Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 10 (Parte 1)

ACTUALIDAD

Un par de botas para montaña bajaban de los enormes senderos del parque Milford Wampold Memorial. La mujer llevaba una gigante mochila a cuestas, una botella de agua y un par de herramientas para realizar senderismo. Había culminado con su travesía por los enormes campos forestales, y ahora planeaba regresar a casa, no sin antes entrar al área de los baños para lavarse la cara. Pero cuando abrió uno de los cubículos, la sorpresa que ahí se encontró le hizo gritar y salir despavorida.

En el interior de este, había una mujer muerta. Ataviada con un vestido azul, zapatos blancos y un enorme moño que combinaba con el resto del atuendo, colgaba de las paredes suspendida por un par de listones rojos y cuerda, una enorme cuerda que se envolvía alrededor de su cuello.

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Durante toda la noche y gran parte de la madrugada, a Elaine se le pudo ver sentada en el sofá del recibidor. La mujer tenía las sábanas a su alrededor y las hojas del escrito de Volker en sus manos. Seguía sin poder dormir, y para su desgracia, la taza de café pronto llegaría a su final.

En su consternada mente, seguía reviviéndose el debate interno de regresar a Texas y contarle a Erick sobre el secuestro de su madre, o, dejar las cosas así y que alguno de los demás guardias le contase lo sucedido, pues ella no se sentía con el valor suficiente de hacerlo. Estaba aterrada.

Recordemos que ella y Rodrigo se hospedaban en el mismo departamento, y aunque ocupaban habitaciones diferentes, la luz de las lámparas era lo suficientemente fuerte como para llegar hasta el cuarto del agente y despertarlo. Cuando Rodrigo notó esto, salió al encuentro de su hija.

—Elaine —le dijo con gentileza—. ¿Qué haces? Son las cuatro de la mañana, falta poco para que amanezca. ¿No piensas dormir al menos unos cuantos minutos?

Ella levantó su mirada.

Fue entonces que él se dio cuenta, cuánto era la tristeza de su hija, pues Elaine estaba llorando.

—Ya tomé una decisión, padre. Voy a Dallas y veré a Erick. Le he pedido al estado una orden para que Morgan pueda venir conmigo. Me siento terrible, pero le tengo que decir la verdad y después entregar a Morgan a una casa hogar.

—¿Estás segura de que es eso lo que en realidad quieres hacer?

—No, no lo quiero, pero tengo que hacerlo. Deseo con mi alma quedarme con él, darle una casa, una familia, pero…

—Elaine, si haces eso, toda tu vida la condenarías a vivir con culpa. No es cariño lo que sientes por ese joven, en realidad es el fantasma de la culpa que te intenta obligar a pedirle perdón por medio de atenciones y recompensas.

—Morgan no tenía la culpa de nada de lo que sucedió.

—Y ahora yo te pregunto, desde que Volker era un homicida múltiple que vivía en libertad, ¿alguien tuvo culpa de lo que pasó? ¿Tú la tuviste?

—No.

»Mi decisión está tomada. Iré a Dallas y procuraré que Erick se despida de su hermano, de lo contrario, el estado actuará y jamás podrán despedirse.

—Hija, ¿sabes lo violento que Erick se pondrá cuando le reveles la verdad de lo que le pasó, y podría pasarle a su madre?

—Sí Roy, sí lo sé, y también sé que me va a querer destrozar cuando se lo diga. Pero, ¿sabes lo que voy a conseguir con eso?

—¿Qué cosa?

—Una parte de mi libertad.

Aquella mañana, Elaine y su joven acompañante salieron del estado de Luisiana, teniendo por objetivo la Institución Correccional de Columbia de Dallas, la prisión de máxima seguridad en el estado de Texas. Collins no sabía a quién tenerle más miedo, si a su insípida confianza en Morgan Howard, o la reacción ya anticipada que Erick tendría al escuchar la noticia.

La agente tomó aire una vez más, y al escuchar el sonido de las alarmas y el de la puerta abriéndose, un desmedido escalofrío le recorrió la espalda.

Había una pared totalmente de cristal que dividiría el encuentro, y aunque lo deseara con todas sus fuerzas, Morgan no podría tocar a su hermano.

Finalmente Erick apareció, esposado hasta el cuello y custodiado por tres guardias que le duplicaban en peso y tamaño.

—Erick —el muchacho corrió hacia él, apoyó sus blancas manos sobre el vidrio de protección y comenzó a llorar.

—¿Morgan? —es verdad que el escarnio de Erick podría alcanzar niveles demasiado lúgubres e inquietantes, pero lo que ese día sucedió, fue algo totalmente distinto.

¡Fueron lágrimas! ¡Enormes lágrimas con las que él se contagió y también comenzó a llorar! Erick Howard, el Dulce Demonio se estaba desmoronando y no había nada, ningún poder humano que pudiera ayudarlo.

Elaine lo supo, supo que debía ser ella quien se lo dijera, quien le rompiera el corazón —si es que lo tenía—, y recibir el golpe de todos los reclamos y ataques que Erick dejaría caer sobre ella. Pero la conmoción le ganó el juego, vio a Morgan llorar, y entonces entendió que no se detendría hasta que su alma muriera junto con su progenitora.

—¿¡Qué te pasa, por qué estás llorando!?

—¡Se la llevó! ¡Se llevó a mamá!




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