muy lejos si llegaron la noche antes al atentado. Es una mierda todo esto. No tenemos comunicación con ningún puto país, no tendremos apoyo de nadie más que nosotros.
—Es como buscar una aguja en un pajar.
—Si esa aguja es la última esperanza la buscaré hasta que mis piernas no resistan mi cuerpo.
—Admiro su fe, sargento…
—Mierda, muchacho, ¿no tienes que estar pilotando esta mierda? —Ahora fue Jameson el que habló—. Créeme que lo último que necesitamos es que alguien nos baje los putos ánimos.
—Sólo estoy siendo realista, sargento, no es mi intención desanimarlos. Carajo, ¿cómo es que a estas alturas aún creen que pueden hacer una diferencia? —No era el tipo de hombre al que podían callar y hacer que se fuera castigado a su rincón.
—La esperanza es…
—La esperanza es el peor de los males, sargento Michael, sólo prolonga el sufrimiento al mantenerlos creyendo que esto puede mejorar. Basta echar un vistazo allá abajo para darse cuenta de que ya nada será igual.
—Si no somos nosotros quienes nos preocupamos por esto, ¿quién lo hará? ¿Las sectas? No me digas que prefieres una vida así.
—Son miles de millones. Miles de millones de zombis, millones de mutaciones, decenas de variantes de la bacteria. Todo está en la mierda. —Terminó de beber su agua y colocó el vaso en la mesilla frente a ellos.
—Y aun así lucharemos —dijo William, despertando de su sueño.
—Cientos de guerras fueron peleadas en vano…
Jameson no soportó más y se puso de pie de un salto. Tomó al piloto de su chaleco y lo empujó hacia atrás.
—Estás aquí sólo para hacer tu trabajo —le dijo con una voz llena de furia—. Que la situación no te haga olvidar tu puesto, soldado. Estás hablando con tus superiores.
El piloto se quedó paralizado un instante, la brusquedad de Jameson hizo que se asustara.
—Sí, señor —respondió, titubeante, y luego se encaminó a la cabina para seguir pilotando la nave.
Michael no quedaría con las palabras en la garganta. Se levantó de su asiento y llegó de dos zancadas a la puerta de la cabina.
—No se trata de revivir a los muertos, soldado, ellos ya no están. Se trata de salvar a los vivos. Y tal vez tú perdiste a todos, como la mayoría de las personas que aún viven, pero ponte a pensar en los niños pequeños que han nacido y crecen en este mundo. ¿No piensas en los bebés? ¿Quieres que un sectario se robe al bebé de una familia para comérselo vivo? ¿No? Pues qué crees, pendejo. Está sucediendo y seguirá sucediendo si no hacemos algo al respecto.
—Sargento, yo… —El piloto tragó saliva.
—Sin esperanza todo se acaba. Sin esperanza todos mueren. Incluso tú.
—Señor, sí, señor. —Fue lo único que logró formular antes de ponerse los cascos y concentrarse en el vuelo.
Michael regresó a su lugar y se dejó caer como si hubiera corrido una maratón.
—No sabe lo que dice… —comenzó a decir William, tratando de calmar a su amigo.
—Claro que lo sabe… todos lo sabemos. Hay verdad en sus palabras, nos guste o no. Y podemos rendirnos aquí como unos cobardes, a nadie le importará. Pero si voy a morir, quiero que sea en el campo de batalla, no en mi casa esperando a que un puto zombi entre y devore a mi familia o a que sea encontrada por una secta y nos torturen antes de cocinarnos vivos.