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El cuerpo de Laura Lynch fue hallado en los límites del estado de Luisiana con Nueva Orleans. La policía estaba indignada y los habitantes furiosos, pedían a gritos que se detuviera al asesino o que por lo menos se duplicara la seguridad de las calles y sus negocios.
El agente Rodrigo, Martha Susan, Michelle Stefan y Elaine se hallaban dentro del cuarto de interrogatorios, pero a diferencia de las veces pasadas, esta vez Volker ya no se hallaba con ellos. Era temprano, los agentes recopilaban toda la información que Volker escribía en la pizarra y se preparaban para regresar a la oficina central, cuando de pronto, uno de los guardias abrió la puerta y entró corriendo. El hombre tenía un importantísimo mensaje para entregarles.
—En la línea seis se encuentra un hombre que desea hablar con el recluso Kennedy.
—¿Un hombre? —los agentes se miraron entre sí.
—Es Dante.
Los guardias se movilizaron rápidamente, corrieron de un lado a otro y prepararon el rastreo de llamadas para que los discos pudieran grabar cualquier cosa que ambos individuos se dijeran. Por otro lado, un par de uniformados acudía por Volker a su celda. Para el momento en el que los agentes llegaron a la sala de comunicación, Volker era escoltado hacia el teléfono.
—Lo vamos a rastrear, deja que se quede al menos tres minutos en la línea —le avisó uno de los guardias.
Mientras sostenía el teléfono en sus manos, sentía un sudor frío inexistente recorrerle la espalda, el estómago comenzaba a dolerle y el corazón aporreaba su garganta cruelmente. Cuando Volker Kennedy consiguió llevarse el teléfono hasta el oído, vio como los agentes de investigación se posicionaban al otro lado del vidrio divisor.
—Diga —soltó su primer palabra.
—¿Por qué has tardado tanto?
—Los guardias me estaban trasladando hasta aquí.
—No me refiero a eso. La carta. Se supone que la primer carta debiste entenderla mucho antes de que yo fuera por esa mujer.
—Pasaron tantos años que, no recordaba los símbolos.
—¿Pero sí la recuerdas a ella?
Los ojos de Volker se encontraron con el rostro de Elaine.
—No, Dante, también a ella ya la olvidé.
—Mentiroso. ¿Cómo podrías olvidarte de ella cuando tienes algo muy similar conviviendo contigo.
—Ni de lejos es igual a ella.
—¿Por qué me estás haciendo esto, Volker?
—¿Haciéndote qué?
—Yo fui parte de ti…
—Estás muy alterado, tienes que calmarte.
—Fui tus ojos, tus manos, tus pies y muchas veces me sentí formar parte de tus pensamientos. ¿Por qué me has dejado por ella? ¿Por qué?
—Dante… —un inusual ruido lo dejó en silencio— ¿Qué es eso? ¿Qué estás haciendo?
—Los estás ayudando, los ayudas para detenerme.
—Dante…
—En este momento intentan rastrearme, ¿no es así? ¿De verdad quieres que vaya a prisión? ¿De verdad vas a botar todos nuestros años por alguien que no te quiere ni de lejos? ¿Por alguien que te aborrece y desearía verte en la silla eléctrica? Esa mujer te detesta por ser el asesino de su madre.
—Dante —su voz de Volker se había tornado amenazante.
—Entiéndelo, para Elaine Collins tú solo representas odio, y en cuanto tenga la oportunidad, te abandonará en el corredor de la muerte.
Entonces el grito de una mujer reverberó por la bocina del teléfono. Ese era el ruido que Volker había escuchado, pues para el momento en el que Dante estaba realizando la llamada, su décima víctima, Kressteen Ledboord estaba siendo torturada; Dante le quemaba los genitales con un soplete de gas.
Collins observaba todo en silencio, cuando de pronto una alteración de inquietud le hizo entender su lenguaje corporal; pues en el momento en el que Volker se rascó la frente, todo se rompió.
—¡No! ¡Corten la llamada, lo está convenciendo!
—¡No se puede, la tiene que cortar él!
Elaine se abrió paso entre los guardias, lanzó la puerta corriendo hasta él para arrebatarle el teléfono y asestarle el cuerpo con un desmedido empuje que lo hizo estrellarse con la pared trasera. Sin embargo, Collins no contaba con que la máscara, dueña que gobernaba el control del asesino, tendría mucho más poder que el de John.
—¡Elaine, regresa! —su padre vio horrorizado cómo Volker se lanzaba contra ella, cómo la envolvía en su enorme tamaño y amenazaba con romperle el cuello de un solo movimiento.
Las alarmas comenzaron a sonar, los guardias y varios policías llegaron, apuntaron con armas de todo tipo de calibre al sujeto y de pronto la pequeña sala de comunicaciones se había transformado en un campo de batalla.
—¡Volker Kennedy, suéltala o dispararemos!
—¡NO! —pero Elaine estaba demasiado consciente como para permitir que lo asesinaran—. ¡Nadie haga nada!
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Editado: 07.05.2024