Testigo Criminal

CAPÍTULO 12

ELIAS DANKWORTH

Faltan diez minutos para las cinco y mis nervios están a flor de piel. Aún no me hago la idea que voy a ver a Harold, aunque, al mismo tiempo no estoy tan seguro de querer verlo. Nos abandonó sin despedirse ni darnos un solo motivo y cuando aparece, me exige que guarde silencio.

Suelto al aire que llevo conteniendo y me echo el último vistazo al espejo. Americana limpia, pantalones lisos y zapatos nuevos. Perfecto. Así parezco que voy a un evento importante en la empresa y mi hermana no va a sospechar. Tampoco es que me fuera a hablar, de todos modos.

Dejando esos pensamientos a un lado, bajo trotando las escaleras y me dirijo a la salida. Aire fresco por fin. Sin embargo, me sorprende encontrarme a Isabella de lleno en el vestíbulo.

—¿Dónde vas?—inquiero extrañado viéndola ponerse el abrigo.—Pensé que te ibas a quedar.—pareciera que la hubiera pillado infraganti porque tal y como me ve, se paraliza y me observa con el ceño fruncido. 

—¿Dónde vas tú?—me contesta de malas formas con otra pregunta.

—He preguntado primero.—recupero mi postura habitual a pesar del pinchazo en el pecho que me produce su rechazo.

—Te felicito. No voy a contarte mi vida porque, al parecer, no soy yo la que tiene que salir a escondidas.—contraataca mordaz retomando su tarea de abrocharse el largo abrigo.

—Isa, ya te dije que el otro día solo fui a correos para recoger las demandas de un cliente.—mantengo el farol tanto como soy capaz, aunque no puedo levantar la cabeza por miedo ha ser descubierto.

En realidad, el otro día fui a correos porque me llegó una llamada desde la empresa que tenía correspondencia y cuando llegué me encontré con un pequeño frasco dentro de un sobre. Solo el nombre de Wade me daba alguna referencia, y no de las buenas precisamente.

—Creo que ya me conoces lo suficiente como para saber que odio que me mientan.—bufa cruzándose de brazos y voy a intervenir, pero alza una mano y callo. Obediente.—Te advertí que te mantuvieras alejado de esos polis de mierda. Que no era seguro ¿y que es lo primero que haces? Verte ha escondidas con uno.

—No es así...—murmullo enseguida aún con la cabeza gacha.—No he vuelto a ver a Wade desde que me detuvieron.

No me gusta hablar de él. Es una herida que aún no ha conseguido sanar, sin embargo a Isabella no le importa.

—Y bien que haces.—ríe sarcástica sin darse cuenta del dolor que me causa.—Te lo advertí y te lo seguiré advirtiendo hasta que te entre en esa dura mollera tuya;—se acerca a mí dando pasos cortos, señalándome.—Tu orientación sexual me tiene sin cuidado. Me importa tres rábanos si te gustan los hombres, las mujeres o el padre del vecino. Solo te voy a pedir una cosa y espero que esta vez sí me hagas caso,—fija su intensa mirada en la mía y trago fuerte.—no te metas con un policía cuando estás bajo sospecha, o terminarás con el corazón y la vida hecha pedazos.

Sus palabras pegan fuerte. Mucho. No es la primera vez que escucho algo parecido, yo me lo repito cada día en el espejo. Si estuviera en mis manos, ya habría movido cielo y tierra para encontrar al asesino y dejar de marear a la gente. Mintiendo y manipulándola.

—Gracias, Bels.—murmuro con una media sonrisa en los labios.—Creo que necesitaba que alguien más lo dijera en voz alta.—confieso encogiéndome de hombros.

—Tranquilo, para eso están las hermanas mayores, ¿no?—intenta bromear torpemente y me aprieta el hombro con afecto. 

A Isabella nunca se le han dado bien las bromas o las muestras de afecto y, precisamente por eso es que la abrazo sin que ella se lo espere y se ponga rígida al instante.

—Elias...sabes que odio los abrazos.—pronuncia con voz ahogada y tensa, aunque noto que poco a poco me corresponde al gesto. La dama de hielo ha vuelto.—¿Este sábado tienes cita con el psicólogo?—cuestiona rompiendo el contacto y mi humor decae de golpe.

—No lo sé, después de la muerte de Harriet se me hace raro volver.—me meto las manos en los bolsillos y me trago el sabor amargo de su nombre.—Lo siento vacío y frío. Ella siempre le daba vida a esos días cuando el doctor me deprimía más que me animaba.

—Sabes que no es necesario que vayas, ¿verdad?—me reconforta con gesto compasivo. No quiero su compasión.—Ser homosexual no es un enfermedad.—lo dice de una forma tan contundente que me dan ganas de creerla. 

En los labios, se me dibuja una triste sonrisa y presiono los ojos para no derramar ninguna lágrima. Ya he llorado lo suficiente todos estos años, pero es duro. Y muy difícil.

—Solo quiero saber el por qué. ¿Por qué soy así? ¿Por qué nací con esos retorcidos pensamientos?—insisto con la voz rota.—Durante toda mi vida he tenido que contenerme y simular que no veía a los hombres cuando realmente eran los únicos que atraían mi mirada.—revelo por primera vez sin miedo a ser rechazado o asqueado.—Como si estuviera dentro de un caja de cartón y no hubiera manera de hacer agujeros para respirar.

—Está bien.—reniega soltando un suspiro vencida.—pero prométeme que si algún día te sientes encerrado en esa caja, me vas a pedir ayuda.—apunta mirándome suplicante y preocupada.

—Te lo prometo.—aseguro de corazón, enternecido por su extraña y no muy habitual afecto.

Tengo la certeza que mi hermana jamás me va a fallar y va a estar conmigo en las buenas y en las malas.

***
Hoy especialmente, sopla un aire frío que me congela hasta la punta de los pies. La iglesia de Bath está a tan solo diez minutos andando de casa y se me ha ocurrido la fantástica idea de andar bajo este manto hielo.

Me froto las manos y meto la nariz dentro de mi bufanda, pero ni arrinconándome en la esquina más cubierta, consigo entrar en calor.

Vuelvo a comprobar la hora en el reloj y, en efecto, ya pasan cinco minutos de las cinco y Harold no aparece. Debería haberlo sabido, ¿desde cuando Harold ha sido puntual?




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