Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 16 (Parte 2)

2

El timbre sonó y todos los estudiantes salieron a reunirse en los pasillos. Elaine transitaba los escalones de salida cuando una llamativa patrulla se hizo acreedora de su atención. La joven sabía de quien se trataba, así que no le quedó de otra más que caminar hasta ella y abordarla.

—Es muy extraño que vengas por mí al instituto. Suéltalo, ¿qué sucede?

Rodrigo se frotó la nariz y echó a andar el auto.

—Elaine, creo que ya no necesito disfrazarte la realidad después de todo lo que ha pasado.

—Eso ha sido siempre, pero nunca lo has querido entender. Dime, papá, qué está pasando? ¿Qué te tiene así?

—¿Recuerdas al hombre que te saludó ayer por la tarde?

—Sí, el mismo que me dijo que eras un excelente policía.

—Elaine, no te digo esto para asustarte, pero sí quiero que estés preparada para cualquier cosa que pueda suceder. Ese hombre es…

—¿El doctor Kennedy?

—Sí —Rodrigo frunció el ceño—. ¿Cómo sabes eso? Me habías dicho que él no te dijo su nombre. ¿Me mentiste?

—No papá, no te mentí. Ayer escuché lo que hablaste con Gabriela.

—Bueno, no te voy a reclamar nada, pero sabes que no debes hacer eso. Mis conversaciones muchas veces suelen ser privadas.

—Y te pido una disculpa, padre. ¿Ahora, me dejarías ser yo quien te haga un par de preguntas?

—Adelante.

—Esa fotografía que me mostraste ayer, se me hizo un tanto familiar. ¿Ya lo habías entrevistado antes?

—Un par de veces, pero que yo recuerde, en ninguna de ellas estuviste presente.

—De hecho sí. Fue hace mucho tiempo, él estaba en tu oficina.

—Ya lo recordé. Sí Elaine, era él quien estaba conmigo cuando tú y tu nodriza llegaron.

—¿Sabes? Ahora entiendo tu enorme insistencia por mantenerme lejos de él. Papá, ¿tú crees que es él el responsable de la muerte de mamá? Vamos papá, dijiste que ya no tenía caso disfrazarme la realidad.

—De su muerte y de todas las demás.

—¿Crees que es él el asesino que tantos años has buscado?

—Elaine —este la miró—, vamos a tener que regresar a Luisiana.

—¡No! De ninguna manera vamos a volver ahí. En Dallas me siento muy feliz. Tengo amigos, un colegio estable y una vida tranquila. No me hagas regresar a Luisiana, por favor.

—Con Volker Kennedy de vuelta estoy seguro de que los homicidios van a volver a comenzar.

—Papá, tú no tienes nada qué ver en ese caso. Mamá está muerta, ahora la investigación la ha tomado la UACPC, y yo no quiero volver.

—Me iré sin ti.

—No lo harías, Rodrigo. No me puedes dejar.

—Por supuesto que no te puedo dejar, y es por eso mismo que tomaré la iniciativa de protegerte. Eres mi vida, Elaine, te amo como jamás he amado a alguien, y si algo te pasara, jamás me lo perdonaría. No quiero que Volker se te vuelva a acercar, y si para eso tengo que regresar a Luisiana y enfrentarme con él, lo haré con todo gusto.

—A mamá le hubiese gustado que permanecieras conmigo.

—Amaba a tu madre, y también por eso volveré, para hacer justicia en su nombre.

—¿Y qué pasa si Volker regresa cuando tú estés ahí? ¿Qué tal si me quiere hacer lo mismo que le hizo a ella?

—No lo voy a permitir, hija. Ni Volker ni nadie será capaz de ponerte un dedo encima. Te lo prometo.

3

Las risas dentro del coche se encerraban como lo mejor que nunca había sucedido. Dos hombres mayores, uno más que el otro, pero con los mismos sentimientos de hace muchos años. Volker y Dante habían bebido bastante, y ahora los dos se hallaban casi perdidos entre risas, gritos y halagos que se regalaban el uno al otro. De verdad que aquella noche Volker se hallaba feliz, pues de no ser así, justo ahora lo estaría considerando un momento patético y estúpido.

—¿A dónde piensas llevarme?

—Tengo ganas de recordar mis buenos momentos.

No demoró mucho tiempo para que Dante se diera cuenta de que el auto se alejaba de la ciudad para internarse entre las montañas hasta la parte del bosque forestal que alguna vez ellos dos compartieron.

—¿Qué le pasó a la cabaña? —Volker bajó del auto y señaló el lugar que ahora estaba vacío—. Dime que no la encontró la policía.

—No te preocupes, no la encontró nadie.

—¿Entonces?

—Tuve que deshacerme de varias cosas, precisamente por el temor de que alguien la encontrara. Después de que se diera a conocer las muertes de los dos excursionistas, la policía vigiló durante mucho tiempo estos rumbos. Tuve que destruir la cabaña.

—Entonces, ¿nos quedamos sin escondite?

—No del todo. Cuando tú te fuiste, me encargué de que nuestro secreto siguiera a salvo.

—¿Qué hiciste Dante?




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