Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 17 (Parte 3)

3

Martha Susan se levantó y comenzó a sobarse la cadera. Las largas horas sentadas y arremolinadas en aquel diminuto cuarto interrogativo les estaba pasando factura a sus adoloridos cuerpos.

—Iré por café allá arriba. ¿Gustan que les traiga algo?

—Un Latte Macchiato estaría bien —fue entonces que las tres miraron con seriedad a Volker.

—Bueno, no me traigas nada si no quieres.

—Yo estoy bien —Michelle Stefan también se levantó—. Iré por algunos documentos que necesitamos y regresaré lo más pronto posible. De paso pediré que nos proporcionen una línea telefónica para este cuarto.

—Elaine, ¿tú no quieres nada?

—Un café estaría bien, y si pudiera estar cargado, me sería perfecto.

—Debo irme. ¿Vas a estar bien?

Collins miró las cadenas que apresaban al hombre.

—Lo estaré. Solo, no tardes, por favor.

Cuando la agente volvió a ocupar su silla y la habitación se quedó en completo silencio, una fuerza explotó en su pecho y la impulsó para hacerle la pregunta:

—¿Por qué te la has pasado mirándome todo el tiempo que llevo aquí?

Volker la encaró.

—¿Disculpa? Ahora tengo que escucharte farfullar sobre tu creencia de ser el centro del universo.

—Ya estoy harta de tener que soportar tu espantoso sentido del sarcasmo, maldito psicópata de mierda —azotó sus manos contra la mesa—. Llevas burlándote de la investigación desde el primer día que nos plantamos aquí, tengo el aliento de un maldito asesino respirándome en el cuello ¡y no estoy de humor para soportarte!

—Me asombra que sigas viva. Por eso te veo —confesó sin más.

—Entonces más te vale sacarme algunas fotografías, porque puede ser la última vez que me tengas en persona.

—Siéntate —no lo dijo molesto ni tampoco lo dijo burlándose, lo dijo serio—. ¿Qué te pasa, Elaine, qué tienes?

—Me llamó.

—¿Cómo consiguió tu número?

—No lo sé. Tal vez lo encontró en algún directorio.

—¿Qué te dijo?

—Muchas cosas interesantes.

—¿Por ejemplo?

—Me dijo que… —el teléfono dentro de su bolsillo comenzó a sonar. La agente tuvo que cortar la frase y enfrascarse completamente en la llamada que iba a atender; se puso de pie, caminó un par de centímetros lejos de la mesa y la atendió.

No era nada que le agradaría escuchar. Pasaron unos segundos, Collins contestó que acudiría lo más pronto posible, y antes de que pudiera acercarse a la puerta y pedirle a los guardias que regresaran a Volker a su celda, su cuerpo casi se estrella contra el de Martha Susan y los tres cafés que cargaban sus manos.

—¿Qué pasa?

—Encontraron un cuerpo y temen que se trate de Jennifer Douglas.

—¡Oye! ¡No te vayas sin darme mi café! ¡Martha, Susan o como te llames! —las dos salieron y los gruñidos de Kennedy se quedaron atrás.

La peste era terrible, una combinación mortal de lejía y carne descompuesta inundó el callejón. Collins no necesitó preguntar de quien se trataba, pues cuando Joselyn Kepler salió a recibirla, le entregó, cubierta por un plástico protector, la identificación original de Jennifer Douglas.

—Quería que la reconocieran pronto porque se la colocó sobre el pecho.

—Era lógico. Ahora va a seguir con la secuencia.

—¿Quién sigue después?

—Hasta donde tengo entendido, va a ser algo grande. La siguiente víctima tiene que representar perfectamente a Salina Kennedy.

—¿La madre biológica de Volker?

—Así es. Puede que sí la replique, o, puede que no. Ya no lo sé.

Las horas se pasaron, Elaine no tuvo la misma fuerza para regresar a la prisión y encontrarse de nuevo con una parte de su pesadilla, mucho menos para continuar con la conversación que quedó pendiente entre ella y Volker sobre lo que Dante le había dicho. No tenía interés de levantarle el ego diciéndole que Dante lo simbolizaba como su padre, y también como el de ella. Ya casi terminaba de leer el famoso escrito y su estómago estaba revuelto. Tomó la decisión de encerrarse en su departamento intentando procesar todas las muertes que hasta ese momento la venían persiguiendo. La habitación se hallaba bañada en una semioscuridad, iluminada únicamente por una tenue luz que le permitía devorar las palabras escritas en la confesión de tinta y papel; cuando de pronto, una pequeña lágrima de frustración cayó ensuciando su lectura. Lloró, se removió entre los cojines del sofá, y después de años en los que no lo había hecho, sintió extrañar a su madre.

La verdad estaba plasmada ahí, escrita entre borrones y un montón de sucesos que llevaron a los protagonistas a un solo resultado.

—Nunca lo atrapó —se dijo a sí misma con una fuerte desilusión—. Ni siquiera mi padre pudo contra él.

Efectivamente. Volker no había sido atrapado, él mismo se entregó.




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