Quisiera quedarme contigo más tiempo, pero ya casi es hora de despedirme.
Había una vez
Suena muy común en un cuento,
Pero quizás esos cuentos sí existieron una vez, o cientos, o miles de miles, de veces.
En algún lugar, quizás aún ocurren y nunca dejarán de ocurrir.
O tal vez, solo sean simples mentiras.
Hoy es un día raro, para alguien común como yo…
Hoy me pasó algo común, para alguien raro como yo…
Ambos fueron despertados por el alboroto de Damián. Zuri se aferró al brazo de Santiago, tratando de evitar que se levantara, y lo sintió soltarle la mano suavemente, mientras la miraba con una sonrisa que casi logró tranquilizarla. Santiago extendió la mano hacia Damián, quien lo sacó del pozo y ella los vio irse. No estaba segura de que debía hacer, pero necesitaba salir de allí, sabía que Santiago no estaba a salvo con Damián. Comenzó a escalar las paredes del pozo, no estaba dispuesta a quedarse sin hacer nada.
Apenas alcanzó el borde cuando sintió un golpe fuerte en la cabeza que la lanzó de nuevo al fondo y la dejó inconsciente. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando despertó. Al levantarse, alcanzó a ver a Laura sentada en el borde, leyendo un libro.
—Como vuelvas a subir, te golpearé de nuevo —amenazó mirándola con desagrado—. Quédate allí hasta que Damián regrese, no deben tardar más de medio día.
Zuri sentía un intenso dolor a causa del golpe, pero a pesar de ello, una idea fugaz cruzó su mente.
—Déjame salir, te están engañando —mintió a toda prisa—. Él no regresará, asesinará a Santiago y se irá con el tesoro. No piensa volver por ti.
—Mentiras —dijo con una risita burlona—. Él jamás me haría eso.
—Lo dijo cuándo trajo a Santiago —indicó Zuri tentando a la suerte—, dijo que lo asesinaría y que luego se iría sin ti.
—Solo lo dices para engañarme —desdeñó enojada.
—Claro que no, te estoy dando la oportunidad de entrar en razón —exclamó con fingida preocupación—. Déjame salir e iremos a buscarlos juntas y verás que te digo la verdad.
—¿Juntas? —su voz dejó evidenciar un aire de desconfianza.
—Sí, yo conozco el camino a la cueva —respondió procurando sonar convencida—. Podrás enfrentar a Damián y verás lo que trama realmente.
—No te creo —dijo dudosa.
—Bien —exclamó con fingido desinterés—. Entonces te quedarás sola y yo moriré encerrada.
Zuri se percató de que Laura comenzaba a dudar, se sentó en el suelo a esperar y no pasó mucho tiempo, para que Laura colocará una escalera y la sacara del pozo, pero Zuri no tenía pretensiones de ayudar a Laura a probar nada. Salieron de la cabaña en dirección a la playa. Laura sostenía una espada contra la espalda de Zuri mientras caminaban, pero en el camino Zuri se detuvo y se volvió a mirarla.
—Laura, ¿dónde está mi madre? —interrogó, mirándola fijamente—. Damián dijo que no pudiste convencerla de ir a la casa ¿Dónde está mi madre?
—¿Eso qué puede importar? —preguntó desconcertada—. Camina de una vez.
—No me moveré hasta que me digas dónde está mi madre —indicó con firmeza.
—En la ciudad —respondió con desgano—. Ahora muévete.
—¿Por qué querías llevarla a la casa? —interrogó ignorando sus órdenes.
—Eso no importa.
—Respóndeme.
—Damián quería tomar las cosas de la casa de tu madre, para reunir dinero —explicó con fastidio—. Pero la anciana se negó a decirnos dónde estaban las joyas y esas cosas.
—¿Nelson estaba con ella?
—Siempre están juntos, tú lo sabes —dijo burlona—. Ella está loca por su hijo, pero el niño tampoco pudo convencerla de cooperar con nosotros, era igual de testarudo que ella.
—¿Qué dijiste? —interrogó para confirmar lo que escuchó.
—Que el mocoso era igual de testarudo que la estúpida vieja —repitió burlona—. Ambos eran unos necios.
—¿Eran? —Aquella pregunta salió de sus labios con odio.
La expresión en el rostro de Laura fue una clara respuesta para Zuri, las palabras no hacían falta. Antes de que la muchacha pudiera reaccionar, Zuri se movió deprisa, la desarmó y lanzado al suelo.
—Laura, ¿dónde está mi madre? —interrogó con fingida calma—… ¡Respóndeme!
—En la ciudad —respondió nerviosa con rapidez—. Está en la ciudad.
Laura empezó a llorar sin darse cuenta, pero sus lágrimas no eran suficientes para conmover a Zuri. Ella se acercó lentamente y le colocó la espada en el cuello. Zuri no quería hacer esa pregunta, no quería escuchar la respuesta, no quería saber lo que Laura diría, pero ya era tarde para retroceder.
—¿Está con vida? —preguntó en un grito.
Editado: 28.02.2022