Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 2 (Parte 1)

Se habían necesitado algunos días para que los demás escuadrones de seguridad se pusieran alerta. La principal jefatura de Baton Rouge-Luisiana se puso en vigilancia después del testimonio contado por el agente Rodrigo Collins, por lo que el Equipo Especial de Vigilancia, Rescate y Detención desplegó a la mayor cantidad de hombres que harían vigilia en las principales calles y carreteras del estado.

—¿Todo en orden? —preguntó Elaine, subiendo a una de las avionetas de la policía que los trasladaría hasta Virginia.

Martha Susan, el propio Rodrigo y Michelle Stefan (una agente en el campo de investigaciones de Luisiana) abordaron la avioneta esperando al aterrizaje en la pista 64 de Richmond.

Cuando el avión logró controlar su estabilidad, Martha Susan se cambió de lugar pasándose al asiento continuo de la agente Collins.

—Elaine —le dijo—, ¿te sientes bien?

—¿Por qué no debería estarlo?

—No lo sé, tal vez porque vamos a la casa de los Howard, y…

—Es parte de seguir adelante —ella cortó con un aire sombrío de desdén.

—Lo entiendo. Si necesitas algo, sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿de acuerdo?

—Gracias Susan. De verdad te lo agradezco.

Después de más de siete horas, un poco de turbulencia por la abundante nubosidad y un desayuno de almendras, los agentes comenzaron a percibir los senderos, calles y casas de la ciudad. Virginia era diferente, una sensación fría y brumosa bañaba la ciudad, pues ese día, la calidez de su capital no estaría presente.

Los agentes pasaron al centro de policías principal del estado, saludaron a los presentes y les fueron asignados un par de guías; dos oficiales locales que los llevarían a su destino.

—Hemos llegado, he aquí la Casa Howard —la primer patrulla se detuvo, y de ella bajaron Elaine, Rodrigo y el oficial al mando, mientras que de la segunda, bajaron Martha Susan, Michelle Stefan y el segundo oficial.

Cuando Jadela y Morgan Howard decidieron desaparecer del mapa, intentaron que fuese lo más realista posible. Madre e hijo adquirieron una pequeña casa en un vecindario alegre, tranquilo y con vecinos muy apegados a la religión. Sin embargo, la mudanza también se llevó consigo un sentimiento de lejanía y pérdida. Jadela tuvo que lidiar en contra de todos esos malditos demonios de su pasado, pues su prioridad ahora más que nunca, estaba en cuidar a Morgan, el único hijo y pariente que le quedaba. Tras el arresto de Erick, decidió que era momento de defender a Morgan con su vida misma si así fuese necesario.

—Bien hija, aquí la tienes. La nueva casa de los Howard.

—¿Qué sucedió con su casa en Oklahoma —Michelle Stefan no pudo contener sus ganas de preguntar.

—Quedó abandonada. Por lo que tengo entendido, la señora Howard intentó venderla, pero dados los espantosos sucesos que ocurrieron ahí dentro, nadie quiso comprarla, así que simplemente la abandonaron.

—Qué trágico final para una casa tan bella. No me vea así, agente Collins, antes de aceptar el caso, mis superiores me pusieron al tanto de todo, y también me informaron acerca del Dulce Demonio, según como los medios de noticias le llamaron.

—Dulce Demonio —las palabras parecieron acariciarla—. Sí, así llamaron a Erick después de su arresto.

—Elaine —su padre se colocó detrás de ella—, encuentro más prudente queseas tú quien hable con Morgan de lo que está pasando.

—¿Yo?

—Bueno, hija, tú tienes un poco más de relación con el caso.

—Sí —ironizó—, seguramente a Morgan le agradará verme después de lo que le hice a su hermano. ¿Cuántos años ha de tener? ¿Unos trece, catorce?

Los agentes procedieron a pararse frente a la puerta, Elaine tocó el timbre y casi de inmediato una mujer blanca los atendió.

—¿Señora Howard…?

—¡AH NO! ¡No aquí! —ni siquiera dos segundos habían pasado cuando Jadela devolvió la puerta, intentó cerrarla y comenzó a gritar. Había reconocido a Elaine— ¡Fuera, fuera, o llamaré a la policía!

—¡Nosotros somos la policía, señora! —desde afuera, Martha Susan le gritó.

—¡Jadela, necesitamos hablar!

—¡NO! ¿¡Que es lo que quieres, Elaine!? ¡Has destruido mi vida!

—¡Escúchame Jadela, es algo importante lo que tenemos que decir…!

Entonces la puerta se abrió, la mujer salió y sujetó de los hombros a la agente.

—¿Le ha pasado algo a Erick? Dime por Dios que no le ha pasado nada a mi Erick —en sus ojos había terror.

—No señora, Erick está bien.

—¡Entonces, largo!

—¡Jadela! Te pido que te calmes y nos dejes hablar.

—Está bien, pero en cuanto me digas lo que tienes que decirme, te darás la vuelta, tú y toda tu manada, y se largarán de nuestras vidas para siempre.

Elaine miró a su padre.

—Jadela, no es contigo con quien quiero hablar… Es con tu hijo, Morgan.




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