Testigo Criminal

EXTRA (1)

*Meses atrás*

La noche es perfecta. La luna llena brilla en el cielo como la estrella predilecta del universo y la adrenalina corre por mis venas mezclándose con la sangre.

Hoy es el día. No puedo dejarlo pasar otra vez y si fallo, tendré que volver a cambiar de táctica y esperar otro mes. No, decidido. Voy a salir esta noche.

Atenta a cualquier sonido sospechoso, me asomo por la puerta de mi habitación y me aseguro que todos duermen. Sólo se escuchan los leves ronquidos de papá y las constante las sacudidas de Elias. Perfecto.

Rápidamente, abro el cierre del fondo del armario y de ahí saco mi traje conmemorativo para estas ocasiones. Es bastante simple, solamente unos pantalones negros de pana sujetados por dos tirantes, una camisa blanca por dentro las hebillas y una americana marrón a cuadros para disimular las posibles y muy molestas, marcas de sangre. Odio cuando no se están quietas.

El uniforme está viejo y desgastado por el repetido uso, pero es tremendamente cómodo y elegante, lo suficiente para no levantar sospechas en caso de emergencia. Además, con este mismo traje es con el que empecé a ayudar a niñas como yo a librarse del dolor y le he tomado cariño

Termino de arreglarme el pelo en un impecable moño y lo escondo bajo el sombrero de copa antes de echar un último vistazo al pasillo y abrir la ventana.

***
El viento sopla frío y le congela las manos, pero me aseguro que mi pelo largo queda perfectamente escondido bajo el sombrero y mi rostro lo mas alejado posible de la luz. Por mucho que ha estas horas sólo se vean borrachos y ladrones, prefiero no jugármela.

Apresurando el paso, llego a mi primer destino de la noche y, con un escandaloso chirrido, abro la puerta del jardín de los Ángeles y me adentro entre la nieve y la maleza.

—Ha pasado mucho tiempo. Demasiado.—hablo a nadie y a todos a la vez.—La última vez recé por el corazón de papá y ahora te rezo para que me acompañes en esta placentera noche y veles por las almas que están a punto de abandonar este mundo.

Elevando mi vista al cielo, observo el oscuro y estrellado firmamento antes de cerrar los ojos y sonreír con pa suave brisa de septiembre.

Es la época idónea para recolectar mis flores predilectas "Las Tora". No son muy comunes en Bath debido al clima, pero realmente abundantes en nuestra casa familiar de la montaña.

No sé que es lo que tanto me atrae de ellas, si el vivo color liloso en sus pétalos o lo letal que un simple roce puede ser.

Con cuidado de no tocarlas directamente con la piel y asegurándome los guantes de seda, corto dos tajos de Toras (no quiero quedarme sin para Lilian) y las envuelvo cuidadosamente con mi bufanda rosa que solía pertenecer a mamá.

Hablando de mamá...tengo que hacerle una visita antes de marcharme. Es de mala educación no avisar que llegarán nuevos invitados.

Me aseguro que el pequeño cofre quede bien enterrado cerrándolo con la llave que siempre traigo colgada en la muñeca y me encamino hasta la lápida de nuestra querida madre.

—Buenas noches, mamá. ¿Cómo has estado?—pregunto irónica conteniendo una risita.—Seguro que te estás sintiendo algo sola ahí arriba, pero no te preocupes que hoy te presentaré a una buena amiga.

Pasa mis dedos alrededor de las letras que forman el nombre de mamá "NOMBRE". Si me hubiera hecho caso, no me habría visto obligada a actuar. Le advertí que el tiempo puede convertirse en el enemigo de una persona que lo quiere todo, pero no quiso escucharme.

—Normalmente te traigo flores, pero es que hoy las necesito. No te enfades, te las devolveré pronto.—le doy unas últimas palmaditas a la lápida y le doy la espalda saliendo del jardín dando saltitos.

***
La calle residencial donde vive Harriet está desierta, tanto que se logra percibir el movimiento de las hojas producido por el viento y yo no puedo estar más feliz por ello. No tendré tantas complicaciones para esconderme, aunque con este disfraz cualquiera pensará que se trata de un hombrecillo sin importancia.

A paso decidido me encamino hacia la puerta de la considerable casa y espero pacientemente hasta que la niña me abre con una sonrisa radiante que borra al instante que me ve vestida de ese modo.

—¿Profesora Dankworth?—su voz es más bien un aleteo.—¿Qué hace vestida de hombre? ¿Ese es su disfraz para Halloween?—inquiere sacando sus propias conclusiones dejando ver la emoción en sus ojos.

—Primero que todo, llámame Isabella cuando no estemos en clase. Me haces sentir vieja.—bromeo agachándome para quedar a su misma altura.—Y segundo, sí. Tengo planeado volver a utilizar este disfraz, ¿crees que doy miedo?—sonrío de lado pellizcándole juguetonamente la nariz.

—¡Nooo!—sacude exageradamente riendo jovial.—Te pareces al doctor ese barbucho y con mal aliento.—niega haciendo una mueca con los labios y tapándose la nariz.

—¡Me ofendes!—exclamo llevándome una mano al corazón y aprovechando la ocasión para entrar a su casa empujándola por los hombros disimuladamente.

Nunca antes había estado aquí, pero inspeccionando rápidamente mi alrededor, puedo hacerme una idea de la composición de la casa. Es de estilo clásico y las pequeñas escaleras que dan al segundo piso se encuentran al fondo de la sala.

A mi derecha se encuentra un hermoso y espacioso salón decorado con muchos cuadros y repleto de alfombras. Ahí mismo hay una delicada mesa de madera con un montón de libros apilados y el sofá está ocupado por los múltiples juguetes de la niña.

—¿Estabas jugando a las canicas tu sola?—inquiero al ver el semejante desparrame de bolas a lo largo de la alfombrilla.

—Cuando mis papás se van me aburro mucho y como a papá no le gustan los animales, no tengo nada con que distraerme.—hace un mohín cruzándose de brazos mirándome con ojos de cachorro.—¿Jugarías conmigo?—su tono esperanzado me causa ternura y no puedo ocultar una sonrisa divertida ante su petición.




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