Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 8

ACTUALIDAD

Las sirenas de los policías sonaban en lo más alto de las calles, sus autos daban vueltas y derrapaban en los pequeños callejones del pueblo. Varias patrullas se dirigían a la casa de los Howard en Virginia tras el desesperado llamado de la ciudad de Luisiana, pues según las palabras del agente a cargo, Rodrigo Collins, la vida de la señora Jadela Howard estaba en peligro.

—¡Policía! —gritaron los uniformados abriéndose paso entre la puerta y los muebles del lugar.

El recinto parecía ser una espantosa imitación barata de las casas de terror, solo que a diferencia de ellas, la sangre que había en las paredes era real. Había manchas por todos lados, huellas de zapatos y manos que evidenciaban un intento salvaje de la víctima por defenderse. Los hombres apuntaron con sus armas en todas las direcciones, en cada rincón y espacio disponible, pero la casa estaba vacía.

—¡Morgan Howard! ¡Venimos de parte del FBI! —pero nadie respondió.

—¡No está aquí!

—¡Ni aquí!

—¡Búsquenlo!

Pero no lo hallaron hasta que una de las oficiales bajó al sótano con la idea de realizar una revisión más a fondo. Para la sorpresa de todos, Morgan se hallaba tendido sobre una mesa, envuelto totalmente con una bolsa de costal lo habían amordazado y atado de manos y pies.

—¿¡Morgan Howard!? Tranquilo, vamos a sacarte. Somos la policía.

—¡Se llevó a mi mamá! ¡Tienen que encontrarla!

Sin embargo, cuando la misma oficial se dio la vuelta para pedir que enviaran a los paramédicos, observó con horror cómo en la puerta de madera se hallaba pintado con sangre el característico símbolo que Volker Kennedy solía dejar en el pecho de sus víctimas cada vez que atacaba.

—Esto es espantoso. Alguien tiene que dar aviso a Luisiana.

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—Elaine —su padre entró a la oficina. Tenía noticias importantes—. Ya está, encontraron a Morgan y lo van a traer a Luisiana sano y salvo.

—Jadela, ¿qué hay de Jadela?

—Hija, no hay rastros de ella. Los oficiales encontraron manchas de sangre como si se hubiese intentado defender, pero se cree que Dante consiguió llevársela.

—Dios mío, ¡Dios mío! ¿Qué le voy a decir a Erick? ¿¡Qué le voy a decir!?

—Elaine…

—¡Papá, le prometí que cuidaría a su familia! ¿Qué voy a hacer si Dante la mata? ¡Maldita sea, cómo no lo anticipé antes!

La agente recogió sus expedientes, los arrojó al interior de uno de los cajones de su escritorio y salió. Necesitaba desahogarse, y estúpidamente lo haría con la persona menos indicada.

—¡Volker!

—¿Ya viste qué hora es? ¿Para qué diablos hiciste que me sacaran de mi celda?

—¡Dante se llevó a Jadela! ¡Dios, Volker, se la llevó! ¡Esto es tu culpa!

—¿Disculpa? Elaine, te juro que si estas malditas cadenas no me sujetaran a la mesa, ya te habría cocido la boca.

—¿¡Por qué no descifraste la carta antes!?

El hombre permaneció sereno.

—No recordaba el significado de los símbolos.

—Si Dante asesina a Jadela no sé cómo diablos se lo voy a decir a Erick.

—Elaine, no soy nadie para decirte esto, pero te recuerdo que tienes cosas peores en las qué preocuparte. Dante va detrás de ti, y con cada muerte se te acerca más. No deberías estar preocupándote por la madre del bastardo que te arrebató a tu mejor amiga, Melissa o cómo rayos se llamaba.

—¿Te estás escuchando? Bueno, en realidad no puedo esperar mucho de alguien como tú. Yo, a diferencia tuya sí tengo sentimientos. Además, no me preocupa tanto lo que Erick me dirá, sino lo que sucederá con Morgan si algo malo le llega a suceder a su madre.

—No te preocupes demasiado, dudo que Dante quiera asesinar a un adolescente varón. A no ser que sus pulsiones homosexuales regresen.

—¡Cierra la boca!

—Tú fuiste la que me hiciste venir. En este momento estaría durmiendo felizmente con la idea de que al planeta se lo está cargando la chingada, pero no. Estoy aguantando tus rabietas de niña inmadura que… ¿Cómo te convertiste en policía?

—Volker.

—Te molesta porque es la verdad. No sirves para ser policía, Elaine, mucho menos para ser una agente del FBI. Estoy seguro que muchos de esos permisos para salir a campo fueron en realidad firmados por la influencia de tu padre.

—¡Volker!

—¡Vamos, ponme una mano encima y te acusaré por abuso de poder!

—Suficiente —Rodrigo entró, había escuchado toda la discusión escondido detrás de la puerta—. Elaine, vete a dormir, yo devolveré a Volker a su celda.

Pero en cuanto Elaine dejó la sala, Rodrigo se sentó en la silla frente a su contraparte.

—¿Qué intentas lograr con todo esto?

El asesino le sonrió.

—¿Hace cuánto tiempo no tenemos una conversación así?




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