Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 11 (Parte 2)

Agosto, 1983.

Entre el sonido de las máquinas de respiración que reverberaba entre los pasillos y en cada una de las habitaciones; los electrocardiogramas; las enfermeras que atraviesan los corredores llevando carritos repletos de pastillas, sueros y jeringas; y los inquietantes alaridos de los enfermos que piden sanar, entre todo este bullicio de extrañas mezclas se le veía a un hombre, de bata blanca y guantes de látex, sentado, esperando y añorando su pronto regreso a casa. Agonizaba en silencio y se lamentaba no poder continuar con su vida como él hubiese querido. Volker Kennedy consiguió de manera muy rápida, un puesto como ayudante de cirugía en el West Feliciana, el Hospital central de Baton Rouge. Y afortunadamente que solo lo consiguió como auxiliar del cirujano a cargo, pues la primera intervención en la que él fue testigo, no ayudó mucho a su carrera y pensamiento delictivo.

Algo había cambiado totalmente en Volker, pues ahora esas ganas, esos deseos por aprender y ayudarse así mismo, se habían transformado en algo totalmente siniestro, un pensamiento pedestre de asesinar a todas horas, de ver a una mujer bajo los focos de una cirugía que le permitiera conservar su valiosa vida. Este hombre de aquí había dejado de ser John, y el asesino real lo había alcanzado.

La dirección del hospital lo había llamado, al parecer el cirujano Derek Holmberg no se presentaría, y como Volker había sido su auxiliar durante casi un año entero, a la dirección le pareció favorable que fuera él quien realizara la intervención quirúrgica. No obstante, la pregunta que radicaba fríamente en el campo era la siguiente: ¿Volker quería hacerlo?

—Doctor Kennedy —una de las enfermeras fue en busca de él—. La paciente llegará en media hora, por si gusta comenzarse a preparar.

Este año no había sido bueno, para nada bueno. Los asesinatos cesaron, pero ¿a qué costo? Merry pagó ese alto precio, pues si bien hasta ese momento Volker había prescindido de tocarla, las duras palpitaciones de su cabeza lo orillaron a hacerlo. Las caricias y palabras aparentemente tiernas que alguna vez tuvo con ella, actualmente se transformaron en constantes abusos sexuales.

Volker estaba entrando al cuarto de cirugía, se había lavado correctamente las manos, puesto todo su equipo de operación y parecía estar listo. Tampoco se levantará una mentira en su contra, tampoco diremos que para ser su primera operación sin supervisión de un cirujano entrenado, lo hizo mal, no, sino todo lo contrario. Cuando la cirugía terminó, y luego de casi cuatro horas de agonizante intranquilidad, la paciente salió con vida y en una mejor condición en comparación con la que había llegado.

Ese día Volker Kennedy se ganó los aplausos, las felicitaciones y el respeto de la mayor parte de las enfermeras que lo ayudaron y sus colegas médicos. Pero también se ganó la idea de ponerle un límite a sus acciones.

Cuando levantó su rostro mojado, se miró a sí mismo en el espejo del baño, miró a un médico especializado y muy bien entrenado, lamentablemente esa máscara no era él. Estaba fragmentado, pues no hay otra palabra que describa perfectamente el deslinde de estas dos aparentes personalidades, y digo aparentes porque no lo eran del todo. Eran dos apariencias que él quería demostrar en dos lugares completamente diferentes. John era el médico, el estudiante que ingresó a la universidad con las mejores notas y salió de ella para enfrascarse por completo en el mundo laboral. Por otro lado, Volker era el asesino, el famoso Artífice de Muñecas que hasta el momento tenía en su larga y contundente lista a ocho mujeres asesinadas. Volker era el maestro, el mago del crimen, el hombre que gozaba burlarse de la muerte, que había conseguido atemorizar a todo un país entero y el hombre que siempre parecía estar insatisfecho.

Cuando el día se terminó, Volker planeaba regresar a los Departamentos Stan, había subido a la furgoneta y estaba listo para marcharse; cuando de pronto, en la casi soledad de la calle, se percató de una extraña mujer que trataba de mantener su propio equilibrio sobre la acera. Volker la observó durante algunos segundos, constató que nadie lo estuviese viendo y salió a su encuentro.

—Disculpe —le dijo—, ¿se encuentra bien?

La mujer lo miró, trató que sus ojos permanecieran abiertos y después se dejó caer en sus brazos.

—¿Señorita? ¿Qué le sucede?

—No sé, no sé qué está pasando… Me siento realmente mal.

El hombre le tocó la frente, revisó sus ojos y examinó la comisura de sus labios, fue entonces que se dio cuenta de lo que realmente sucedía; Heder Peters, su verdadero nombre, había sido drogada, y posiblemente habían utilizado éter para hacerlo.

—Ayúdeme por favor, no me deje sola. No sé qué está pasando y no sé en dónde estoy.

—Trata de calmarte.

—Estaba con unos amigos, comencé a sentirme mareada, y después, después no sé qué pasó. Solo quiero ir a casa, por favor.

John tuvo la oportunidad de auxiliarla, cargarla y llevarla hasta el interior del hospital en donde la ayudarían a recuperarse. Caía la década de los ochentas, y por ende, la época de los abusos sexuales estaba en una de sus mayores cúspides, sin embargo, y para desgracia de esta pobre muchacha de solo diecinueve años, el hombre que la sostenía entre sus brazos no era John, sino Volker.

Cogió a la chica, la cargó y llevó hasta la furgoneta en donde más tarde desapareció sin que nadie pudiera verlo.




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