Terror Sagrado

Capítulo 9

Un movimiento del ataúd alteró sus pensamientos. Se adelantó hasta encontrarse a treinta centímetros  
de su rostro, haciéndose visiblemente más grande conforme se aproximaba. La placa metálica oxidada,  
con una inscripción que no podía leerse con la luz de la luna, le miraba fijamente a los ojos. Decidido a  
no acobardarse, intentó apoyar los hombros más firmemente contra el extremo de la excavación, y casi  
llegó a caerse hacia atrás en el intento. No había nada que le sujetara; inconscientemente había avanzado  
hacia su enemigo, aferrando el gran cuchillo grande que había extraído del cinto. El ataúd no había  
avanzado y sonrió al pensar que no podría retirarse. Levantando el cuchillo, golpeó la pesada empuñadura  
con toda su fuerza contra la placa metálica. Se oyó un ruido agudo y sonoro, y con un resquebrajamiento  
apagado la tapa podrida del ataúd se despedazó y cayó a sus pies. El vivo y la muerta estaban cara a cara:  
el hombre, frenético y gritando, la mujer en pie, tranquila en su silencio. ¡Era un terror sagrado!

 

Unos meses más tarde, un grupo de mujeres y hombres pertenecientes a los más elevados círculos  
sociales de San Francisco pasó por Hurdy-Gurdy inaugurando el viaje a Yosemite Valley por un nuevo camino. Se detuvieron para la cena y mientras la preparaban exploraron el desolado campamento. Un  
miembro del grupo había estado en Hurdy-Gurdy en sus tiempos de gloria. Había sido uno de sus  
ciudadanos prominentes; y solía decirse que en una sola noche pasaba por su mesa de faro más dinero que  
en las de sus competidores en toda una semana; pero siendo ahora millonario, se dedicaba a empresas más  
importantes y no consideraba que aquellos primeros éxitos tuvieran una importancia suficiente como para  
merecer la distinción de un comentario. Su esposa inválida, una dama famosa en San Francisco por la  
costosa naturaleza de sus entretenimientos y el rigor que ponía en relación con la posición social y los  
«antecedentes» de quienes la acompañaban, iba con la expedición. Durante un paseo por entre las chozas  
del campamento abandonado, el señor Porfer dirigió la atención de su esposa y amigos hacia el árbol seco  
que había en una colina baja, al otro lado del Injun Creek. 
—Tal como les dije —afirmó—, pasé por este campamento en 1852 y me contaron que no menos de  
cinco hombres fueron ahorcados allí por los vigilantes en diferentes momentos, y todos en aquel árbol. Si  
no me equivoco, todavía cuelga de él una cuerda. Vayamos a ver ese lugar.

 



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En el texto hay: historia, terror, guerra

Editado: 20.07.2022

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