Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 1

Once de Abril 2013

 

CROWDER E.U.

Siete años han pasado y se han solidificado desde que el pequeño pueblo de Crowder, Oklahoma, Estados Unidos se vio envuelto en el máximo de sus escándalos terrenales tras el secuestro y brutal asesinato de la joven Sara Elizabeth Allen, a manos de quien se esperaba ser su máxima prueba de amor. Erick, Erick Howard. Después de esos acontecimientos, el condado se volvió un lugar silencioso, frío y distante. Tomó mucho tiempo para que las personas volvieran a confiar en sus calles, en los oídos de sus paredes y en los callejones oscuros que seguirán guardando ciertos secretos.

Las Allen desaparecieron al igual que la familia Howard. Nadie supo nada más de ellas, o al menos su paradero, nadie a quien de verdad le haya importado su bienestar. Es mentira que cuando alguien muere, el mundo deja de rodar; nada se detiene, el luto nunca será perpetuo, y la frustración algún día dejará de existir. Hay quienes ya tienen sus vidas hechas, hay quienes han olvidado lo que sucedió, y hay quienes hasta el día de hoy no han conseguido eliminar los pensamientos de todo lo que vieron y de lo que pudieron capturar sus mentes. Los policías, por ejemplo.

¿Se puede detener algo, que ni el mismo culpable sabe cómo comenzó?

Martha Susan se encontraba de pie frente a su escritorio, sostenía el teléfono en la mano y miraba cómo su querida compañera, y actualmente amiga, se había quedado dormida tras estudiar el caso Wallas, un pequeño robo de la Calle 32.

—¡ELAINE!

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasó? —como si el tiempo estuviese jugando en su contra, ella despertó. Estaba confundida. El que se hubiera levantado de golpe le provocó un fuerte dolor de cabeza que de inmediato se convirtió en un mareo.

—¿Te sientes bien? —la cuestionó.

—Sí, sí estoy bien. Perdón, me quedé dormida.

—Ya me di cuenta de eso. Tu padre ha llamado y ordenó que en cuanto regresaras le devolvieras la llamada.

—¿Le dijiste que me quedé dormida?

—Por supuesto que no. Tampoco sería tan cruel para delatarte. Le dije que estabas de rutina en un viaje de revisión fronteriza.

—¿Y te creyó?

—No, así que será mejor que le llames.

Pasaron siete años desde que el caso Allen conmocionó a todo un condado entero, sin embargo, muchos sucesos cambiaron el lugar y las situaciones. Elaine siguió viviendo en Crowder, pero prescindió de todo el trabajo que casi la convierte en investigadora profesional. Ella lo argumentó de la siguiente manera: dijo que deseaba sentirse libre, de poder respirar tranquila y lejos de las pesadillas, pues sabía perfectamente que dedicándose a dicho empleo y área en la investigación, solo acrecentaría el recuerdo de los espantosos meses con avances y retornos, diferencias, miedo y clasificaciones realmente espantosas. Su mente se había destrozado tratando de descifrar al sociópata que ocasionó todo y cada uno de sus pesares.

Ella esperó en la línea mientras el teléfono sonaba, y cuando finalmente alguien lo cogió al otro lado, ella suspiró. Deseaba escucharse aparentemente tranquila.

—Hola, papá, ¿de casualidad me llamaste?

—Te llamé hace un par de horas, pero Martha Susan me comentó que estabas fuera. ¿Tienes algún problema en el que te pueda ayudar?

Aquello se le hizo raro, pero no objetó nada.

—No te preocupes papá, son solo algunos pendientes. Vamos Roy, dime qué sucede.

—Necesito hablar contigo. Es algo importante.

—Seguro, te escucho.

—No Elaine, no quiero hacerlo por teléfono. Escucha, estoy llegando a Crowder, ¿te parece si te veo en tu departamento?

—Me parece perfecto.

No se dijeron nada más y ambos cortaron la llamada. Elaine apretó el teléfono contra sus labios permitiéndose pensar en todo lo sucedido. ¿Rodrigo en Oklahoma? Por supuesto que era raro, y si para explicarlo es necesario repetirlo, diremos que en siete años cambiaron muchas cosas. El agente veterano Collins decidió mudarse a Manhattan con la intención de sanar y olvidarse de aquel pasado que tuvo que vivir, y no me refiero al caso de Sara Elizabeth, sino a un pasado realmente distante, un pasado con un terror que ni el mismo Howard podría haber conseguido en su tiempo. Me refiero a algo mucho más siniestro, perverso y cruel.

Cuando el agente llegó a su casa, Elaine lo hizo pasar, le recibió con un enorme abrazo y dejó dos tazas de café caliente sobre la mesa de la cocina.

—Bueno papá, ya me tienes aquí. ¿Qué es eso tan importante que no me pudiste decir por teléfono?

—Elaine—la miró sin reparos, así era Rodrigo—. Volker se está dejando morir.

—¿Qué? Disculpa si sueno un poco grosera, papá, pero ¿a mí por qué me interesaría saber algo de él?

Rodrigo suspiró.

—No lo hago con la intención de que te preocupe.

—Sería una burla si lo hicieras.

—Hija, te conozco más que nadie en este planeta, y sé que incluso después del desplante que te hizo cuando le pediste ayuda, decidiste buscarlo…




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