Testigo De Un Criminal

CAPÍTULO 21

ANTES

Al principio no hubo nada más que silencio. Un vacío intenso que bañaba las calles y los jardines de las casas antes de transformarse en caos, ruido y llantas derrapando. A Rodrigo se le escocían los ojos por el simple hecho de llegar y derribar aquella puerta que encerraba un mundo de completo horror y desesperación humana.

Lo primero que el agente Collins hizo al descender estrepitosamente del auto patrulla, fue correr hacia esa casa, con el chaleco antibalas y el arma enfundada en su cinturón especial de actividades, y echar abajo la única barricada que le impedía llegar a él. Justo después, un ejército entero de agentes especiales entró siguiéndole el paso.

—¡No te muevas!

No era necesario exigirlo. Volker Kennedy yacía sentado en el sofá principal de su sala, tenía puesto un conjunto deportivo de pants y sudadera blancos, su lado derecho del rostro reposaba tranquilamente sobre sus nudillos y una mirada extremadamente perdida hacía amalgama de todos esos sentimientos que ahora parecían estar confundidos.

Solo hizo un movimiento, un único movimiento que delataría el cero interés que sentía hacia todo lo que estaba pasando, y este fue cuando, instintivamente entornó sus ojos hacia donde Gabriela y Manases subían las escaleras, pero después los volvió a centrar en el borde de la mesa. Una vez más, pensando en la nada.

Cuando Gabriela abrió la puerta de su habitación, se encontró con el reguero de sangre que nunca abandonó las sábanas blancas de su cama. Sin embargo, cuando Manases se acercó para inspeccionar el baño, todo estaba perfectamente blanco, incluso seguía oliendo a cloro y otros productos dulces de limpieza.

—¡Rodrigo, hay sangre aquí!

Collins bajó su arma y se la volvió a enfundar en el cinturón táctico. Después cogió un par de esposas y le pidió amablemente al doctor que se pusiera de pie. Esa mañana, Volker Kennedy fue detenido, no obstante, esta detención estaba destinada a durar mucho más de lo que cualquiera pudiese haber imaginado.

1

Agosto, 1998.

El estrado hizo eco de llamada a Geraldine Zarate Alcussio, la valiente y decidida mujer que no dudó ni un solo segundo en señalar con su delgado dedo de uña roja al hombre que tenía en frente.

—Él —dijo—, el que se hizo llamar por mucho tiempo, el famoso médico cirujano John Volker Kennedy, ese hombre que hoy en día tengo frente a mí, es el mismo que se llevó a mi querida amiga Marilyn Tex aquella madrugada de agosto, la última noche que supe de ella antes de que desapareciera.

—¡Objeción! —Walter se hizo de la palabra—. Aparte del testigo visual, no tienen ni una sola prueba que confirme que mi cliente fue el responsable del secuestro de esa mujer.

—Yo estoy muy segura de lo que vi —pero Geraldine no pensaría dejar que su palabra fuese pisoteada—. Era de madrugada, el bar estaba en su punto más alto, el momento justo en donde todas empezábamos a cuidarnos. Yo ya había visto a este hombre sentado en la barra, solo y con un orgasmo de licor en sus manos. Posiblemente nos estaría cazando.

—La palabra “posiblemente” no entra en este tipo de situaciones.

—¡Después lo vi acercarse a Marilyn! Y un tiempo después los vi salir por la puerta principal del bar. Desde entonces ninguna de las chicas y yo la hemos vuelto a ver.

El silencio era asfixiante.

—Señora Zarate, ¿hay algo más que desee agregar a su testimonio? —preguntó la juez a cargo.

—Pedir justicia para que este tipo de hombres vayan a donde pertenecen, y no me refiero precisamente a la cárcel, sino a un lugar peor, un lugar que se asemeje al infierno.

—Puede bajar del estrado. ¿La defensa tiene algo más que agregar?

—Sí su señoría. Se realiza la petición de una orden de registro para allanar el domicilio del acusado aquí presente.

—Concedida.

El martillo de la Juez Amelia de Versalles cerró la sesión.

No habría la posibilidad de libertad condicional o con derecho a fianza, y Volker debería permanecer encerrado hasta que el juicio fuese reanudado, lo que claramente sucedería dentro de cuatro meses y medio.

2

Febrero, 1999.

Lo tenía, y no pensaba soltarlo. Rodrigo había conseguido que Volker fuese encerrado, y aunque solo era por un corto periodo de tiempo, sabía que los asesinatos no se volverían a proclamar mientras él estuviera bajo vigilancia de las autoridades.

El allanamiento se llevó a cabo, el cual tuvo una duración de semana y media, mientras que, en los extensos campos de los bosques se realizó la exhaustiva búsqueda de restos humanos que pudieran arrojar el cadáver de Marilyn Tex, pues para aquellos años, si no había cadáver, entonces no había delito.

—¿Podría decir en voz alta de quien era la sangre encontrada en las sábanas del señor John Volker Kennedy? —preguntó el fiscal.

Mitsi Kane había subido al estrado.

—Las pruebas de ADN indican que se trató de la sangre de Marilyn Soraya Texeria.




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