Un verdugo no vende verduras, ejecuta ignorantes como tú y como yo.
Y volvió la soledad tan afectiva, tan alegre, tan vulgar.
Porque la soledad es un mundo de colores vivos, donde el artista encuentra su lienzo tan pulcro, blanco e inmaculado, desprovisto de nada fuera de tu mundo. La soledad es el lienzo donde el corazón, llora su agonía, su alegría, sus anhelos y su paz.
¿Amor mío?
Que venís del lugar menos atractivo, del lugar donde las palabras no suenan, el frío es insoportable y el silencio te abruma ¿Cómo venís de un lugar tan marginado, tan aterrador, tan hermoso? Como mi corazón.
El capitán llegó al día siguiente a la hora de almorzar, pero se negó a hablar. Se encerró en su despacho a organizar unos papeles y luego se fue. Santiago sabía lo que hacía, comenzó a formular el juicio, ya lo conocía, el procedimiento siempre era el mismo. Juntaba la información, la ordenaba y la llevaba con los hombres del consejo. Aquel era un grupo de quince hombres y cinco mujeres, que habían formado normas para la ciudad, además de las que venían de parte del rey. Cada vez que alguien rompía la ley, ellos se reunían y solo ellos determinaban el castigo adecuado.
El último voto, que siempre hacía unánime la decisión, era responsabilidad del capitán en curso, en ese momento, el padre de Santiago. Eso solo tomaba un par de días, por orden del capitán Brizuela, dos guardias estaban junto a la puerta del cuarto de Zuri, pero no hablaban con nadie, ni decían nada al respecto. Sin embargo, Damián no tardó demasiado en descubrir lo que sucedía y justo como Santiago predijo, fue a molestarle la paciencia.
—¿Qué te parece la noticia? —interrogó divertido al entrar a.
—¿Qué noticia? —dijo desde su mesa sin levantar la mirada solo para seguirle la corriente.
—Lazcano era una mujer —respondió conteniendo la risa.
—¿Era? —preguntó confundido disimulando su preocupación
—De seguro será ejecutada —respondió restándole importancia—, así que puedo decir era.
—Supongo que sí.
—¿Qué te parece? —insistió burlándose—. Tu compañero era una mujer, tu buen amigo, tu colega. Jamás te diste cuenta.
—Tú tampoco —indicó molesto.
—Sí, pero en tu caso es peor, dormías en su mismo cuarto —dijo ahogando una fuerte carcajada—. Eres tan inútil que ni siquiera pudiste tocarla cuando la tenías allí, a tu lado. Tu compañerita que tanto te cuidaba, con razón.
—La misma persona que limpió el piso contigo —le recordó Santiago con frialdad.
—¡Hizo trampa! —gritó ofendido.
—Trampa o no —dijo sin alterar el tono—, no cambia el hecho de que una mujer te venció.
—Y por eso mi padre la ejecutará.
—Quizá —dijo con altanera indiferencia—, pero no cambiará el hecho de que una mujer ¡limpio el suelo contigo y con dos de tus amigos!
—¿Estás enojado? —interrogó burlón.
—Sí, lo estoy —reconoció ya sin disimular—. Hazme un favor y lárgate.
—Uy pobre Santiago —exclamó con fingido pesar—. Está triste por su noviecita.
—Ojalá mi padre no la ejecute —le interrumpió levantándose de su silla e inclinándose hacia él continuó—. Así deberás vivir con el hecho de que sigue con vida, la única mujer que te humilló públicamente.
—Cierra la boca —exigió en un grito.
—Oblígame —le retó levantando el mentón y apretando los dientes.
Damián estaba por golpear a Santiago cuando su madre se interpuso.
—Que siquiera se te ocurra tocarle un cabello a tu hermano —amenazó con firmeza.
—Pero madre…
—Sal de aquí —ordenó en un grito.
—Él empezó —se quejó Damián indignado.
—Ahora, Damián.
—Sí, señora —farfulló dándole la espalda.
Apenas Damián dejó el cuarto, su madre se volvió a mirar a Santiago.
—¿Eres estúpido? —interrogó Larissa tratando de sonar molesta para disimular el susto—. Tienes una herida a medio sanar en el pecho, un golpe de tu hermano y acabarás muerto. Me prometiste que tendrías cuidado.
—Lo lamento, mamá —dijo bajando la cabeza—. Me dejé llevar.
—Digno hijo de Guillermo —desdeñó en un respiro—. Dime, ¿es verdad lo que dijo Damián? ¿Eres amigo de Lazcano?
—Eso no importa —respondió dejándose caer en la silla—. No cambiará el hecho de que mi padre la ejecutará.
—Quizás puedas hablar a su favor —sugirió mientras se acercaba.
—No cambiará nada.
—Debes intentarlo al menos —insistió poniéndole la mano en el hombro.
—¿De verdad piensas eso? —preguntó levantando la mirada.
—Claro que sí —aseguró con una sonrisa—. He hablado con su madre, esa mujer está muy mal. No sería justo para su hija pagar por su locura. Reflexiónalo, quizás tu padre se compadezca si tú se lo pides.
Editado: 28.02.2022