Testigo Criminal

CAPÍTULO 26

ELIAS DANKWORTH

—Quiero supervisar todos los químicos antes de ponerlos en desarrollo.—hago un esfuerzo para concentrarme en los papeles que los proveedores me muestran, pero cada vez  e es más difícil.

Últimamente no descanso bien y mi cabeza tampoco me da tregua. He estado manteniendo contacto con Wade porque cada vez mis ansias de saber quién fue y qué pasó son mayores y algo me dice que la llave que le di, será un punto clave.

Son tan solo las once de la mañana y parece que lleve trabajando doce horas son parar. La empresa se encuentra en pleno apogeo y el ruido de los empleados es lo que, en parte, me mantiene en pie.

—¡Elias!—el sorpresivo grito de mi hermana me saca de mi ensoñación, aunque cuando la miro, mi preocupación sale a flote. 

Sus elegantes tacones resuenen por toda la planta y la gente se aparta, asustada, dejándole paso. Su rostro se encuentra distorsionado por la cólera y sus puños se agarran al vuelo de su bonito vestido. Señal inconfundible de autocontrol a punto de descontrolarse. 

—¿Qué haces aquí?—no puedo evitar preguntar, puesto que hoy no le tocaba venir.—¿No tendrías que estar dando clase a los niños?

—Los niños pueden esperar, pero ahora tengo que dejarle un par de cosas claras a nuestra gran amiga.—sisea mirando de un lado a otro como un perro hambriento buscando a su presa.

—¿A quién?—insisto cruzándome de brazos, incapaz de contener la diversión que me causa verla tan alterada por nada.—¿Has olvidado tomarte la tila mañanera o algo?—mi broma no es bien recibida y lo único que consigo es ganarme una mirada matadora que me hace recular.

—De lo que me he olvidado es de no haber cambiado la cerradura de la casa.—escupe con todo el odio que una persona puede ser capaz.—Esta mañana me he dado cuenta que me faltaban unos pendientes que mamá me dejó y, ¿adivina qué? he ido a mirar al vestidor de Daisy y ¡bingo!—aplaude irónica, pero antes de que pueda añadir nada, sigue.—¿Y el broche que nos desapareció hace un tiempo? Bien guardado se lo tenía.

—¿Daisy nos ha estado robando?—inquiero incrédulo sintiendo mis cachetes calentarse al ver a mi hermana asentir muy segura de sí misma.

Lo sabía. Desde el día que la sorprendí echándole un ojo al sótano supe que nos causaría problemas, pero no me esperaba que nos quisiera robar. Puede que eso sea lo que siempre haya querido y cuando tenga lo que necesite, se irá son miramientos dejando a padre de nuevo hundido en la miseria.

No. No voy a permitirle que se vaya de rositas con nuestras cosas. Pertenecieron a nuestra madre, su esposa y no voy a permitir que su memoria se maltreche por una aprovechada cualquiera que se ha levantado la falda y jugado con los sentimientos de un hombre herido por unas míseras libras.

—Y no solo eso,—agrega como si eso no fuera suficientemente grave dando un paso en mi dirección.—no es la primera vez que la engancho husmeando entre el joyero de mamá que tengo en mi habitación. Esto tiene que parar, Elias.—mi cabeza empieza a sentirse ligera y mi respiración se acelera. Puedo fingir que soporto a una persona, pero tengo mis límites y esta mujer los acaba de cruzar todos.

—Créeme que lo termino ahora mismo.—farfullo al ver a Daisy aparecer en mi campo visual.

En ese instante ya no soy capaz de prestar atención a nada más. Todo lo que mi mente logra procesar es el hecho que la nueva "novia" de padre se está pavoneando por toda la oficina con su radiante y habitual sonrisa como si fuera la dueña. Ni lo sueñe. 

De repente, siento una mano firme agarrándome por el codo, echándome bruscamente hacia atrás y devolviéndome a mi lugar. ¿Cuando mis pies se han movido?

—Ahora no es el momento.—sentencia a mi lado, en voz baja y con la vista fija en el hombre que se acerca desde el otro lado de la oficina llegando hasta donde Daisy se encuentra y abrazándola entusiasmado.—Mira como lo tiene, parece que se haya tragado un arcoiris.—simula náuseas arrugando la nariz con asco.—Hay que ser más listos y enfrentarlos cuando tengamos las pruebas necesarias.

Me los quedo analizando por unos segundos más, odiando reconocer que mi hermana tiene razón. Si monto una escena delante de todo el mundo, a parte de no creerme, seguramente voy a ser desterrado de la familia y le voy a dejar camino libre a Daisy para que se quede con todo. Isabella es brillante en estas jugadas.

—¿Y cómo haremos eso?—suspiro resignado aún sin conseguir apartar la vista de la parejita feliz y justamente es Daisy la que nos sorprende viéndola fijamente.—Es mejor actriz de lo que creía.—murmuro viendo como nos saluda efusivamente

—Tranquilo, eso déjamelo a mí.—asegura devolviéndole el saludo fingiendo la sonrisa más falsa que he visto jamás. A mí me cuesta más disimular y me sale más bien una mueca.—Esa zorra aprovechada va a caer como me llamo Isabella Dankworth.—declara antes de dar media vuelta y desaparecer por donde ha venido.

Eso sí, no sin antes pasar por el lado de padre y saludarlo con un sonoro beso en la mejilla, dejándole la inconfundible marca del pinta labios. Hecho que todos sabemos cómo padre lo odia, aunque con Isabella siempre sea indulgente y se ría de sus provocaciones. Esta mujer nunca va a aprender...se parece a mamá. Seguramente es por eso que padre le deja hacer.

***
Dejo el coche aparcado justo enfrente de la comisaría y, sin parar a pensarlo dos veces, me cubro las orejas con la bufanda y me adentro al viejo edificio.

Como ya es habitual, la primera planta de la comisaría es un hervidero de las personas corriendo de un lado a otro imprimiendo todo tipo de documentos, tomándose el café de la tarde o incluso las que se acurrucan delante de la pequeña estufa para coger algo de calor ante el crudo invierno de Bath.

La segunda planta, en cambio, el ambiente que se percibe es más calmado y hasta podría decirse que inquietante. Se pueden llegar a percibir los lejanos murmullos de las salas de conferencias y el constante tecleo de las máquinas de escribir.




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