declaración de su voluntad de caballero en el asunto mantuviera discretamente el descubrimiento en el
secreto. Por la posdata podía deducirse claramente que para ocultar el tesoro había enterrado sobre él la
parte mortal de una persona llamada Scarry.
Parece ser que según los acontecimientos posteriores, tal como se los contaron al señor Doman en
Red Dog, antes de tomar esta precaución el señor Bree tuvo que eliminar una modesta competencia por el
oro; en cualquier caso fue aproximadamente en esa época cuando se inició en la memorable serie de
libaciones y festines que siguen siendo una de las tradiciones más amadas en la zona de San Juan Smith,
de la que se habla con respeto incluso en lugares tan alejados como Ghost Rock y Lone Hand. Cuando
concluyeron las celebraciones, algunos antiguos ciudadanos de Hurdy-Gurdy, para quienes había
realizado amablemente sus oficios en el cementerio, le dejaron sitio entre ellos y allí se quedó para su
descanso.
Cuando terminó de clavar las estacas como su reivindicación minera, el señor Doman regresó
andando al centro de ésta y se quedó inmóvil en el mismo punto en el que su búsqueda ante las tumbas
había terminado al exclamar «Scarry». Volvió a inclinarse sobre el tablero que llevaba ese nombre y
como para reforzar los sentidos de la vista y del oído, pasó el dedo índice a lo largo de las letras
toscamente talladas. Al levantarse de nuevo, añadió oralmente a esa inscripción simple este sorprendente
epitafio:
—¡Fue un terror sagrado!
Si le hubieran pedido al señor Doman que aportara pruebas de esas palabras —y considerando que
tenían un carácter algo censurable sin duda se lo habrían pedido, de haber alguien—, se habría visto en
una difícil situación por la ausencia de testigos fiables y a lo más que habría podido apelar habría sido a la
evidencia de los rumores. En aquel tiempo, cuando Scarry había tenido fama en los campamentos
mineros de la zona —cuando tal como lo habría dicho el editor del Hurdy Herald se encontraba ella «en
la plenitud de su poder»— la fortuna del señor Doman se encontraba en una marea baja, y llevaba la vida
errantemente laboriosa de un prospector. Había pasado la mayor parte del tiempo en las montañas, unas
veces con un compañero y otras con otro. Su juicio acerca de Scarry se había formado a partir de los
recitales admirativos de esos compañeros casuales procedentes de diversos campamentos; personalmente
no había tenido nunca la dudosa ventaja de conocerla ni la precaria distinción de sus favores. Y cuando
finalmente, al terminar ella su perversa profesión en Hurdy-Gurdy, él leyó por azar en un ejemplar del
Herald una nota necrológica de una columna entera (escrita por el humorista local en el más elevado
estilo de su arte), Doman había concedido a la memoria de ella y al genio de su historiógrafo el tributo de
una sonrisa, olvidándola después caballerosamente. Pero de pie ahora al lado de la tumba de aquella
Mesalina de las montañas, recordó los acontecimientos principales de la turbulenta carrera de aquella
mujer, tal como los había oído celebrar en diversos fuegos de campamento, y quizás por un intento
inconsciente de autojustificarse repitió que ella fue un terror sagrado, y después metió el pico en la tumba
hasta el mango. En ese momento, un cuervo que había estado silenciosamente posado sobre una rama del
árbol maldito que tenía sobre su cabeza, chasqueó solemnemente el pico y emitió su opinión sobre el
asunto con un graznido de aprobación