Tesoros y Mentiras

Él nunca llegó

 

A veces aún espero algo que nunca llegará.

Y la tragedia vino después de la locura; hermosa, sombría, amable o cruel, tiene tantos nombres, pero yo lo llamo amar.

El dios que tanto nos aborrece,

Nos ha maldecido,

Porque nos hace sufrir la más grande de las agonías, 

Juega contigo y conmigo,

Se divierte destrozando nuestras vidas por un poco de felicidad.

 

Caía la tarde cuando Damián regresó a la casa, pero en lugar de unirse a la celebración, se encerró en su habitación, con la excusa de que se sentía muy mal. Su padre estaba intrigado, pero demasiado ocupado con los invitados. Santiago notó que uno de los soldados que salió esa mañana con su hermano, se quedó en la fiesta y comía y bebía desenfrenadamente. Se percató de que estaba golpeado y aunque eso no era extraño en un soldado, esa mañana no tenía golpes. Santiago tenía un extraño presentimiento que no dejaba de molestarlo y una idea para descubrir sus sospechas. 

Esperó paciente hasta que el soldado estaba tan ebrio que hacerlo hablar era solo cuestión de hacer las preguntas correctas. Le tomó algo de trabajo, pero no demasiado tiempo para descubrir dónde estuvo su hermano ese día. En medio de burlas y risas, el ebrio le contó que fueron a visitar a un viejo amigo soldado, para cobrar las que le debía. Le dijo, aun entre risas, que tenían que volverlo a intentar, porque se les escapó, pues resultaba muy escurridizo. A Santiago, que ya estaba a punto de sufrir un colapso nervioso, le costó un poco más que soltara el nombre. 

Al escucharlo, le dio un golpe en el rostro tan fuerte, que acabó rompiéndole la nariz y lanzándolo sobre una de las mesas, antes de correr al interior de la casa. Eso llamó la atención de todos los presentes. Santiago estaba por subir las escaleras cuando su padre lo interceptó y lo arrastró a su despacho.

—¿Qué demonios te pasa? —preguntó furioso.

—¡Damián fue a vengarse de Lazcano! —respondió en un grito.

—Eso no es verdad —desdeñó Guillermo incrédulo—. Yo mismo se lo he prohibido.

—Ese soldado dijo que fueron cuatro —respondió señalando hacia el patio—. Dijo que Damián quería desquitarse la humillación que Lazcano le causó.

—Necesitamos confirmarlo primero —dijo con firmeza—, ese soldado estaba ebrio.

—Adelante, sube a preguntarle —le incitó desafiante.

—Este no es el momento.

—Claro, no es el momento —exclamó Santiago frustrado sujetándose la cabeza—. No te importa.

—¿Por qué te importa tanto a ti? —interrogó con molestia.

—Incluso si está muerta, no castigarás a Damián —gritó dando zapatazos en su lugar. 

—Eso no es verdad —indicó con firmeza.

—No quieres que te lo diga ahora, porque no quieres exponerlo frente a todos —aseguró mirándolo con desprecio—. No al hijo del capitán Brizuela, su orgullo.

—No digas tonterías, Santiago.

—Entonces has que baje —pidió tratando de mantenerse sereno—. Solo debe responder una pregunta, nada más.

—Bien, vamos.

Subieron a la habitación de Damián, pero este se negó a salir. Presa de la ira, por su desobediencia, Guillermo abrió la puerta de una patada y no pudo evitar retroceder al ver que Damián tenía un ojo oscurecido y la boca hinchada. Eso fue la clara respuesta a la pregunta que no hacía falta hacer, por lo que su padre decidió cambiarla por una diferente.

—¿Dónde está Lazcano? —preguntó Santiago en un grito.

—No lo sé —respondió Damián con indiferencia— ¿Por qué debería saberlo?

—¿Qué te sucedió? —preguntó Guillermo tratando de contenerse.

—Tuve una pelea con un soldado que se creía muy importante —contestó arrogante—, pero lo puse en su lugar. No es relevante, ya no es soldado de todos modos.

—Fuiste tras Lazcano, aunque te lo prohibí —gritó Guillermo furioso.

—Esa miserable se merece lo que le pasó —declaró Damián con firmeza.

—¡Lo sabía! —gritó Santiago tratando de pasar junto a su padre—. ¡Voy a matarte!

—¡Deberías estar orgulloso! —dijo Damián levantando los puños— ¡Tu ramera se defendió bastante!

—¡Estás muerto! —gritó dirigiéndose hacia él.

—Basta ya —dijo Guillermo sujetando a Santiago de los brazos—. Santiago a mi despacho, ahora

—Pero…

—¡Ahora, Santiago! —ordenó en un grito.

 —Y tú, Damián, no quiero que salgas de este cuarto hasta que se determine un castigo a la altura de esto —amenazó con desprecio—. Reza a quien escojas, para que Lazcano siga con vida.

El capitán salió de la habitación y bajó las escaleras a toda prisa. Logró detener a Santiago antes de que dejara la casa y lo arrastró hasta el despacho de nuevo.



#11288 en Joven Adulto
#11730 en Thriller
#6712 en Misterio

En el texto hay: traicion, romance, muerte

Editado: 28.02.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.