Testigo Criminal

CAPÍTULO 31

LILIAN KANE

Estoy rodeada de gente, pero es como si me encontrara en un universo paralelo a través del cual solamente fuera una mera espectadora. Una a la que se le ha venido el mundo encima.

El café se enfría. No me importa. Así es como debería haberse mantenido mi corazón durante toda la investigación y no haberme permitido encariñarme con una familia tan estrechamente vinculada. ¿En que estaba pensando? Siempre, desde hace quince años que empecé este trabajo, me he caracterizado por mi racionalidad y desapego por cualquier persona. ¿Por qué esta vez fue diferente? 

«Flashback»

—¿Estás completamente seguro de lo que dices?—dudo forzando la voz.—Es una acusación muy grave y no quiero más fallos.—si la detenemos y al final resulta que es inocente, será el fin de este caso y no estoy dispuesta a renunciar.

—Lilian, han sido los análisis forenses los que han determinado el tipo de sangre.—insiste mostrándome claramente el papel y yo apenas le echo un vistazo.—¡Así que claro que estoy seguro!

Para él es fácil decirlo, no es a la persona que considerabas como buena amiga a la que se le acusa de asesinato. Pero me cuesta creerlo y por mucho que trato de enfocarme en las pruebas y sólo las pruebas, no puedo evitar recordar a Isabella y su carácter vivaz. 

Necesito unos segundos más para examinar los resultados y, reticente, tomar una decisión. Tengo un plan, quiero descubrir la verdad detrás de semejantes atrocidades, pero voy a hacerlo a mi manera y de forma discreta. Si cometo un error a estas alturas, no me lo perdonaría jamás.

—Perfecto, seguiremos el protocolo.—declaro súbitamente tomándolo por sorpresa.—Pero lo haré yo sola.—señalo recalcando la última palabra.

Sin dejarle añadir nada más que pueda hacerme vacilar, le doy la espalda y guardando algunas de las pruebas contundentes junto a mi pistola encaminándome a la salida. Mejor precavida que idiota.

—No vayas a su residencia habitual,—me informa alzando la voz desde el mismo sitio.—se han ido a pasar unos días de vacaciones a la casa familiar de Castleton.

Mis pies frenan en seco y toma una profunda respiración antes de mandarlo a paseo.

—¿Y tú cómo sabes eso?—le recrimino volviéndome hacia él, examinando su atenta postura.—¿Es que acaso lo tenías todo planeado?—salto entrecerrando los ojos al ver cómo su pierna empieza a moverse de un lado a otro. Todo tiene otra explicación. La lógica, sin embargo parece que Morrison no lo ve así y resopla desganado.

—Por si se te ha olvidado, estoy saliendo con el hermano pequeño.—bufonea con una media sonrisa como si fuera lo más obvio del mundo que me interesara lo más mínimo su vida.—Elias se ha quedado por las heridas que sufrió, pero el resto se han ido esta misma tarde.—informa claro y convencido de sus palabras. 

Eso tendría que saberlo yo. Por algo soy la detective, no una trabajadora más.

—Ni se te ocurra pasarte de listo conmigo, Morrison.—lo amenazo con la mandíbula prieta saliendo a grandes zancadas de la oficina.

***
La carretera a Castleton es oscura y estrecha. Las pocas farolas que alumbran el camino sirven más bien para adornar y los adornos para vomitar. A medida que avanzo, el frío y la humedad se van filtrando por las rejillas de la ventana hasta calarse en mis huesos. 

Una mala sensación se instala en mi pecho y no me puedo deshacer de ella, es como una angustia que me impide pasar saliva y altera mi pulso normal. Así que hago un esfuerzo por bloquear toda clase de pensamientos que puedan hacerme flaquear y me enfoco solamente en los copos de nieve que manchan el parabrisas.

—Harold, ¿me escuchas?—finalmente decido que debería poner sobre aviso a Harold de lo que está a punto de pasar.

—Un poco mal, pero sí.—su voz me llega algo entrecortada a través del viejo auricular instalado en el coche patrulla. No es un buen aparato, pero es práctica.

—Me estoy dirigiendo a la casa familiar donde os estáis alojando.—...—Me temo que ya hemos encontrado al asesino y necesito que te asegures que no sale de casa hasta que llegue.—no me sale decir su nombre y Harold tampoco necesita escucharlo. Con tan solo esas palabras, asiente sin mucha sorpresa y cuelga.

¿Es que acaso...? ¿Ya lo sabía? Imposible, si lo hubiera sabido no habría accedido a trabajar con nosotros en primer lugar. Quizá...¿lo sospechaba?

Estamos tan cerca, pero a la vez tan lejos de resolver este rompecabezas que me marea el simple hecho de pensar que puede que haya sido la única estúpida que no lo vio venir.

Cuando llego al pequeño y pintoresco pueblo, me sorprende la quietud y paz que se respira. Desde la calle se pueden ver las ventanas iluminadas y las chimeneas echando humo, sin embargo, en las calles no se puede ver ni un alma en pena. Me da la sensación de ser un mero observador dentro de este gran teatro.

No es hasta que me adentro al corazón del pueblo, dónde me encuentro todo el bullicio. Gentes enormes amontonadas tratando de abrirse paso hacia el frente, policías rasos corriendo de un lado a otro manteniendo la calma en los presentes e incontables coches patrulla y ambulancias. ¿Qué está pasando? Parece como si hubiera ocurrido algo grave.

Haciendo sonar las sirenas en lo alto de mi coche, consigo abrirme paso entre los transeúntes ofuscados y detenerme frente a una lujosa casa de madera.

—Detective Kane.—me anuncio mostrándole mi placa al rechoncho guardia que se acerca sin aliento.—Se me ha informado del incidente, cuál es la situación actual.—Finjo que tengo la menor idea de lo que sucede y parece que funciona porque el hombre, aunque reticente, relaja su expresión y procede a explicar. 




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