Tesoros y Mentiras

Fin. 

QUINTA PARTE

Cap. 13. Fin. 

¿Sabes, Santiago? Ya está anocheciendo.

Ya no tengo miedo de soñar. 

Esta noche soñaré contigo. 

Saldremos a pasear bajo las estrellas, te llenaré de besos.

Es todo lo que puedo darte.

Por primera vez en mi vida, estoy feliz de estar cansada, 

Tan alegre,

Tan libre,

Tan viva.

Cuando llegue a tu lado, lo primero que escucharás es un te amo.

 

Con mucha paciencia y afecto, Zuri logró convencerlo de que ya estaban bastante lejos y de que podían quedarse en una de las ciudades por las que pasaban. Santiago se volvió celoso con ella, cuidándola tanto como le era posible. No permitía que nada le faltara. Esa ciudad no estaba cerca del mar; sin piratas, ni capitanes, ni barcos, ni tesoros. Santiago consiguió ser el mercader que su padre hubiese odiado, mientras que Zuri era esa refinada dama de casa, que no hubiera enorgullecido a su padre, pero estaban felices. 

Con el tiempo la familia se completó, con un niño, y a pesar de que la memoria de Santiago se negó a volver, por mucho que Zuri le contaba historias cada noche, ella logró convencerlo de escribirle a su familia una invitación. Una carta sin remitente llegó a la casa de los Brizuela una tarde. Únicamente había en ella una dirección, pero el capitán la hizo a un lado, hasta que mucho tiempo después, cuando estaba cansado de dirigir ejércitos y barcos, cuando ya se mareaba con solo pensar en navegar, mientras entregaba sus papeles y dejaba todo en orden, la encontró de nuevo. Se escapó de entre sus cosas y llegó a los pies de Larissa.

—Guillermo, ¿cuándo llegó esta carta? —interrogó mientras la observaba.

—No lo sé —contestó cansado, levantando la vista—. La había olvidado, solo tiene una dirección y nada más.

—Es la letra de Santiago —dijo consternada—. Santiago la escribió.

—Por favor, Larissa, aún sigues con eso —expresó apesadumbrado—. Déjalo descansar ya.

—Santiago no está muerto, Guillermo —desdeñó furiosa—. Deja tú de ser tan necio, yo misma iré.

—Por favor, no empieces —suplicó lanzando un suspiro.

—No necesito que me acompañes —desdeñó mientras caminaba hacia la puerta—. Yo no pedí tu ayuda.

—Está bien —exclamó tomándola de la mano para detenerla—. Dame unos días más y vamos los dos.

—¿Lo prometes?

—Solo debo entregar todo y nos iremos.

Como prometió, partieron en busca de esa ciudad unos días después. Perdieron la cuenta del tiempo que viajaron para llegar allí. Una ciudad grande y ruidosa, llena de gente y alboroto. Nada parecida a su pequeña ciudad de costa. Esta estaba rodeada de montañas y bosques densos. La ciudad era tan grande que ocupaba casi todo el valle. Dos días les tomó encontrar la casa que buscaban. Una bella mansión de dos pisos al final de una calle de piedras blancas. Un limonero rodeado de rosas adornaba el jardín, junto a él se encontraba una bella mesa de metal con cuatro sillas. 

De pie, junto a ella, un joven practicaba con un violín blanco. Larissa casi quiso correr a abrazarlo, pero se detuvo al notar que era solo un chiquillo, demasiado joven para ser su hijo. Guillermo la detuvo para convencerla de volver, pero ella tiró con fuerza de su brazo y caminó hasta la casa, se acercó a la verja e interrumpió al muchacho.

—Disculpa, jovencito.

La música cesó de forma suave, aunque repentina, y el joven se volvió a mirarla. Larissa no tenía duda, aquellos ojos eran suyos. El joven la miró intrigado, como queriendo recordarla de algún lugar.

—¿Se le ofrece algo? 

—¿Cómo te llamas? —preguntó ahogando los nervios.

—Vincent —respondió el joven con una sonrisa.

—¿Y tu padre?

—Santiago —dijo con firmeza.

—¿Él está en casa? —preguntó conteniendo el aliento.

—No, lo lamento —contestó con un deje de pesar—, pero puedo llamar a mi madre si quiere.

—¿Dónde está tu padre? —interrogó ansiosa con un nudo en la garganta, sujetándose el pecho.

El joven se volvió a mirar por sobre el hombro de Larissa, al capitán que se acercaba caminando despacio con una expresión cansada y, casi de inmediato, dejó escapar las palabras que ella buscaba.

—¿Abuelo? —interrogó con sorpresa y entusiasmo.

El capitán se volvió a mirar al joven sin decir una palabra, pero Larissa no tenía pretensión de esperar.

—¿Por qué le has dicho así? —preguntó confundida.

—Entonces usted, es la abuela Larissa —afirmó con una radiante sonrisa volviendo a mirarla—. ¿No es así? Él es el capitán Guillermo Brizuela —dijo mientras lo miraba—. Mi madre dijo que lo reconocería de inmediato, porque verlo era ver a papá. Pero… 



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En el texto hay: traicion, romance, muerte

Editado: 28.02.2022

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