Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 16 (Parte 4)

Enero, 1991.

Fue durante la tercer semana del nuevo año que Volker Kennedy pudo recuperar su antiguo trabajo en las grúas de Terry’s. volvió al mando del volante de una nueva grúa, pues como bien ya se lo había dicho a Dante, se sentía más cómodo y contento manejando durante horas y en diferentes calles de la ciudad una práctica grúa que vivir bajo los reflectores de los hospitales que detestaba.

—Qué gusto me da tenerte por aquí, hombre —el dueño del establecimiento, un Bryan Hotchner bastante viejo y acabado, se acercó a él, le sonrió y le palpó un par de veces el hombro.

—Le agradezco que me haya vuelto a contratar —Volker supo fingirle una sonrisa.

El olor a pintura, aceite y jabón corriente completaban sus necesidades tanto como los homicidios completaban a su asesino interior. Lamentable-mente no podemos decir que recuperó su hogar en los departamentos Stan, pues el lugar ya estaba siendo alquilado por una familia de cuatro integrantes, y debido a la renta de las demás habitaciones, no quedaba ni una sola que este pudiese adquirir. Fue así que Volker optó por alquilar una modesta casita en la Avenida Town Hall #244.

Rodrigo y el comandante Danield’s observaban en completo silencio, y bajo un rostro de poca miseria, cómo el agente Coleman se encargaba de entrevistar a un, según la UACPC, potencial y peligroso sospechoso, aunque de sospechoso no tenía nada.

—No sé por qué siguen perdiendo su tiempo en sujetos como estos.

—Bueno —Daniel’s se burló de él—, podrías entrar ahí y decirle tus grandes sospechas sobre el doctor Kennedy, así te toman por loco y te terminan expulsando del caso.

—Iré a mi oficina.

—Collins —su jefe lo detuvo—. Te conozco desde hace muchísimo tiempo, y sé sobre la enorme determinación que transita por tu sangre, pero de verdad te pido que cuides lo que haces. Sabes que al primer error que cometas, razones tendrán para correrte, o lo que es peor, para encarcelarte.

Rodrigo se encerró en su oficina, pidió completa privacidad pues estaba a punto de reabrir los viejos expedientes que alguna vez él selló antes de abandonar. El agente estaba a punto de retirar la cinta de seguridad de la última caja, cuando su teléfono comenzó a sonar. Era Elaine.

—¡Papá! —gritó—. ¡Me quieren poner un vestido! ¡Envía a la policía!

—¿Un vestido? —su padre se sonrió.

A pesar de que la palabra vestido tenía un significado totalmente oscuro para él, pues pensaba en esa palabra como varios cadáveres de mujeres colgando de los árboles, dejó de lado aquella naturaleza y se concentró en los alaridos de su hija.

Comenzó a reírse de ella.

—No quiero ni siquiera imaginar el verte así. ¿Por qué te quieren poner un vestido, mi amor?

—En el instituto se va a celebrar un baile…

—¿Un baile? ¿Y quién va a ser la pobre alma afortunada de llevarte?

—Nadie. Iremos Sara y yo juntas.

—Dime que no asistirá con ustedes el hijo de Brandle Howard.

—¡NOOOO! Ni siquiera lo menciones, Sara podría escucharte y eso sí sería una desgracia. No te preocupes, no hay manera de que el chico de los Howard se nos acerque, creo que él estudia en otro instituto, un poco lejos del nuestro.

Pero mientras la joven muchacha, de entonces quince años, no paraba de lanzar una gran cantidad de blasfemias en contra de Erick Howard, Gaby y Manases entraron a la oficina de Rodrigo rompiendo la advertencia de privacidad.

El agente los observó durante algunos segundos, y no fue necesario que aquellos dos le indicaran que debía colgar el teléfono.

—Elaine —le dijo y ella guardó silencio—, tengo que irme. ¿Te parece si hablamos luego? Así podrás contarme cómo te fue.

—Te amo papá, cuídate —entonces la llamada se cortó.

—Rodrigo —habló Manases—, tenemos otro cuerpo. A este lo hallaron a las faldas del Monte Sano, al costado de la autopista 110.

Coleman se pegó a los tres agentes bajo la excusa de vigilar a Rodrigo, asunto que Collins no cuestionó y prefirió ignorar, nada más que para su propio bien. El problema es que era imposible ignorarlo, el sujeto no paraba de hablar y repetir las mismas indicaciones que claramente Rodrigo ignoraría.

—Qué pestilencia. ¿Cuánto tiempo lleva el cuerpo aquí? —el pobre hombre se cubrió la nariz, consiguiendo que Rodrigo, compañía y el resto de policías y forenses que había en el área lo mirasen extrañados.

—Véalo de esta forma, señor agente de la UACPC, ya pueden soltar a su “potencial sospechoso”, pues con esto queda más que claro, que él no lo hizo.

—Guarde silencio, señora, yo decidiré cuando sea momento de soltarlo.

—¡Mitsi! —Collins se acercó a ella.

—¡Oiga, regrese aquí, usted no puede tomar decisiones! —y Coleman se fue detrás de él.

La nueva víctima se llamaba Arlene Hawk, y como todas las anteriores, su cuerpo yacía colgando de un par de ramas y con la marca del asesino clavada sobre uno de sus senos. Arlene había sido cruelmente torturada, sus rodillas estaban destrozadas, sus genitales calcinados y tenía la mandíbula rota, no tenía órganos ni tampoco pezones, y sus pies casi estaban cercenados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.