Testigo Criminal

CAPÍTULO 18

ELIAS DANKWORTH

Siento un creciente cosquilleo subir por mi pierna derecha y cuando intento mover el brazo, hago una mueca de dolor. Trato de mover la cabeza, pero al más mínimo movimiento, una horrorosa jaqueca me hace gruñir.

—¿Elias?—ligo una voz lejana vagamente familiar, pero no consigo abrir los ojos.—¡Oh, gracias al cielo! Por fin has despertado.—y sin previo aviso, unos largos y delgados brazos me presionan fuertemente contra la cama y no me queda de otra que forzar mi cuerpo a reaccionar.

Hago mi mejor esfuerzo por corresponder a su efusivo abrazo, sin embargo mis brazos se sienten demasiado pesados y mis cuerdas vocales están resecas.

—¿Q-qué ha pasado...?—carraspeo con voz seca y al abrir los ojos, los cierro de inmediato a causa de la intensa luz.—¿P-por qué estoy en la cama?—hago mi mejor esfuerzo por incorporarme, pero Isabella me mantiene firme por los hombros.

—¡Ay, Elias! Sufriste un desmayo. ¿No te acuerdas?—inquiere apartándome los rizos sueltos sobre mis ojo. Niego lentamente.—Aún no me creo lo que tuvimos que ver, ¡menuda fresca esa! Y encima el inmundo de Harold apareció de la nada. ¿Tú lo sabías, Elias? ¿Sabías que Harold había vuelto?—durante todo su discurso, no respira y su voz a adoptado un tono chillón. Como cuando era pequeña.

Yo a penas soy capaz de seguir la conversación y mucho menos entenderla. Muchas imágenes empiezan a cruzarse por mi mente y una de ellas en particular se me queda grabada. Aunque prefiero quedármela para mí.

—¿No?—suena a pregunta, más mi hermana no se da cuenta.

—Claro que podías saberlo, me lo hubieras dicho de lo contrario.—comienza a acomodarme las almohadas y sigue hablando y hablado, pero yo ya no la escucho.—Realmente es un milagro que hayas despertado. Te íbamos a llevar al hospital, pero el médico aconsejó que no sería muy recomendable.

—¿Harold e-está aquí?—balbuceo a penas entendible. Necesito hablar con mi hermano y urgente.

Rápidamente acerca un vaso de agua a mis labios y, casi atragantándome, consigo dar pequeños sorbos antes de toser y recostarme en la almohada que previamente Isabella me ha acomodado. Cierro los ojos cuando sus delicados dedos empiezan a acariciarme la frente tiernamente.
Es relajante. Mamá solía jugar con los rizos de mi pelo cuando era pequeño, pero al enfermarse tuve que ser yo el que cuidara de ella. Las caricias de Isabella me recuerdan a mamá.

—¿De verdad que no recuerdas nada?—susurra continuando con sus somnolientas caricias.—Ojalá pudiera decir lo mismo. No sabes lo que daría para poder sacarme la imagen de papá con la fresca de Daisy de la mente.—farfulla con desprecio, hecho que hace removerme incómodo y opto por no contestar.

De la nada, empiezo a recordar más claramente la escena del otro día y, alejando su mano de mi frente, me pego más contra el cojín. Las palabras que le gritó a padre sobre mi supuesto amiguito se me graban como fuego y, de repente, me siento el peor de las ratas. No por mentir, sino por haberme fijado en un hombre. La expresión de padre cuando escuchó las palabras me lo dejó claro.

—¿Todo bien?—inquiere Isabella frunciendo el ceño al notar mi súbita reacción.

—Tus preguntas son realmente estúpidas, hermanita.—irrumpe la voz sarcástica de Harold adentrándose en el cuarto de lo más cómodo. Al contrario de Isabella, que la noto tensarse apretando fuertemente mi brazo y dejándomelo adormecido.

—Nadie te ha invitado a la conversación.—sisea escupiendo las palabras con odio.—De hecho, nadie te ha invitado a esta casa.—se levanta lentamente de la cama y, sin despegar la vista de Harold, se acerca a él con los puños prietos a los lados.

Siento que el aire empieza a faltarme y los pulmones se me contraen dolorosamente. Me obligo a concentrarme en el techo azul e ir tomando profundas bocanadas de aire, pero nada funciona. Las recomendaciones del doctor no surten efecto y mis pensamientos comienzan a divagar sin orden alguno. 

—Corrección. Padre me ha preparado la habitación de invitados.—la voz de mi hermano me llega lejos, como embotellada y por mucho que quiero gritar, no soy capaz.—Pero tranquila, he declinado la oferta para dejarle el espacio a otra persona.

—¡¿Queréis callaros?!—bramo ahogándome en mi propia saliva.—¡Sois hermanos, por el amor de Dios!—los espasmos siguen descontrolándose y en menos de dos segundos, siento muchas manos sobre mí intentando moverme.

—¡Elias!—exclama Isabella llegando a mi lado y sacudiéndome por los hombros.—Tranquilo, tranquilo. Estoy aquí, mírame.—al ver que no reacciono a su voz, me acuna el rostro entre sus suaves manos. Sin embargo me niego a estarme quieto.—¿Me escuchas? Reacciona, Elias. Estás en casa. Estás a salvo.—insiste sin darse por vencida y ayudándome a boquear por aire.

—T-tú le dij-iste a padre q-que me gusta un hom-bre.—hablar es una fatiga, pero necesito que se vaya.—Te confié el mayor sec-reto de mi vida porque creía que j-amás me traicionarías.—me duele. Duele haber confiado en únicamente una persona y que sea la propia familia la que te dé la espalda. Me esperaba cualquier cosa excepto esto, y mucho menos por parte de Isabella.

Un denso silencio se abre paso por la estancia, dando peso a mis palabras, pero enseguida se encarga de que eso mismo no ocurra.

—Y nunca voy a traicionarte. Jamás te haría algo así.—implora cuando le giro la cara. No quiero creérmela porque sé que al final voy a caer en su red.—Elias, créeme por favor. Me dejé llevar por la ira del momento sí, pero en la vida te expondría ante papá. A la persona que siempre ha estado allí para mí. Por favor, créeme.—su voz es apenas un susurro ahogado y trago fuerte intentando mantenerme firme.

—Pensé que me guardarías la espalda.—yo tampoco puedo encontrar la seguridad para echarla de la habitación, así que me limito a apartarle definitivamente la mano de mi brazo y darle la espalda. 




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