Testigo Criminal

CAPÍTULO 10

ELIAS DANKWORTH

A penas son las diez de la mañana y ya llevo cinco cafés encima. Desde hace días que no puedo pegar ojo y las ojeras son cada vez más pronunciadas y notorias. Padre no ha mostrado indicios de preocupación, pero en el fondo sé que está intranquilo con todo este asunto.

Me lo dejó claro la noche que me sacaron de comisaría y me echó una buena charla sobre moral, ética, humillación y algo de honor. Si soy sincero, no le presté demasiada atención. Mi mente estaba a quilómetros de esa cocina y lo último que podía era defenderme. 

Para empezar, nuestro hermano Harold, su preciado hijo perdido, había vuelto y me había dejado claro que no se quedaría por una larga e indefinida temporada. ¿El por qué? Nadie lo sabe y me pone de lo nervios.

Harold siempre a sido un espíritu libre y algo bohemio. Nunca le han gustado los lazos con otras personas y jamás hace las cosas sin motivo. Puede que eso es lo que más me aterre. Que haya vuelto para terminar algo que nadie sabe, algo más oscuro que la tétrica celda en la que estaba metido.

Y luego está Wade...le escupí que lo quería fuera de mi vida, que no se volviera a cruzar en mi camino, pero eso no incluía alejarlo de mi mente. Todo lo contrario, no consigo sacármelo de la cabeza, y se me complica más si lo tengo que ver cada día patrullando frente a la empresa.

Él y la dichosa detective no se separan ni un segundo, aunque tampoco se acercan mucho. Wade siempre camina unos pasos por detrás de ella y con la cabeza gacha y las manos embutidas en los bolsillos del pantalón.

Comprendo que esté en libertad condicional y siga siendo potencial sospechoso. Bueno no, no lo entiendo. Pero, ¿en serio tenían que asignar a Wade para esto?

Justo esta mañana nos hemos cruzado y poco me ha faltado para acércame y pedirle perdón por haberle dejado de esa manera. Sin embargo, luego pienso en como me esposó y me llevó a esa escalofriante sala de interrogatorios y se me pasa.

Mi intención era pasar desapercibido hasta el edificio, pero era obvio que eso no podía pasar y cuando nuestras miradas se han encontrado, todo el aire que llevaba conteniendo, me ha atragantado. 

No hay burla ni reproche en sus ojos, al revés, hay una compasión y ¿melancolía? que me marean. Es como una ola gigante que te golpea tan fuerte que temes a la caída. 

No ha sido hasta que la detective lo ha llamado para que se apresurara a seguirla, que hemos roto el contacto y lo he visto desaparecer calle abajo. Corriendo y volviendo la vista atrás segundos antes de doblar la esquina.

Me he quedado ahí parado como un gilipollas hasta pasados unos minutos cuando el moderno coche de mi hermana se ha estacionado en la entrada y me ha saludado con el menor ánimo posible. Suerte que hay alguien en la familia que no parece deprimida. La envidio por ello.

Hemos subido juntos hasta la planta de ejecutivos, pero ninguno de los dos se ha dirigido la palabra. Seguramente Isabella habrá visto mi deplorable estado y se habrá apiadado de mí.

—¿Como te encuentras?—rompe el silencio segundos antes de que las puertas del ascensor de abran y salga escopeteado.

—Radiante, ¿no se nota?—respondo esquivo y mi hermana arruga los labios en una mueca de desacuerdo.—Padre me ha reunido en su despacho y ya llego tarde. Nos vemos.—suelto algo brusco y para suavizarlo, me acerco y le doy un rápido beso en la frente dejándola con la palabra en la boca.

Es mentira que mi padre me haya llamado, desde hace días que todo está tranquilo por la empresa y por una vez en la vida, desearía que hubiera más trabajo. Así no tendría tiempo para pensar en otras cosas. En meras distracciones.

Son muchas las cosas que tengo en la cabeza y no consigo aclarar ninguna. Primero descubro que Wade, el hombre que me atrae como nunca lo ha hecho nadie y el cual me corresponde, es un policía que seguramente me ha estado engañando todo este tiempo. 

Luego la inesperada aparición de nuestro hermano pequeño, Harold, acompañado por Bethany. He tratado de ponerme en contacto con él, pero no hay registros que den con su paradero y evito por todos los medios acercarme a Bethany. Me da vergüenza.

—Elias.—me sorprende una voz dulce y femenina.—¿Te puedo llamar Elias?

Es la misma mujer que he visto varias veces junto a padre. No puedo evitar fijarme en como su rubio cabello contrasta con el rojo intenso de su vestido y los adornos del mismo color en su pelo.

Tarde me doy cuenta que me la he quedado observando fijamente por más de lo apropiado y sacudo la cabeza volviendo a la realidad. Por un momento me ha recordado a Harriet.

—Sí, claro. ¿Que necesitas?—carraspeo aparentando desinterés y volviendo a fijar mi atención en mi máquina de escribir.

—Es que...verás yo...necesitaba tu consejo porque...—sus balbuceos sin sentido acompañados por el temblor en su voz, me hacen dejar de teclear y realmente prestarle atención y mirarla con el ceño fruncido.

—¿Un consejo? ¿De mí?—repito señalándome incrédulo y esta asiente muy rápido y tragando saliva, tratando de mantener la compostura.—Si has perdido a un buen comprador, no hay nada que yo pueda hacer para que Jack no te despida.—contesto indiferente y volviendo la vista a mis papales, no sin antes percibir su desilusión.—No tengo mucho tiempo, pero haré lo que esté en mis manos. Que necesitas.—rectifico más suave esta vez apiadándome de ella y viendo como poco a poco va recuperando la sonrisa.

A modo de respuesta, le ofrezco una débil sonrisa y puedo jurar que la mujer, Daisy creo que se llama, le van a doler las mejillas de tanto tirar los labios.

Todos tienen una imagen errónea de mí, me ven como a padre y cuando hablo con ellos, fingen comodidad y naturalidad. Sin embargo, se nota claramente sus hombros tensos y su mirada cauta. 

Jack siempre a sido así de inflexible y se supone que sus hijos, sobretodo el barón, somos iguales. Como el jefe frío y duro que no le tiembla el pulso para firmar la despedida de uno o cien empleados. Quiero respeto, no miedo.




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