—¡Autodestrucción! —gritó en el momento en el que vio la tapa de la alcantarilla a medio metro de distancia. Justo como indicaba el mapa que estudió por tanto tiempo.
Los helicópteros comenzaron a explotar uno a uno mientras una ola de fuego empezaba a cubrir todo el patio.
En un movimiento rápido se dejó caer sobre la rendija de metal y la quitó usando toda su fuerza, soportando el dolor de las quemaduras que las llamas comenzaron a causarle en la espalda. Cuando hubo espacio suficiente cayó al interior, sólo para empezar a dar vueltas en el suelo, intentando apagarse con las aguas negras que recubrían el piso. Todo en menos de cinco segundos.
Evitó gritar; no quería que se dieran cuenta que logró sobrevivir, pero se mordió tanto los labios que no le quedaron más que jirones de carne y, con el tiempo, horribles cicatrices. Se quedó casi media hora ahí abajo, intentando abrir la puerta que separaba esa alcantarilla con las tuberías de la ciudad, sin embargo, no lo logró.
«Por favor, Dios, que no exploten las tuberías de gas», se decía entre otras decenas de oraciones mientras se tocaba el crucifijo que llevaba colgado en el pecho. No podía subir, las llamas en la superficie eran mortales, y no logró abrir la puerta a los drenajes, sólo podía esperar.
Sacó su teléfono satelital, el que utilizaban todos los miembros de Flamante, e hizo una llamada a la frecuencia general.
—Al habla Nick Anderssan, necesito refuerzos, me encuentro en la base militar de Colorado. Todo mi pelotón fue masacrado, estoy encerrado aquí, pero a salvo. Lleguen cuanto antes… y traigan medicina para quemaduras…
—¿Consiguió las carpetas? —preguntó Thomas Collen por el teléfono con una frialdad que le heló los huesos.
—Sí… aquí las tengo.
—Está bien. Mandaremos a varias unidades para su rescate, Nick —dijo Collen, ahora con voz más amable—. ¿Aún hay enemigos?
—Tal vez haya una docena, logré aniquilar a la mayoría con las bombas de los helicópteros.
—Entendido, llevaremos artillería pesada. Resguárdese en su posición.
—¿Cuánto tiempo tardarán?
—Al menos hasta el amanecer.
Nick pasó toda la noche de rodillas, rezándole a Dios que, por favor, lo mantuviera vivo lo suficiente para ser rescata-do… y también para que la manzana entera no volara en mil pedazos, pues según el mapa que había estudiado, bajo la base militar se encontraban las tuberías de gas y combustible que reabastecían la mayoría de los vehículos y aeronaves de la milicia.
Escuchaba sobre él de vez en cuando a un zombi correr de aquí para allá. La explosión habría llamado la atención de las criaturas. No tenía la fuerza suficiente en el cuerpo para subir las escaleras y cerrar el agujero de la alcantarilla, así que también rezó a Dios para que ningún zombi cayera por accidente. Tenía un cuchillo escondido en la bota, pero no tendría la potencia necesaria para poder matarlo, de hecho, a esas horas de la noche apenas y podía respirar. No quería dormir, temía morir mientras lo hacía. Había derramado ya todas sus lágrimas por culpa del dolor, no le quedaba más que retorcerse en el suelo. También rezaba para que las aguas negras no infectaran su cuerpo con alguna bacteria o virus difícil de erradicar. Se había quitado ya toda su ropa y se encontraba desnudo, la usó para limpiar lo más que pudo sus heridas, inclusive su calzado; unos zapatos cafés que le habían costado casi mil dólares, ahora los tenía adheridos a la piel de los talones y se mordía los labios para no gritar mientras se los quitaba. Sacó el par de carpetas rojas del interior de su bata y las colocó en un lugar donde no se fueran a mojar, no tenía cabeza en ese momento para estudiarlas, sólo se enfocaba en sobrevivir y no morir.
Al amanecer escuchó hélices sobre su posición.
—Nick, señor, hemos llegado. No lo vemos —anunciaron por el teléfono.
—Estoy en una alcantarilla en el patio principal, subiré.
—¡Enemigos! —escuchó que gritó uno de los pilotos mientras asomaba ya la cabeza por el agujero en el piso.
Nick sólo alcanzó a reaccionar volteando al cielo justo en el momento en el que el helicóptero de Flamante disparó varios misiles, logrando impactar en una de las naves enemigas.
—¡Bajen por mí! —rugió cuando salió de la alcantarilla.
Uno de los dos helicópteros de sus aliados, el que no disparó, descendió hasta su posición. El aire que generaba hizo escarmentar a Nick y sufrir gracias a su piel al rojo vivo. Subió de un salto a su aeronave y dio órdenes para retirarse.
—¿Sólo mandaron dos? —preguntó al piloto después de sentarse en el asiento del copiloto y colocarse los audífonos.
—No, vienen más en camino, nos adelantamos.
—Entonces larguémonos de una vez.
El helicóptero despegó y Nick se fue con las carpetas rojas de Colorado. Estuvo un día entero en reposo en la base de Flamante en Montana, hasta que el mismo Thomas llegó a despertarlo.
—Necesitamos que descifres los códigos, Nick, no es momento para dormir.
Anderssan apenas y tenía energía para hablar.
—Claro, señor —dijo como pudo, no podía fallarle a Thomas, no en un momento así.