Tesoro de cuentos olvidados

Ayer que fuimos nosotros

El reloj del desván marcaba las 11:47 de la noche cuando Sofía encontró la vieja caja de madera.
Era pequeña, polvorienta y tenía una cerradura oxidada con forma de corazón. Su hermano mayor, Daniel, la observó con curiosidad mientras intentaba apartar telarañas de una vieja lámpara de aceite.

—Seguro es de mamá —murmuró Sofía, con esa mezcla de emoción y nostalgia que siempre aparecía cuando hablaban de ella.
—O de papá. —Daniel sonrió torcido—. Ya sabes, cuando todavía se soportaban.

Desde que sus padres se habían separado, la casa se sentía como una sombra de sí misma. Cada habitación guardaba un eco distinto, y el desván... el desván era un museo del "antes".
Sofía tenía 16 y Daniel 20; llevaban semanas limpiando ese espacio porque su padre planeaba vender la casa, y ambos sabían que pronto nada de aquello existiría.

Dentro de la caja encontraron un diario, una cámara instantánea vieja y un cassette con una etiqueta escrita a mano: "Verano del 99".
Sofía levantó la cámara.
—¿Crees que funcione?
—Podríamos probarla —respondió Daniel, buscando unas baterías entre los cajones.

Cuando la cámara encendió, una pequeña luz verde parpadeó. Sofía sonrió.
—Aún vive.
—Como los recuerdos —bromeó Daniel, pero en su tono había algo de verdad.

Sofía apuntó la cámara hacia él, enfocando en medio de risas. Presionó el botón...
El flash llenó el cuarto, pero esta vez la luz no se apagó.
Por un instante, el aire tembló, el suelo pareció desaparecer bajo sus pies y el mundo giró en un remolino de colores.
Cuando el brillo se disipó, ya no estaban en el desván.

El olor a tierra húmeda y gasolina los envolvió. La cámara colgaba del cuello de Sofía, intacta, pero el desván había desaparecido.
Frente a ellos, un cartel: "Feria de San Miguel, 1999".
A un costado, un grupo de chicos reía junto a un puesto de algodón de azúcar.

—Daniel... —susurró Sofía—. Creo que... no estamos donde deberíamos.
—Ni cuándo —añadió él, mirando su celular sin señal.

Los dos se acercaron a la feria, confundidos. La música noventera sonaba desde un altavoz, y la ropa de la gente parecía sacada de las viejas fotos familiares.
Sofía miró a su alrededor hasta que su mirada se detuvo en una chica de cabello castaño que reía con un chico alto, de sonrisa torpe.
Sus rostros... le resultaban familiares.
Demasiado familiares.

—No puede ser —murmuró Daniel.
Frente a ellos, tomados de la mano, estaban sus padres, con 19 años.

Pasaron varios minutos observándolos desde lejos, entre la multitud.
Su madre —Lucía— llevaba un vestido azul que Sofía había visto en una foto vieja; su padre —Andrés— le compraba un algodón de azúcar mientras discutían sobre qué canción era mejor.
Era extraño verlos así: felices, despreocupados, sin la distancia que ahora los separaba.

—¿Y si esto... es parte de lo que pasó? —preguntó Sofía, mirando a Daniel.
—¿Qué cosa?
—El principio del fin. Tal vez esa noche algo cambió entre ellos.

Daniel asintió lentamente.
—Entonces debemos quedarnos y averiguarlo.

Los hermanos pasaron el resto del día siguiéndolos.
Lucía y Andrés eran como cualquier pareja joven: discutían, reían, se burlaban uno del otro. Se conocían perfectamente.
Al caer la tarde, se refugiaron bajo un viejo árbol a las afueras de la feria.

—Mira eso —dijo Daniel.
Lucía sacó un cuaderno del bolso: era el mismo diario que ellos habían encontrado en la caja.
Comenzó a dibujar algo: un rostro masculino, ojos profundos, sonrisa ladeada.
—¿Ese es... papá? —preguntó Sofía.
—Sí. Y parece que no había cambiado mucho —respondió Daniel, medio sonriente.

Pero entonces algo cambió.
El ambiente, el tono, el gesto de su madre. Andrés dijo algo que no pudieron oír, y ella cerró el cuaderno de golpe.
Su padre se levantó molesto, caminó unos metros, y ella lo siguió.
La discusión fue breve, pero intensa.
No podían escuchar las palabras, solo ver las expresiones: frustración, tristeza, orgullo.
Finalmente, Lucía se marchó en dirección contraria.

Sofía sintió un nudo en el estómago.
—¿Será por eso que se separaron?
Daniel negó.
—No... esto solo fue una pelea. Hay algo más.

De pronto, el aire volvió a vibrar.
La cámara en el cuello de Sofía comenzó a emitir un zumbido, como si algo quisiera activarse de nuevo.

—Daniel...
El destello los envolvió una vez más.

Despertaron en el mismo desván, cubiertos de polvo.
La caja estaba abierta, la cámara sobre el suelo.
Pero el reloj... marcaba las 11:46. Un minuto antes de que todo ocurriera.

Daniel se levantó despacio.
—¿Crees que fue un sueño?
Sofía negó.
El diario seguía ahí, pero ahora tenía una hoja más.
Una página nueva, escrita con letra de su madre:

"A veces el tiempo no separa, solo recuerda lo que no supimos decir."

Sofía miró la cámara.
Dentro, una foto recién impresa: sus padres en la feria, riendo, tomados de la mano.
—No puede ser... esa foto nunca existió.
—O tal vez sí, y solo ahora volvió a nosotros —susurró Daniel.

Afuera comenzó a llover.
Sofía guardó la foto dentro del diario y sonrió apenas.
—¿Y si aún no hemos terminado el viaje?
Daniel miró el reloj: 11:47.
La luz verde del flash volvió a parpadear.

Y, una vez más, el tiempo pareció detenerse.



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En el texto hay: fantasia, romanace, cuentos variados

Editado: 08.11.2025

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