LILIAN KANE
El viento sople fuerte esta mañana de finales de noviembre y congela mis dedos mal protegidos. Son las siete en punto y todavía no hay nadie por la calle, las tiendas están cerradas y el rocío aún decora las copas de los árboles.
En cualquier otro momento me pararía a apreciar el bello y peculiar paisaje de invierno en Bath, pero ahora mi mente se encuentra a miles de quilómetros de aquí. Supongo que se encuentran en algún sitio del otro mundo tratando de averiguar qué fue eso que hizo la pequeña Harriet para despertar el insto de ese horrible ser humano asesino.
Las fotografías que Harold nos proporcionó permitieron avanzar mucho en el caso y esclarecer algunas zonas que no habíamos tenido oportunidad de explorar, pero seguimos con la misma duda. ¿Quién es? ¿Lo conocemos? Solo sabemos que es un hombre de mediana estatura, de clase media alta y con un peculiar anillo de oro en la mano izquierda.
Hace menos de veinte minutos que he vuelto al cementerio de ángeles, pero debido al congelamiento no he logrado sacar nada en claro, sino más interrogantes. El asesinato se cometió en otoño, por lo tanto o las huellas han quedado enterradas y no hay manera de descubrirlas, o congeladas y tenemos que esperar a que pase el invierno. Lo que sería un tremendo inconveniente.
—Detective Kane.—me sorprende una voz femenina desde el otro lado de la acera.—Que grata sorpresa encontrarla por aquí.—Isabella Dankworth me saluda con una radiante sonrisa repiqueteando con sus tacones de aguja la acera helada.
—Lo mismo digo, Isabella.—la tuteo con dos besos y disimulando mi leve incomodidad de ser vista desprevenida.—¿Que te trae por aquí a estas horas? Y tan arreglada, si se me permite matizar.—puntualizo echando un curioso vistazo a su vestimenta para nada casual.
Luce un vestido de vuelo verde esmeralda con escote de corazón y un collar y pendientes de perlas para adornar el atuendo. Aunque lo que más me llama la atención, a parte de su intrincado peinado, son sus gruesos labios rojos y tacones negros altos. Demasiado para ser cómodos.
—Oh, ¿esto?—se señala a sí misma haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.—Hemos tenido una importante reunión en la empresa con los socios y ahora tengo que ir a dar clases.—me muestra una bolsa de tela negra a modo de explicación, donde seguramente llevará las nuevas muestras de tela.—¿Y usted? ¿Qué hace paseando sola tan temprano?—inquiere entrecerrando los ojos en mi dirección.
Al principio me toma completamente desprevenida y no sé qué responder. Supongo que es por eso y porque, de algún modo, Isabella me ha demostrado ser una persona de confianza, que le cuento la verdad.
—Vengo del cementerio.—admito llevándome las manos a los bolsillos del abrigo.—Ya sabes, tengo una hija ahí.—río balanceándome sobre mis pies y apartándome de malas maneras el mechón pelirrojo que se me mete en el ojo y me hace llorar.
—Cierto, lo siento. No pretendía hacerte sentir mal.—se apresura a disculparse abriendo mucho los ojos y la tranquilizo restándole importancia.
—Tranquila, ¿y cómo se encuentra tu hermano?—me apresuro a cambiar el tema y ahora es ella la sorprendida.—Morrison no ha parado de revolotear por la comisaría desde el incidente. Es una mosca cojonera que no sabe esconder sus emociones.—ante mi comentario, veo a Isabella apretar los labios y hacer una mueca que debe pretender ser una sonrisa.
—Recuperándose, aunque la última visita del agente no le hizo muy bien.—responde algo arisca y me muerdo la lengua para no maldecir. Morrison, siempre metiéndose donde no lo llaman. Le dije que se quedara quieto.
—Espero que eso signifique que hayan podido resolver sus problemas.—pronuncio seria dando a entender mi punto.—Así por fin se va a centrar en lo importante de una vez por todas.
—Seguro que sí.—coincide asintiendo dirigiéndome una mirada algo turbada. Por qué.—¿Se sabe algo más acerca del caso? Desde hace semanas que no hay noticias.—se nota que no quiere hablar del tema y pasa de uno a otro con una destreza admirable. Por eso me gusta esta chica.
—De echo, sí. Justo ayer nos llegaron unas fotografías de lo más reveladoras.—frunce el ceño y abre la boca para preguntar algo, pero un soplo de aire helado se cuela por mis huesos y me hace estremecer y toser.
—Estás congelada.—murmura Isabella cuando me sujeta por los brazos y evita que me caiga. Que bochorno.
Sin perder tiempo, se desenrolla la bufanda rosa que lleva enganchada al cuello y me la pasa por encima. Al principio me resisto y la aparto con la mano argumentando que no es nada, que solo ha sido un pequeño bajón, pero este bajón lleva sucediendo desde hace semanas y no tengo ni idea de lo que puede ser.
—Lilian,—pronuncia contundente y me quedo estática al escuchar mi nombre en boca de una persona que no sea mi madre.—no seas cabezota y déjate ayudar, ¿quieres?—y vuelve ese tono dulce y amable que por mucho que quieras, no te puedes negar. A regañadientes me dejo.
Me guía hasta su coche y le indico la dirección de mi casa. Me siento inútil y lo detesto. Detesto la compasión de la gente ante una persona indefensa. Yo no soy indefensa ni débil, puedo sola. Pero cuando miro a Isabella, no veo nada de compasión ni pena. Es por eso que me dejo hacer por primera vez en quince años.
***
—Bonita casa.—elogia cuando nos adentramos a la cocina y mientras ella deja su bolsa en la mesa, aprovecho para recostarme en el sofá y cerrar los ojos.
—Es pequeña, pero suficiente para una persona.—no tengo idea de por qué hablo sin sentido. Seguramente que es porque no quiero que me haga preguntas sobre mi salud, pero para mi sorpresa, no lo hace y vuelve al tema que habíamos dejado.
—Así que, ¿qué son esas fotos tan reveladoras que os llegaron el otro día?—se nota que quiere aparentar desinterés, aunque puedo leer su expresión corporal como un libro abierto y dista mucho de ser tan casual como quiere hacer ver.