Tesoro de cuentos olvidados

El Bosque de Lyrien

Dicen que más allá de los caminos que los humanos se atreven a recorrer, existe un lugar donde el tiempo no avanza, solo respira. Un bosque que canta cuando el viento pasa entre sus ramas, que brilla cuando la luna lo observa, y que guarda en su interior secretos tan antiguos como la primera chispa del mundo. Ese lugar es Lyrien, el bosque donde nació la magia.

No aparece en ningún mapa. A veces está al norte, otras más allá del mar. Solo lo encuentran aquellos que no lo buscan, los que siguen el rumor del agua o el eco de una melodía que no saben de dónde proviene. A Lyrien se llega con el alma, no con los pies.

Sus árboles son altos como torres, con cortezas que destellan tonos dorados bajo la luz. Las hojas tienen forma de lágrimas, y al caer al suelo no mueren, sino que se transforman en polvo luminoso que alimenta la tierra. Todo en Lyrien respira, todo tiene vida. Los ríos murmuran, las raíces laten, y las flores se abren solo si alguien les dedica una sonrisa. En las noches sin luna, el bosque entero brilla con una luz azulada que no proviene del cielo, sino de las criaturas que habitan en él.

Entre todas, las más antiguas son las hadas del amanecer, seres de alas finas y transparentes, tan delicadas que parecen hechas de agua y canto. Su piel refleja la luz como si el sol las acariciara incluso de noche, y sus ojos guardan el reflejo de todas las auroras que han visto nacer. Las hadas no duermen: sueñan despiertas. Pasan las noches tejiendo luces sobre las ramas o pintando el aire con hilos de neblina que se convierten en los colores del alba. Son las encargadas de despertar al bosque cada mañana, soplando diminutos hechizos que hacen florecer los capullos antes de que el primer rayo de sol toque el suelo.

Viven en círculos de pétalos suspendidos sobre los riachuelos. Cada una tiene un nombre que no puede pronunciarse con voz humana, un sonido que solo el viento comprende. No existen jerarquías entre ellas: ninguna reina, ninguna sierva. Se comunican con emociones puras. Cuando ríen, el aire se llena de perfume; cuando lloran, la lluvia se vuelve más suave. Hay hadas que pintan las alas de las mariposas y otras que enseñan a los ruiseñores nuevas melodías. Algunas recorren el bosque en silencio, curando las raíces enfermas con luz y canto. Todas forman parte del equilibrio invisible que mantiene viva a Lyrien.

No muy lejos de sus círculos, el aire vibra con presencias más esquivas. Los espíritus del musgo duermen bajo los troncos, cuidando los secretos del bosque. Los sylphs, seres de aire y destello, cruzan los cielos nocturnos en danzas invisibles, dejando rastros de energía que caen como lluvia de estrellas sobre los ríos. A veces, entre los arbustos, pueden verse los ojos de los duendes del rocío, traviesos y curiosos, encargados de hacer brillar las hojas con gotas de cristal al amanecer. Cada criatura cumple su papel, cada una teje una parte del hechizo eterno que mantiene al bosque respirando.

Pero Lyrien no es solo un refugio de belleza. Es un ser vivo, un corazón antiguo que recuerda. Cada piedra, cada rama, guarda la memoria de todo lo que alguna vez ocurrió dentro de sus límites. Algunos dicen que si uno se sienta bajo el Árbol del Eco, puede oír las voces de quienes pasaron antes. No fantasmas, sino suspiros convertidos en viento.

Esa noche, sin embargo, el bosque parecía distinto.
La luna se alzaba redonda sobre el claro central, pero su luz temblaba como si algo la perturbara. Las hadas del amanecer interrumpieron su danza, mirando hacia el cielo con inquietud. El aire, normalmente cálido y fragante, se volvió más denso, cargado de un rumor extraño, como si el bosque contuviera la respiración.

De pronto, el Latido de Lyrien —una piedra suspendida en el aire, en el centro del claro— empezó a brillar con un resplandor que nunca antes se había visto. Era la fuente de toda la energía del bosque, el corazón que mantenía viva su magia. Las hadas se acercaron flotando en silencio, sus alas agitando el aire con suaves destellos. El Latido temblaba. Su luz blanca palpitaba como si respondiera a una emoción desconocida.

Las flores se cerraron. Los riachuelos cambiaron de dirección. El bosque entero comenzó a murmurar en un idioma que ninguna criatura había oído en siglos.

—El ciclo cambia —susurró una voz, tan antigua como las raíces.
—El mundo despierta —respondió otra desde el aire.

Entonces, una figura apareció entre la neblina. No caminaba, flotaba, y cada paso dejaba tras de sí un rastro de hojas doradas que se desvanecían al tocar el suelo. Su cuerpo estaba hecho de luz y sombra, y su rostro cambiaba con cada parpadeo: a veces parecía humano, otras, un fragmento de noche. Las hadas retrocedieron, temerosas pero fascinadas.
El Latido comenzó a girar con mayor velocidad, como si la presencia de aquella figura lo atrajera.

El bosque entero la reconoció sin necesidad de palabras.
Era una guardiana, un eco del primer hechizo que dio origen a Lyrien.
Su voz era un susurro que se mezclaba con el viento.

—El equilibrio se ha roto —dijo, y el aire se estremeció.
—El mundo allá afuera ha olvidado creer. Y cuando el olvido avanza, el corazón de la magia tiembla.

Las hadas bajaron la vista. Algunas lloraron diminutas gotas de luz que se disolvieron antes de tocar el suelo. Los sylphs descendieron como hilos de viento alrededor de la figura, escuchando. El bosque entero permaneció inmóvil, expectante, mientras las raíces vibraban bajo tierra como si se prepararan para despertar.



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En el texto hay: fantasia, romanace, cuentos variados

Editado: 24.10.2025

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