Testigo De Un Criminal

PREFACIO

!!!ALERTA!!!:

NO ES PARA PERSONAS SENSILBLES.

CONTIENE VIOLENCIA, VIOLACIONES, GOLPES, SECUESTROS Y TORTURA.

TE ACONSEJO QUE SI NO SOPORTAS EL SUFRIMIENTO DE OTROS NO LA LEAS, PERO SI ERES DE ESTÓMAGO DURO ¿QUÉ ESPERAS PARA PASAR A LA SIGUIENTE PARTE?

*No está basada en hechos reales. Todo lo que aquí se cuenta es ficticio.
*Personajes propios.
+20.
*Creación propia (se prohíbe su copia) 

 

 

1979 • LUISIANA E.U.

Elaine. Así comenzó todo, con seis precisas letras que formaban el inusual nombre de aquella pequeña infante, un nombre difícil de pronunciar, la unión de dos sonidos totalmente distintos, i-layn. El viaje de la lengua que acaricia el borde de los dientes y el paladar. Una dócil niña de cabello castaño, ojos aperlados y piel morena. Una niña que aún mantiene de pie la gran admiración que le otorgaba a uno de los hombres más importantes de su vida. Rodrigo Collins. No sólo su padre, también la estrella principal que para ella da sentido y forma a una galaxia entera. Su cuidador. Su protector. Su mejor amigo. Su mentor. Sí, Elaine podrá sentirse orgullosa de decir que jamás le hizo falta nada, que su padre la amaba, que su madre la amó, que la llenaban de regalos, juguetes y revistas para colorear, que gozó de una vida dichosa, pero que, lamentablemente aquella vida no era nada más que prestada. Un día, esa misma vida se fue a lo más oscuro y remoto de sus pesadillas. Una desaparición que sería simplemente el preludio de lo que se volvería la pesadilla número uno de los Collins, y que también, se volvería el terror de todo un país norteamericano. Un suceso que narraría un nuevo capítulo, una nueva oleada de espantosos crímenes, secuestros y asesinatos, pues un peligroso y letal asesino en serie andaba suelto en las calles de Luisiana, Estados Unidos.

Merry Crosport, de ahora apellido Collins, corría bajo el torrencial. La mujer de cabello castaño, ojos tristes y preocupados, se abrazaba el cuerpo tratando de cubrir la bolsa plástica rebosante de distintos medicamentos. Aquella tarde de diluvio, ella usó jeans de mezclilla, tenis deportivos y un suéter entallado. Corría presurosa bajo las incontables gotas que salpicaban los charcos y los hacían crecer. Merry había abandonado la seguridad y calidez de su casa, su intención había sido buena. Un poderoso instinto materno que la obligó a salir y dirigirse a una vieja farmacia de la zona. Regresaba empapada después de la fuerte lluvia que escurría mojando cada centímetro de su cuerpo. Los oídos le zumbaban, y en su garganta apenas aparecían los primeros síntomas de una futura enfermedad. Su pequeña hija de tres años había enfermado, y por ende debía hacer algo para sanarla.

¿Qué eran, público querido? Ya solo se podían contar los pasos para llegar de nuevo a su morada. Estaba por doblar a la esquina, cuando de repente, la tragedia sucedió.

Los ojos perversos que la asechaban entre las calles casi oscuras decidieron atacarla. Una mano se levantó y la golpeó con una barra de acero.

—¡Aaaaaaah! —ella luchó con todas sus fuerzas. Se arrastró por las calles, se tocó la cabeza con la mano derecha y notó la sangre en su piel —. ¡AYÚDENME! —gritó más fuerte.

Sus gritos se perdieron en medio de la tarde oscura que aumentaba su ausencia de color con la nubosidad gris de las nubes.

—¡Ayúdenme, por favor!

Esos gritos profundos, desesperados y de los que provocaban cubrirse los oídos para no seguir escuchándolos. Esos gritos que te dejaban con una gran culpa desesperante al no poder hacer nada para salvarle del letal peligro.

Esa tarde, Merry Crosport desapareció.




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