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—Tengo que reconocerlo. Una manera endemoniadamente ingeniosa como aterradora de ocultar palabras en un papel. No me sorprende que a tu corta edad pudieras ingresar a los estudios superiores.
Volker estaba harto, todo el día se la había pasado escuchando los sermones y reclamos de Gaby, así como también recuerdos y burlas sobre su pronta ejecución.
—¿Podrías cerrar la boca de una maldita vez? Gabriela, tu voz siempre me ha dado dolor de cabeza.
—Es curioso que ahora me lo pidas, porque fue exactamente lo mismo que yo pensé hace muchos años cuando no dejabas de parlotear sobre tu absurda inocencia.
—¡Guardia, sáquenla de aquí! ¡Ni siquiera es una policía en activo!
—¡Volker! —Collins abrió la puerta de golpe, entró y sus ojos destilaban una furia incontrolable, fue tanto que ni siquiera pudo reparar en la mujer que la observaba con asombro.
Su padre entró detrás de ella.
—Elaine —la voz de Volker fue firme. Tampoco se puede decir que hubo alegría o alivio en ella, pero sí un sentimiento de orgullo y superioridad al verla viva.
—¿De verdad Volker? ¿De verdad me fui dos días y has detenido las investigaciones durante todo ese tiempo solo por una rabieta?
Él le sonrió.
—Pensé que Dante ya te había cortado la cabeza.
—¡La nota, Volker, la nota!
De pronto, los ojos de la agente viajaron hacia la mujer de la mesa.
—Gaby —le dijo y un poderoso instinto le ordenó que la abrazara. Sin embargo, Gabriela no se lo permitió.
—Qué gusto me da verte, Elaine. Mírate, convertida en toda una mujer y en toda una agente especial.
—Yo la entrené mejor que su padre —Volker susurraba desde su asiento.
—¿Hace cuánto regresaste, Gaby?
—Hace apenas unos días, y mira con lo que me encuentro. ¿Te dijo tu padre que fui quien encontró a la víctima de Milford Wampold? Me hallaba haciendo un viaje de senderismo cuando… Todo mi pasado regresó.
Después de unos minutos, el silencio de Volker fue abrumador. Se había quedado callado, con el marcador en la mano y una mirada de severa sorpresa.
—¿Qué dice? —Rodrigo se acercó a él, y fue entonces que en la hoja de papel leyó el siguiente texto:
Cuando me hablaste de él, lo describiste como un lugar horrible, dijiste que estaba lleno de suciedad y arañas, dijiste que de niño lo detestabas, e incluso pensaste destruirlo. Me hubiese encantado cumplir ese sueño, pero lo único que he logrado hasta el momento es cambiar muchas de las cosas que te asustaban por objetos que ahora van a encantarte.
Hasta entonces, diles que te he visitado.
—¿Hasta entonces, diles que te he visitado? ¿Te ha visitado en dónde? ¿Te ha venido a ver a la cárcel?
—No.
—¿Entonces? ¿Crees que se refiera a los lugares en los que viviste hace muchos años? El orfanato de Cumbres, los departamentos de la universidad, los departamentos cerca de Terry’s, algún otro orfanato. ¿En dónde Volker?
—En ninguno de ellos. Yo le hablé de un lugar, un lugar horrible del que deseaba salir corriendo. El único lugar que detesté toda mi vida.
—¿Cumbres?
—No. El cuarto de muñecas de mi madre.
Policías, camionetas enteras y cargadas con oficiales y soldados salían a las calles en un desfile que no parecía tener fin y que alimentaba la curiosidad y el morbo de la gente. El agente Rodrigo Collins se equipaba con el cinturón de armas y el respaldo de varios policías más, entre ellos las oficiales que formaban parte de su principal equipo; Martha Susan y Michelle Stefan.
—¡Vamos! ¡Tenemos que llegar a Shreveport antes de que oscurezca! ¿A dónde crees que vas, Elaine?
Sus compañeras le prestaron especial atención.
—¿Cómo que a dónde? Voy con ustedes.
—Olvídalo. Dante te quiere a ti, y no voy a arriesgarme a que lo consiga.
—¿¡Y qué quieres que haga!? ¿Qué me quede de brazos cruzados?
—Estás más segura quedándote con Volker y Gabriela, que viniendo con nosotros.
—¡Papá, no me puedes hacer esto!
—¡Este no es tu caso, yo soy tu superior y te estoy dando una orden!
El aroma en el aire, el oscurecer de la tarde y el insoportable sonido de la incertidumbre regresaron al agente a la peor época del año. Se trataba de una aterradora sensación que en su larga vida solo pudo experimentar dos veces; cuando le informaron de un cuerpo hallado en el Perkins Road, y el segundo, cuando en sus ojos se pintó la tranquilidad de saber que por fin atraparía a uno de los asesinos más grandes y aterradores de todo el estado.
Estaba cerca, tocaban territorio Kennedy y una fuerte corazonada les indicaba que Dante estaba ahí.
—¡FBI! —el agente Collins derribó la puerta y se adentró en la casa. Ya no le importaba si Dante estuviese dispuesto a recibirlo con disparos o con explosivos, pues si el atrapar al replicador implicaba que el agente tendría que morir, lo haría con todo gusto.
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Editado: 07.05.2024