Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 18 (Parte 1)

ANTES

Volker pasó las yemas de sus dedos sobre los brazos desnudos de Ashley. Dentro de aquel afán necesitaba saber si los somníferos que había puesto en su bebida, eran lo suficientemente fuertes como para derribarla durante toda la noche. Y al darse cuenta que, a pesar de su cosquilloso tacto ésta no despertaba, sonrió satisfecho mientras tomaba un abrigo del armario y salía.

La noche lo bañó con su sereno, pasó y dejó atrás varios faroles de luz que iluminaban la calle desierta, cuando, a lo lejos en lo que era el final de un oscuro callejón sin salida, pudo distinguir la silueta abrigada de su compañero de tantos años.

—Dime que nadie te vio venir —se recargó a su lado, apoyando su cadera en el auto mientras encendía un cigarro. Extraño, porque a Volker no le gustaba fumar. Más que nada lo hacía cuando se sentía inquieto o agobiado.

—¿Me das uno?

Él le ofreció la cajetilla.

—Conseguí algo. No sé si vaya a gustarte.

—Físico —exigió saber.

—Castaña, piel blanca, ojos oscuros…

—Con eso me basta. ¿La tienes aquí?

—Está en la cajuela —Dante se dio la vuelta, rodeó el frente del auto y abrió el maletero. Dentro había un rostro tiernamente infantil. Debby Haggard sollozaba bajo la mordaza de tela que su secuestrador le había puesto. Sus ojos brillaban y sus mejillas estaban rojas.

—Te gustan jóvenes, ¿no es así, Dante?

—Supongo —este se encogió de hombros.

Volker se tomó el atrevimiento de tocarla, le sostuvo las mejillas y disfrutó verla llorar. Ya ni siquiera sus tactos tenían la misma delicadeza de antes, aquella en la que parecía admirar lo que tenía en frente y en lo que posteriormente se iba a convertir; aquella en la que, según su retorcida perspectiva, le indicaba que creaba arte con los cuerpos y sus vestidos. Subieron al auto de Dante y éste manejó hasta donde la cabaña se había transformado en una perfecta madriguera terrestre.

Volker cortó todas las ataduras de Debby, la soltó y ella cayó arrodillada.

—¿Por qué lloras? —Kennedy la obligó a mirarlo mientras le inspeccionaba su corto cabello rizado.

—Tengo miedo —su voz era tierna.

De verdad que parecía una muñequita.

—¿De qué?

—De preocupar a mi mamá y a mis hermanos. No quiero angustiar a mi madre. Ella se pone muy mal si no vuelvo pronto a casa.

Volker le acarició el mentón, las mejillas y su cuello. Un impulso jamás antes visto despertó en él al contemplar la hermosa belleza que envolvía a la curiosa jovencita de apariencia infantil y mimada. Se estaba volviendo loco.

Comenzó a desabotonarse el pantalón, se bajó la cremallera y expuso su miembro ante la mujer que no dejaba de llorar. Su orden fue clara, le indicó que comenzara, y ésta no le quedó más que llorar y dar inicio a las felaciones que la atragantaron y le hicieron vomitar.

Un par de minutos más tarde, la joven muchacha colgaba del techo, totalmente desnuda, con la vulva destrozada y los senos cubiertos de sangre. Era abusada, torturada y sodomizada mientras su garganta se destrozaba de tanto gritar, llorar y maldecir.

Debby fue a la primera mujer que le abrió la cabeza y extrajo el cerebro. Después de zurcirla, vestirla y ataviarla con exceso de collares y listones en el cabello, Volker dio por terminado su tiempo. Le indicó a Dante que podía envolverla en la manta plástica para colgarla en algún árbol de Scott Blufs y finalmente le pidió tinta y papel.

—¿Qué vas a hacer? La marca ya se la pusiste.

—Quiero enviarle un mensaje a la policía.

Luego de que los dos hombres se deshicieran del cuerpo en un sendero poco transitado, Volker regresó a casa, encontrándose un golpe directo que lo tomó por sorpresa. Ashley lo había abofeteado, y este había sido por mucho su primer golpe dado por una mujer después de tantos años.

La miró, estaba sorprendido.

—¿En dónde estuviste anoche? Desperté, eran las tres de la madrugada y tú te habías ido.

—Tuve que hacer algo…

—¿A esas horas?

—Era algo importante.

—¡No me mientas! Estás viéndote con otra mujer, ¿no es así?

—Nada qué ver con lo que me estás acusando.

—Entonces explícame por qué te fuiste a esas horas.

—No tengo por qué contarte todo, Ashley.

—Sí que lo tienes. ¡Soy tu mujer! —se aguantó las ganas de llorar, lo que, por instinto provocó que Volker tratase de abrazarla susurrándole un perdón inexistente.

—Asegúrame que no hay nadie más.

—No la hay. Ashley, mírame, mírame cariño. Te juro que no fui a ver a ninguna otra mujer que ponga en riesgo nuestra relación.

—Entonces, ¿a dónde fuiste, John? Por favor te pido que lo hables.

—Me sentí… triste —mintió—. No pude soportar la idea de lo que sucedió hace muchos años, y fui al cementerio a visitar la tumba de mi madre.




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