Tesoros y Mentiras

¡Lazcano, es solo una víbora!

No tengo mucho que opinar de las despedidas, solo quizás que son muy solitarias.

 

I. Al final de la frontera no existen héroes o leyendas, dioses o guerreros, mortales o inmortales. Al final de la frontera solo espera una oscura y tranquila soledad.

 

De alguna forma, Santiago se sentía aliviado con la idea de que Zuri se iría y no volvería a saber de él. Incluso si no descubría lo que quería saber, era más fácil sobrellevarlo de esa manera. Mientras más se acercaba el día de la prueba, más intensas se volvían las asignaciones del capitán, llegando al punto de dejar a todos fuera durante una noche de tormenta, como un extraño método de motivación. En la mañana regresaron empapados a las barracas, se cambiaron a toda prisa y salieron a buscar las asignaciones de ese día, pues no tenían permiso de dormir. 

Les tocó limpiar los establos y las barracas, pero por más que lo intentaba, Santiago no lograba seguirle el paso a Zuri. Generalmente, era muy molesto con su optimismo y su exceso de energía, pero ese día su letargo llamó la atención de Lazcano.

—Oye, ¿qué pasa contigo, zalamero? —interrogó poniéndose frente a él para que reaccionara.

—Estoy bien, solo cansado —aseguró, fingiéndose despreocupado.

—No, no es así —dijo Zuri mirándolo con atención—. Te resfriaste.

—No, no es así —le remedó haciéndose el gracioso—. Es solo cansancio, te lo aseguro.

—Vamos, nos tocan las barracas, ya casi acabamos. Y mejor quédate tumbado mientras yo termino.

—Estoy bien —aseguró mientras se levantaba y volvía a caer sentado.

—Sí, claro, de las mil maravillas —exclamó Zuri con sarcasmo poniéndole la mano en la frente—. Creo que tienes fiebre ya. Vamos, te ayudaré a llegar a la cama.

—Si el capitán se entera…

—Si tú no dices nada, yo no diré nada —indicó mientras tomaba el brazo de Santiago para pasarlo por sobre sus hombros—. Vamos, ya te debía el favor.

Después de llegar a las barracas, Zuri dejó a Santiago sentado en la puerta y terminó lo más rápido posible. Sabía que tenían que presentarse ambos para entregar sus asignaciones completas y luego ir a cenar, así que lo dejó dormir para que pudiera levantarse a la hora. Al terminar la asignación, cerró los ojos un momento y por poco acaba igual que Santiago de no ser por el sonido de un pájaro que le sacó del embeleso. 

Se levantó tan rápido como pudo, despertó a Santiago y llegaron a tiempo con el capitán para entregar la asignación, pero en lugar de ir al comedor, regresaron a las barracas y después de dejarlo en la cama, Zuri fue a buscar ambas cenas y regresó. Lo despertó para que cenara y luego lo dejó volver a dormir. Se levantó casi a medianoche para asegurarse de que la fiebre no lo estuviera matando y lo despertó al colocarle la mano en la frente.

—Bueno, ya no tienes fiebre —dijo con agrado mientras regresaba a sentarse a su cama—. Y sigues vivo. ¿Cómo te sientes?

—Bastante mejor —comentó Santiago sentándose—. Tienes las manos suaves y frías.

—Creo que la fiebre te atrofió el cerebro —dijo con fastidio entornando los ojos—. Vuélvete a dormir.

—Tengo hambre —se quejó sujetándose el estómago.

—Es media noche —señaló con molestia—. La cocina ya cerró.

—¿Vamos por moras? —instigó con rapidez.

—Debe ser una broma —exclamó Zuri con incredulidad—. ¿Qué no estabas enfermo?

—Estaba. Ahora tengo hambre. Por favor.

—Bien, vamos por moras.

—Gracias, Zuri —exclamó quitándose las cobijas.

—Pero luego a dormir —ordenó poniéndose las botas—. Tengo sueño.

—Claro que sí.

Después de comer moras hasta hartarse, regresaron a dormir. Por fortuna, para ambos, la fiebre no regresó, por lo que pudieron seguir con sus asignaciones sin más problemas hasta el día de las pruebas. 

Tres escrutinios eran necesarios para ascender entre los soldados y dejar de ser cadetes. La primera era una prueba de combate cuerpo a cuerpo por turnos. La segunda una cabalgata a campo traviesa y la tercera una pista de obstáculos avanzada, que el capitán Brizuela acababa de reformar. Diez parejas de principiantes iban a pasar las pruebas para ascender o seguir siendo cadetes por un año más. 

Santiago estaba decidido a pasarlas todas. Zuri no estaba igual de emocionado, pero pensaba que, si ya había llegado hasta allí, bien podría hacer el intento. La primera prueba, un combate cuerpo a cuerpo entre cada cadete y tres soldados avanzados; era generalmente la más difícil de pasar. Damián decidió participar para tomar la oportunidad de desquitarse de Zuri y de su hermano. Las reglas eran sencillas, si vencían a dos de tres, pasaban la prueba y si vencían a los tres pasaban con honores. Conforme cada grupo iba pasando varios cadetes eran descalificados, los más débiles generalmente. Los más fuertes acababan golpeados, pero lograban pasar la prueba con al menos dos soldados vencidos. 

Santiago estaba muy emocionado con aquella evaluación, estaba seguro de poder pasarla, pero Zuri no se sentía de humor para aquella prueba en particular. Aún le dolían las costillas de la última golpiza y sabía que si ellos lograban darle un golpe en el lugar correcto quedaría fuera de combate sin siquiera empezar. Santiago decidió pasar primero y aunque iba con la intención de dar todo lo que podía, notó de inmediato que lo habían dejado ganar, algo que logró enfadarlo, pues odiaba que no lo tomaran en serio. Sabía que Damián tenía algo que ver, pero no podía probarlo. 



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En el texto hay: traicion, romance, muerte

Editado: 28.02.2022

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