Testigo Criminal

CAPÍTULO 25

LILIAN KANE

Cualquier día de invierno en Bath es frío, pero hoy especialmente parece que las temperaturas hayan descendido hasta los bajo cero y mi largo abrigo de piel y gruesos guantes no son suficientes. 

Miro el reloj colgando de la pared del comedor y, pese a que voy a llegar tarde a comisaría, decido prepararme un té con las flores que me regaló Isabella cuando insistí que no quería ir al médico. ¿Por qué se preocupa tanto? Es demasiado buena con todos y algún día le pueden hacer daño.

Apurando lo que me queda de bebida, dejo la taza de cualquier manera en la fregadero y me coloco la bufanda rosa, también regalo de Isabella. Esta mujer...se lo tendría que devolver.

Me apresuro a cerrar la puerta y llegar lo más rápido posible al coche para evitar congelarme viva cuando, al darme la vuelta, tengo que agarrarme a la barandilla para no caer de culo.

—Llévame donde está ella.—suelta sin más dejándome momentáneamente desconcertada.—No he podido pegar ojo en toda la noche pensando en esa maldita carta.—si, eso esta claro. Las ojeras bajo sus ojos san miedo.—Quiero verla.—me reclama dando un paso en mi dirección y es entonces cuando mi cuerpo reacciona alejándose lo más rápido posible.

—Y yo quiero que me dejes en paz, pero al parecer ninguno de los dos va a conseguir lo que quiere.—salto sarcástica como mi única arma de defensa ante tan súbito ataque.

—Tan directa como siempre.—sonríe escondiendo sus desnudas manos en el interior de su americana y juraría que en este preciso instante puedo escuchar el palpitar de mi corazón.

¿Que me pasa? ¿Por qué su simple presencia sigue alterándome de esta manera? Será por el rencor que le tengo. No por cómo se le forman esos pequeños hoyuelos al lado de la boca cada vez que sonríe o por como le aparecen nuevas arrugas alrededor de sus oscuros ojos, signo del paso del tiempo.

—En serio, Frank. Vuelve a tu casa con tu esposa y olvídate de esa carta.—suspiro derrotada pasándome una mano por el rostro. Pronunciar su nombre aún me cuesta y se me hace nudo en la garganta.

—¿Quién te crees que soy?—salta elevando el tono. Sus labios se convierten en una dura y fina línea y su frente de arruga cuando examina mi reacción.—¿Un desalmado que tras enterarse, ¡por carta! que su hija esta muerta se va a ir como si no fuera la gran cosa?—está prácticamente gritando y varios transeúntes se nos están quedando viendo no tan discretamente y mis nervios empiezan a mezclarse con la irritación que su persona me provoca.—¿No crees que como padre tengo el derecho de despedirme de mi hija?

Y esa es la gota que colma el vaso antes de que su delicado rostro termina de lado y mi mano escueza por la fuerza con la que le he abofeteado. En cualquier otra circunstancia habría sabido contenerme y simplemente contestarle mordaz y marcharme, pero por el simple hecho que ha sido precisamente él, no lo puedo ignorar.

—¡Si te hubiera importado lo más mínimo no te habrías ido en primer lugar!—vocifero dando un gran paso hacia delante y quedando a escasos centímetros de su rostro. En este momento no puede asquearme más.—Pero claro, más importante eran los estudios y el buen futuro que podrías tener con una mujer de tu edad que no te supusiera un gran problema.—me carcajeo sarcástica haciendo acopio de todas mis fuerzas para dar un paso atrás y no mandarlo directo al hospital.

—No. Tienes. Ni una remota idea de lo que pasó.—farfulla entre diente siendo él ahora el que dé un paso adelante con una mirada cargada de sentimientos que no logro interpretar. Ha pasado demasiado tiempo y demasiadas cosas.

—¡Claro que no! ¿Como podría?—exploto como si fuera lo más obvio del mundo. Tanto que me sorprende que no lo vea.—Desapareciste cómo si te fueran a ejecutar y jamás fuiste capaz de enviar un carta, un postal, ¡lo que fuera! para saber de tu hija.—lo apunto con el dedo sacando por fin todo lo que me he guardado por tantos años.—Así que te pido que no me vengas con este cuento cuando MÍ hija creció sin un padre.—termino derrotada y sin aire justo a tiempo para llegar al coche y derrumbarme completamente.

***
30 minutos. Media hora. Ese es el tiempo que llevo estacionada frente la comisaría armándome de valor para entrar con la mejor actuación posible. Después de secarme cuidadosamente los ojos y volverme a aplicar algo de rubor por tercera vez, me hecho el último vistazo al pequeño retrovisor y me encamino a paso decidido a trabajar.

—¿Ha llegado algún sobre del departamento de laboratorio?—sorprendo a la secretaria devorando su grasiento burrito. Pero si son las nueve y media de la mañana, por dios señora.

—No, ¿po qué?—niega con la boca llena intentando tragarse con prisas el gran bocado de carne sin atragantarse.

—Panda de ineptos...—refunfuño por lo bajo apretando los puños.—Si llega algo, me informa de inmediato.—ordeno atravesándola con la mirada asegurándome que me ha entendido a la perfección y asiente frenética.

—Como uted diga, detetive.—asegura aún con la boca medio llena y el burrito goteando en el plato. Esta también es torpe. 

Decido subir por las escaleras en vez de coger el ascensor y darme más tiempo para calmar esos nervios que amenazan con salir y arrasar todo a su paso hasta que, a medio camino, me veo momentáneamente incapaz de subir un escalón más y me agarro firmemente a la barandilla antes de doblarme en dos y toser con todas mis fuerzas, tanto que tengo que cerrar los ojos para no marearme y caer por las escaleras.

No es hasta que puedo volver a abrir los ojos, que veo mis manos sujetando un trozo de la bufanda de Isabella manchada de sangre. Mi respiración empieza a agitarse y mis ojos tienen problemas para enfocar un punto fijo. ¿Que me está pasando? ¿Estoy enferma? Ya es la segunda vez que me pasa y si no se me pasa pronto no sé hasta cuándo voy a poder esconderlo. Morrison ya sospecha de mí e Isabella no está demasiado de acuerdo en guardar el secreto. No me puedo arriesgar tanto.




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