Territorios Z: Apocalíptico ll

21-V. I. P.; Adam.

—¿Prioridad clase uno? —repitió Mikkel tras las palabras de Pérez.

—Eso quiere decir que ahora debemos dar nuestra vida por ustedes, si es necesario.

—¿De verdad? —La chica fue quien habló ahora.

—Harvard es prioridad ahora.

—¿Y por qué no mandan el convoy de una vez? —Alan habló ahora—. ¿Por qué esperan a que lleguemos?

—La gente de arriba debe confirmar primero que es verdad. No nos podemos permitir mandar a los soldados a un suicidio sin estar completamente seguros.

Estaba aterrizando el techo de un edificio en Nueva York, tal como los pilotos habían sugerido. Estaba por atardecer, el sol se ocultaba tras ellos y el cielo empezaba a tornarse de tonos morados y azul marino.

—¿Es seguro? —preguntó Pérez. Encendía de nuevo otro cigarrillo.

«Si la infección no lo mata, seguramente lo hará el tabaco», pensó Adam. Hacía años que no se preocupaban por Flamante. En sus cinco años de supervivencia jamás se había topado con uno de los terroristas o sus famosos helicópteros, distinguidos por la flama naranja atravesada en la carrocería. No cabía duda de que algunos seguirían vivos… Adam los envidaba tanto por tener el “don” de no infectarse. Todos lo sabían. Durante su travesía se había topado con soldados que desertaron del ejército o que simplemente creían que no había ejército ya:

—Después del ataque de Seattle todo se fue a la mierda —dijo uno de los tantos que se llegó a topar—. Ya sólo nos queda sobrevivir como perros, tanto como podamos.

—Vi cómo los soldados de Flamante se levantaban después de ser mordidos, intactos, como si la infección no tuviera efectos sobre ellos —relató otro, meses después, en una locación cercana a Tijuana—. Los zombis los atacaban, pero no se convertían. Debieron haber hecho algún pacto con el diablo para que eso sea posible.

Y después de muchos meses, cuando por la radio empezaron a llegar transmisiones del ejército desde Washington D.C. todo tuvo sentido, pues entre tantas cosas decían que buscaban a personas inmunes para crear una vacuna. ¿Pero cómo era posible saber si eras inmune? Habría que ser muy estúpido para dejarse morder por una de esas cosas. Después llegaron más transmisiones en las que se pedía a los familiares de los miembros de Flamante ir a la base para lo mismo, pues ellos también eran inmunes. E, inclusive tiempo después, también hacían llamados a la misma gente de Flamante:

—“Sabemos que Flamante ha sido erradicado. Si fuiste parte de la organización ven al Pentágono, se te perdonarán todos los crímenes, necesitamos una muestra de tu sangre”

El gobierno tenía que estar desesperado para hacer anuncios así, pero parecía que ninguno había funcionado, pues a fecha de hoy todavía se seguían transmitiendo los mismos mensajes.

Estaba claro que Flamante había encontrado la manera de que todos ellos fueran inmunes… pero ¿cómo? Algunas veces incluso Adam divagaba entre la posibilidad de un pacto con el diablo como mencionó en aquella ocasión el soldado al que se toparon, pero era algo imposible… Aunque, en un mundo así, con criaturas así, todo podría ser real.

—Es tan seguro como el pentágono mismo, sargento —le respondió el piloto a Pérez—. ¿Es que todos los sargentos son así de desconfiados?

—Precavidos —replicó Pérez mientras exhalaba humo.

—Yo preguntaría lo mismo —añadió Adam, quien tenía su arma en la mano.

—Estuvimos aquí con el sargento Michael hace un par de horas, es seguro.

—Está bien.

—En algunas habitaciones, abajo, hay agua todavía. Pueden ducharse o intentar encontrar algo de comida. En veinte minutos continuaremos el camino.

—¿Insinúas que huelo mal, animal? —El sargento dio un paso al frente en dirección al piloto.

—No era mi intención, sargento, es por si querían descansar…

—¿Qué hay de esos edificios de allá arriba? —Mikkel apuntó con su dedo índice a las estructuras contiguas a la suya, que eran mucho más altos.

—¿Qué pasa con ellas?

—¿Cómo están tan seguros de que no hay enemigos arriba?

—Si hay enemigos allá arriba nada podrían hacer, no creo que tengan paracaídas.

—No me fío… —comentó a Alan.

—Dijo que hace no mucho estuvo aquí con otros soldados, no pasará nada, vayamos a buscar suministros abajo.

Y el pequeño grupo de Adam descendió por las escaleras, seguidos de Pérez y los pilotos. Estos últimos se metieron a la primera habitación y la cerraron detrás suya; por lo poco que logró ver Adam del interior, había anaqueles repletos de bidones, armas y comida.

—Parece que nuestros anfitriones tienen su suite privada —dijo Adam.

—Nosotros podremos escoger la que queramos. —Mikkel abrió una puerta del pasillo y echó un vistazo rápido; estaba vacía.

—Descansen, soldados. Busquen recursos y los veo aquí arriba en veinte minutos —ordenó Pérez a sus hombres, que habían vuelto con ellos en el segundo helicóptero. Su gente afirmó y se perdió entre las recámaras.

Deambularon entre los pisos superiores varios minutos hasta que se toparon una habitación donde había sobres de galletas rancias y un baño con el sistema funcionando. Se turnaron para hacer sus necesidades y enjuagarse la suciedad, después repartieron entre ellos un par de golosinas y se sentaron en la cama, incluso en el suelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.