Testigo Criminal

CAPÍTULO 5

LILIAN KANE

—¿Has podido averiguar algo más?—pregunta mi jefe cada día más impaciente.

Y es que no es para menos. Llevamos una semana buscando pruebas o lo que sea que nos indique que pudo haber pasado en esas horas muerta que nadie vio y no ha habido suerte.

—Solamente he conseguido la dirección del centro psiquiátrico al que asistía durante la semana.—le informo recostándome en la silla, cansada. 

Estos días no he conseguido pegar ojo. El cumpleaños de la muerte de mi hija está muy cerca y el suicidio de otra mi tiene en vilo.  

—¿Y por qué sigues aquí? Los minutos cuentan, detective Kane.—me reprime levantándose costosamente de su butaca y haciendo una mueca de dolor en los labios.—Te asigné el caso porque creí que podrías llevarlo mejor que los demás. No me hagas arrepentirme de mi decisión, Lilian.—lo último lo pronuncia con un ronquido malhumorado. Al parecer ninguno de los dos ha pasado una buena noche.

Aunque me hierve la sangre tener que aguantar su sermón cuando he sido la única en dignarse a presentarse a las nueve de la mañana en plena nevada. Parece que sea la única interesada en el caso.

—Estoy esperando a que el agente Morrison se digne a aparecer.—digo sin más aparentando que su comentario no me ha afectado.—Lo he estado llamando mil veces al teléfono de su oficina, pero no contesta.

Clift va a replicar. Seguramente algo sin sentido que compense su metedura de pata cuando la puerta es abierta estruendosamente y por ahí aparece el desaparecido agente Morrison boqueando como un pez.

—Lo siento, me he dormido.—consigue hablar después de obligarse a reducir el ritmo respiratorio y tomar asiento a mi lado. Sus brazos tiemblan por el esfuerzo.

¿Esa es su maravillosa y penosa excusa? ¿Que se ha dormido?

—Creo que es mejor que siga esta investigación sola, jefe.—declaro tras observarle por unos segundos. No puedo trabajar con tanta irresponsabilidad.—Le doy la razón. Puedo llevarlo mejor que los demás y no quiero a alguien que me esté retrasando.

Me muestro segura y firme en mi decisión. Es cierto que odio a las personas que me retrasan y Clift lo sabe muy bien. Es por eso que, tras pasear la vista de uno al otro, se rasca la barbilla pensativo. Conozco muy bien ese gesto y siempre significa que está de acuerdo, pero quiere aparentar indecisión.

—¡No!—exclama Morrison volviéndose a levantar como un resorte. Este hombre se ha tomado un gran vaso de cafeína antes de venir.—Puedo hacerlo. Soy capaz.—asegura tratando de mostrarse contundente, pero lo único que consigue es verse todavía más desesperado y agitado.

—Eso no es lo que ha demostrado estos últimos días.—rebato, ahora más seria que nunca y dirigiéndole una de mis tétricas miradas cruzándome de brazos.

Ha estado algo ausente. No físicamente, sino que más bien parecía una puñetera estatua. Es cierto que lo he notado sonreír más, sin embargo también lo he visto errar más de lo normal. Y eso no lo paso por nada del mundo. 

—Han pasado ciertas cosas en mi vida que me han distraído, pero juro que no volverá a pasar.—se apresura a añadir tras la expresión ofendida de Clift.

—Sabe perfectamente que su vida personal no debe ni tiene que interferir en el trabajo.—puntualiza sin moverse del sitio. Cosa que da más mal rollo.—A la próxima, voy a retirarte del caso con una mala nota de director, ¿entendido?

—Sí, sí. Entendido.—responde asintiendo inmediatamente con los ojos bien abiertos y la garganta seca.

—¿¡Acaso vas a dejarle que siga participando de forma activa!?—protesto incrédula.—No ha mostrado interés siquiera por las nuevas pruebas.

—Si despidiera a todos lo que cometen un error, la comisaría estaría vacía. ¿No te parece?—ese preciso ataque va dirigido a mí con toda la atención y me hundo disimuladamente en la silla, aún fulminándolo con la mirada.

La muerte de mi hija no se puede comparar con cualquier tontería que le haya sucedido.

***
Clift se va a atender otro caso y nos deja solos en la sala de evidencias. Hace días que vengo dándole vueltas al asunto y hasta ahora no he tenido la oportunidad de preguntar.

—¿Por qué dejaste nos escondiera información?—hablo sin previo aviso, sobresaltándolo.—Cuando nos dijo que Harriet asistía a ayuda psiquiátrica no permitiste que nos dijera dónde. Por qué.—soy perfectamente consciente que mi voz sale dura y no me arrepiento por nada.

Es en parte reproche. Me ha costado encontrar la dirección del centro que iba Harriet y las noches en vela en parte se las culpo a él. Si hubiera permitido que Isabella nos diera la dirección, seguramente ya tendríamos al culpable.

—No me pareció justo exigirle a una persona que contara los secretos de otra.—se limita a decir encogiéndose de hombros sin devolverme la mirada y me quedo alucinando. Esto no tiene sentido alguno.

—En condiciones normales estaría de acuerdo contigo, pero no es el caso.—rebato dura señalando la mesa con todo de fotografías y pruebas potenciales que he construido con la ayuda de mi equipo debido a su ausencia colaborativa.—Los secretos son los que revelan las verdades más oscuras de las personas. Deberías aprender a diferenciarlas.

Mi comentario mordaz parece haberle hecho reaccionar y sus ojos me observan con enfado y cautela. Como si quisiera replicarme algo, pero no se atreviera ha hacerlo. Cualidad negativa para un agente.

—Cada uno tiene su opinión al respecto, pero no creo que nadie tenga el derecho de revelar la vida privada de otra sin su consentimiento.—sentencia seguro en su postura.—Y menos los de una persona muerta, ¿no crees?

Su comentario no tiene nada que ver con mi hija. No, debe ser una equivocación. Me lo habré imaginado. Sí, eso es.

Sin embargo, su simple recuerdo, me hace apretar los dientes e ignorarlo para no explotar. Hace tiempo que que costó controlarme y ahora no voy a mandar eso a la mierda porque un agentucho quiera sacarme las pulgas.




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