Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 3 (Parte 1)

ANTES

¿A quién no le conmueve el ver a un pequeño niño llorando en medio de una fuerte tempestad, con los pies descalzos y las manos cortadas por un intento vano de conseguir comida? Creo que a casi todo el mundo, menos a un hombre, pues para este sujeto, este tipo de seres indefensos pasan desapercibidos. No existen, no valen la pena, y si así lo hicieran, no sería él quien se apiadaría de ellos. Portador del apellido Kennedy, John Volker Kennedy Lawrence, un hombre muy diferente de aquella familia tan aplaudida y querida por el país Norteamericano.

Es frecuente que alguien al que le podemos nombrar con el seudónimo de algo tan siniestro y aterrador, pero a la misma vez interesante, haya contado, o cuente con un estilo de vida turbante. Una vida difícil y duros años por recorrer hasta quedar justo en este punto. ¿Quién no ha escuchado que los villanos no lleven un pasado carente de sentimientos? Son muy pocos, porque sí han existido, seres humanos que tras haber recibido una calma amorosa y tener a sus familias completas, deciden tomar este lado perverso de la historia, arrebatando vidas y proclamándose a sí mismos un gran ser omnipotente.

Como todo bebé que nace, ya sea bajo la luz de un hospital, o en condiciones de abandono; un infante no precede siendo un psicópata que más tarde perpetraría los más crueles homicidios que terminarían escandalizando a todo un país entero. O tal vez sí. El mundo y su completo desbarajuste de posibilidades.

Matthew Kennedy y Salina Lawrence; dos habitantes de Shreveport, Luisiana, contrajeron matrimonio en el verano de 1958. Los dos amantes parecían estar llevando una vida plena, cargada de vibras emotivas y a la espera de lo que para ellos era un futuro prometedor. Ambos lados de las familias eran muy apegados a la religión, haciendo que cada domingo por la mañana, la pareja estuviese sentada en las largas bancas de la iglesia, escuchando al reverendo dar la tediosa misa dominical.

Para el año de 1960, sus vidas se verían asentadas en un total cambio. Los Kennedy dieron a luz al único de sus primogénitos. Así nació John Volker Kennedy, un niño que sin duda alguna estaría dotado de increíbles capacidades mentales. Volker, desde pequeño, mostró un interés y capacidad de percepción impresionante hacia los objetos que conformaban su entorno. Durante las tardes de verano, el niño salía al jardín trasero de su casa, se tiraba sobre el césped recién cortado y observaba el cielo. Le gustaba imaginar que volaba y descubrir cosas nuevas; ya fuese alguna ave nueva sobrevolando los cielos, o simplemente la gran variedad de autos viajando en la carretera.

Al principio todo marchaba bien, ni tanto exceso de cariño ni tanto abandono. Salina Kennedy tenía una extraña obsesión por comprar muñecas antiguas. La mujer las coleccionaba y a veces permitía que su hijo le ayudara a acomodarlas en los estantes de su habitación. Las veces que Volker no se hallaba con su madre, permanecía al lado de su padre realizando alguna faena doméstica. Desgraciadamente la alegría de aquella familia no se quedaría por mucho tiempo.

En este escrito que hoy nos presenta el propio Volker, viene un apartado en el que señala que los familiares cercanos de su padre, tildaban a su familia como una anomalía extraña e irregular de costumbres exageradas. A Matthew no le gustaba que su esposa e hijo interactuaran con el resto de personas, y si algunas veces lo llegó a permitir, fue solamente con la congregación de cristianos que formaban parte de su círculo de iglesia. Otro punto a señalar de este hombre, era que durante las festividades de navidad, obligaba a su familia a quedarse en casa, y a las doce en punto de la medianoche, tomaba de la mano a Volker y lo conducía, a él y a su esposa, al interior de una de las habitaciones, en donde colocaba un santo diferente para rezarle y pedir abundancia para el futuro. Volker detestaba esto, en su escrito especificaba que sentía este ritual como una ofensa hacia su madre y hacia él mismo, pues en repetidas ocasiones, Matthew se quejó de ellos como si realmente se sintiera arrepentido de tenerlos.

—Señor, te pido, hoy que estoy ante ti, que perdones mis errores. He de prometerte que intentaré remediarlos el día que parta y colme mi arrepentimiento dejando atrás todo mi pasado que ahora forma parte de mi presente. Ayúdame a seguir adelante, que esta vida que me ha tocado no limite mi personalidad. Te pido por favor me regreses la dicha de la que alguna vez fui afortunado de tener y te lleves lo que hoy en día me atormenta.

El presente eran ellos; su madre y él. ¿Acaso Matthew se estaba arrepintiendo de haber formado su vida con ellos? Esto Volker lo pudo constatar cuando la miró a ella llorar, el niño observaba la rabia en los ojos de su madre cada vez que miraba a su padre y le recriminaba su existencia sin pregonarlo. En aquel tiempo imaginó que esos actos eran consecuencia de las duras palabras de su padre, pues jamás imaginaría el verdadero significado de esas lágrimas. Unas lágrimas que en realidad estaban encubriendo un abuso sexual.

Volker dijo que alguna vez vio a uno de los hermanos de su padre, Christopher Kennedy, salir de la habitación que Matthew y Salina compartían. Dijo que cuando el hombre se marchaba, él corrió hacia la puerta, se asomó en ella y vio a su madre tendida sobre la cama. Dijo que no supo describir realmente lo que pasaba, pero que al verla a ella llorando y abrazándose el cuerpo desnudo, sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Quizá en ese momento Volker no lo vio como un acontecimiento que dañaría su vida, pues recordemos que en ese momento tenía solamente cuatro años de edad, pero que sí lo consideró un suceso que le dejaría algunas interrogantes.




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