Territorios Z: Apocalíptico ll

28-Plan B: Adam.

El silencio era incómodo. Todos tenían la mirada perdida y fijada en algún punto que ni siquiera ellos mismos sabían dónde. Mikkel estaba en la ventana de la habitación, sentado en el borde y lanzando pequeños trozos de cristal hacia la calle, donde cientos de zombis se amontonaban ante el sonido que los vidrios hacían al caer. Pérez fumaba con frenesí de un cigarrillo, como si ese acto de suicidio fuera a decirle qué hacer.

—Mierda —dijo Sarah mientras se ponía de pie y se lo arrebataba de la boca. Tosió con la primera calada, pero después de la segunda lo consumió como si fuera aire fresco. Alan estuvo a punto de ponerse de pie para evitar que siguiera fumando, pero Adam lo tomó del hombro y lo obligó a sentarse.

Sarah estaba aturdida, sus manos le temblaban. Tenía el cabello todavía mojado después de haberse duchado durante casi dos horas en medio de lágrimas y gritos de frustración, enojo y pena. Todavía no paraba de llorar, cada vez que exhalaba humo del tabaco los labios le temblaban como si fuera a quebrarse de un momento a otro.

—En el Pentágono tenemos doctores que pueden diagnosticar… —empezó a decir Pérez, pero fue callado con una bofetada de Sarah.

—¡Cállate, cállate, cállate, cállate! —chilló Sarah mientras lo golpeaba una y otra vez. Pérez ni se inmutaba, tan sólo guardó silencio y dejó que ella se desquitara—. ¡Nadie dirá una palabra de esto! —gritó entre lágrimas—. ¡Nadie hablará de esto con nadie! ¡Nunca! —Cayó de rodillas y el cigarrillo rodó por la alfombra.

Alan se puso de acercó a ella y la envolvió con sus brazos.

—Por eso no queríamos que vinieras con nosotros, Sarah.

—¿Cómo puede haber gente tan malvada allá afuera? —Sarah no tenía reparos en llorar, soltaba lamentos tan desgarradores que a Adam le ponían la piel de gallina.

«¿Qué haría yo si a Elizabeth le hubiera pasado algo así?», pensó, pero borró esa inquietud de su mente sacudiendo la cabeza de un lado a otro.

—Es horrible, ¿verdad? —le preguntó Pérez.

—¿Qué? —respondió. Por un momento temió que haya podido leer su mente.

—Imaginar que algo así le puede pasar a cualquiera…

—¡Basta, mierda! —Alan se levantó y golpeó la pared con el puño, resquebrajando la madera.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Mikkel desde la ventana, sin dejar de mirar abajo.

Todos se miraron entre sí, no tenían ni idea de qué podrían hacer. No habían tenido otro plan, y el blindado lo habían dejado en el aeropuerto.

—¿Podemos llegar caminando? —preguntó Alan.

—No seas idiota, nos tomaría una semana llegar a pie. —Pérez se puso de pie y se acercó a la ventana donde yacía Mikkel—. En auto tal vez tardemos ocho horas, doce si las carreteras están muy bloqueadas.

—Los autos aquí abajo no se ven con buen aspecto, será imposible hacerlos encender. —Mikky se apoyó con las manos sobre la cornisa y asomó medio cuerpo en busca de algún vehículo medio entero—. ¿Por qué no pides ayuda por el radio? —Miró de cerca el dispositivo que tenía Pérez en el chaleco.

—A menos que tengas un radio de mano que alcance trescientos kilómetros de distancia, no le vería problema, imbécil.

—Podemos usar el radio del helicóptero —añadió Alan.

—Necesitamos un milagro para que funcione, y estar en un lugar alto.

—Aquí arriba hay uno —soltó Mikkel, apuntando con su dedo al techo del edificio.

—Destruido.

—¿Y si tomamos el radio del helicóptero de abajo y lo usamos aquí arriba?

—¿Vas a ir a enfrentarte a la horda que tenemos en las calles? —Pérez tomó a Mikkel de la camisa y lo jaló de la ventana hacia el interior—. Y menos se irán si sigues como pendejo aventándoles pedazos de vidrio.

Mikkel agachó la cabeza y se sentó en la cama, maldiciendo entre dientes.

—¿Entonces tú qué propones, cabrón? —Adam se levantó y se acercó a él—. ¡A estas horas estaríamos llegando a Filadelfia si nos hubiéramos venido en nuestro blindado!

—¡El hubiera no existe, niño! —Pérez cerró la ventana de un golpe, quebrándola y haciendo que trozos de madera cayeran al vacío—. ¡A estas horas estaría en el Pentágono si no te hubiera recogido a ti y a tu bola de inútiles!

Adam tomó a Pérez del cuello y lo apoyó sobre la cornisa, dejándole medio cuerpo afuera. Sus amigos se acercaron desde atrás para detenerlo.

—¡Ellos son mis amigos! ¡Y voy a protegerlos cueste lo que cueste! ¡No permitiré que sigas faltándonos el respeto!

Pérez, ante la impresión de lo sucedido, sin querer echó un vistazo hacia abajo. El helicóptero seguía casi intacto en la calle. Tomó a Adam de sus brazos y con la ayuda de los demás, lo auparon para volver a entrar en la habitación.

—Puede funcionar —fue lo único que dijo, apretando los dientes para no matar a todos en ese mismo instante.

—¿Qué? —Adam ya estaba listo para el contraataque, pero una expresión de confusión se dibujó en su rostro, haciéndolo bajar los puños.

—El helicóptero allá afuera no tiene daños en la estructura principal —continuó—. No podrá volver a volar, pero con suerte la antena de radio seguirá funcionando.




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