—Cada rincón del mundo… cada país… cada calle… cada bosque… cada playa… que el viento nos lleve, Adam. Quiero que el viento nos lleve a donde él quiera…
Adam despertó gracias al golpe de Pérez. Sentía un dolor punzante en la cabeza y el cuerpo molido, le costó incorporarse hasta quedar sentado. A su alrededor seguían cayendo cuerpos de zombis que se hacían puré al estrellarse contra el suelo. Pérez le gritaba algo, pero no podía concentrarse, veía borroso, no escuchaba con claridad. El helicóptero al lado suyo comenzaba a encenderse y la calidez del fuego hizo que Adam se arrastrara lejos de él. Alan estaba de pie, disparando, le gritaba algo a Sarah, pero no se movía, parecía muerta. Mikkel estaba hasta el otro lado de la calle, intentando incorporarse, se oprimía las costillas mientras hacía gestos de dolor. El piloto por su parte salió arrastrándose de la cabina, tenía una mano repleta de sangre y no la movía, tan sólo se apoyaba en su brazo derecho para empujarse hacia adelante, intentando alejarse del helicóptero en llamas.
—¡Arriba! —logró escuchar a Pérez gritar, por fin—. ¡Ayúdanos, pendejo!
El sargento lo tomó de la camisa y lo jaló hasta ponerlo de pie, pero las piernas le flaquearon en cuanto se enderezó y cayó de rodillas.
Un sonido asqueroso, grotesco e inhumano los obligó a todos a voltear adelante. El Desdeñado que hacía unos minutos habían reducido a una masa de carne similar a una babosa, había logrado llegar arrastrándose hasta el piloto y empezaba a posicionarse encima de él. Adam no supo qué le erizó más la piel; si el sonido de la bestia, o los gritos de dolor y miedo del soldado. La criatura empezó a desinflarse como una esponja, dejando caer sobre el pobre hombre un baño de líquido amarillo que hizo que de su cuerpo comenzara a salir humo, pues su piel había comenzado a derretirse y empezaba a dejar al descubierto los músculos y los huesos más prominentes, sobre todo los del rostro. Entre sus gritos se lograba distinguir la palabra “Ayuda” de una manera escalofriante, la cual fue atendida cuando Pérez tomó una granada de su pecho y la lanzó contra ellos.
La explosión fue escandalosa, pero hizo que el Desdeñado y el piloto salieran disparados en decenas de direcciones. Una muerte más piadosa a comparación de ser engullido vivo. El ruido atraería a cientos de zombis, y sin la presencia de la variante no había nada ahora que los detuviera en acercarse a ellos. Tenían que actuar rápido…
—¡Quietos! —gritó un hombre lleno de mugre hasta el tope. Junto con él llegaron corriendo otros seis, todos en las mismas condiciones; les apuntaban con francotiradores… y uno con un lanzamisiles. Eran los cabrones que estaban en el techo del edificio.
—¡Si se mueven los volaré en millones y millones de partecitas, niños! —dijo el tipo que sujetaba la bazooka.
Adam notó que sólo les apuntaban a ellos y habían dado la espalda a Mikkel, quien se logró cubrir dentro de una tienda con los cristales rotos. Alan tenía las manos arriba al igual que Pérez, y Sarah, quien recién había cobrado conciencia, se intentaba incorporar.
—¡Te dije que tenían una chica! —chilló un hombre viejo que sostenía un rifle con ambas manos y temblaba como si tuviera párkinson.
—¡Se van a arrimar miles de zombis! —respondió el que habló primero—. ¡Y están moribundos! ¡No podemos capturarlos, nos harán ir lento! ¡Cógetela rápido!
Sin pensarlo un solo segundo, el anciano lanzó a un lado su arma y se desabrochó el pantalón, dejando al descubierto una hombría de lo más asquerosa y repleta de mugre. Pérez hizo ademán de abalanzarse sobre ellos, pero un disparo en dirección a él lo hizo frenarse en seco.
—¡No! —chilló Sarah, desgarrando su garganta en un alarido de desesperación y temor—. ¡Ayúdenme! —gritó inútilmente a sus compañeros, pues varios cañones se interponían entre ella y el infeliz.
—Espera… —susurró Pérez a Adam, pero no hizo falta la advertencia, sabía que era un suicidio hacer algo en su posición.
El decrepito rompió de un tirón el pantalón de la chica, le dio un puñetazo en el mentón para que dejara de moverse, y después la puso boca abajo en un movimiento brusco… las embestidas eran feroces y con frenesí, el sonido era nauseabundo y los gritos desgarradores de Sarah hicieron que a todos se les revolviera el estómago.
—¡Ya vienen! ¡Se acercan! —gritó el del lanzamisiles a su colega. A la lejanía, las hordas de zombis se aproximaban a gran velocidad.
Por un mínimo instante todos los bandidos miraron en dirección a los muertos vivientes, y fue el aullido del anciano al correrse dentro de Sarah lo que los hizo actuar de una vez por todas. Mikkel asomó medio cuerpo desde su escondite, disparando de manera certera al del lanzamisiles en la cabeza. El sonido hizo que todos los demás giraran hacia él, fue cuando Pérez y Adam accionaron sus armas, disparando en el pecho y estómago de los dos sujetos que tenían más próximos. Alan lanzó un grito de guerra en medio de las lágrimas que recorrían su rostro y se lanzó contra el viejo que seguía montado sobre Sarah; ambos cayeron dando vueltas por el suelo, la cara de repulsión de Alan se hizo notar por encima de cualquier otro gesto. Sarah se incorporó; entre sus piernas tenía sangre y esperma, tomó un pedazo de hélice que había sido desprendido del helicóptero y llegó cojeando hasta Alan y su abusador. Lloraba a mares y se limpiaba como podía las gotas de los ojos que le impedían ver con claridad. Alan abrazó al tipo desde su espalda y lo colocó encima suyo, dejándolo al descubierto al aire y al cielo. Sarah se hincó y con varios tajos logró cortar la verga del desgraciado mientras, al igual que cánticos divinos, el bandido dejaba escapar alaridos que desgarraban sus cuerdas vocales. Tras la laceración, Sarah encajó el pedazo de metal una y otra vez en el abdomen del hombre, pero sólo lo suficiente para dejarlo moribundo; los zombis se encargarían del resto.