Testigo en la Sombra

Capítulo 2. La Realidad de la Pesadilla 

Antes de que pudiera acercarse lo suficiente, la sombra levantó la cabeza y sus ojos rojos se fijaron en ella. Martha sintió que la miraban directamente, como si a través del sueño pudieran ver el terror escrito en su rostro. Fue un instante eterno en el que la sombra pareció sonreírle, como si se burlara de su impotencia, antes de envolverse en la negrura que la consumía. La oscuridad del parque la devoró y, de repente, el suelo bajo los pies de Martha pareció desaparecer. Sintió que caía, que la negrura la tragaba también a ella, el aire frío se convirtió en una garra que apretaba su pecho, robándole el aliento. En ese instante, una risa suave y cruel resonó en la penumbra, como si la sombra se regodeara en su triunfo.

Martha despertó con un jadeo ahogado, su cuerpo cubierto de un sudor frío. La luz de la lámpara de su mesita de noche la envolvía, pero no lograba calmar la sensación de ser observada. Su respiración era irregular, y sentía el latido de su corazón pulsando con fuerza en sus oídos. Se incorporó lentamente, aún con la sensación de aquella mirada rojiza grabada en su mente.

Fue entonces cuando lo vio: en la alfombra de su cuarto, a pocos centímetros de su cama, había un mechón de cabello. Era de un rojo profundo, retorcido en una espiral desordenada, con las puntas manchadas de barro seco. Martha sintió que su piel se erizaba. El cabello era idéntico al de la mujer en su pesadilla. Su mente trató de encontrar una explicación lógica, diciéndose que tal vez se lo había llevado desde algún lugar sin darse cuenta... pero la otra parte de ella, la que aún sentía el frío de la sombra, sabía que era imposible.

El mechón de cabello no estaba allí antes, y su textura áspera entre sus dedos era demasiado real para ser producto de un sueño. Lo soltó de golpe, como si quemara, y retrocedió un paso, sintiendo cómo una presencia invisible parecía llenar la habitación. El cuarto, antes un refugio de calma, se sentía ahora como una trampa, y las sombras en las esquinas parecían moverse con vida propia. Afuera, la noche seguía su curso, pero para Martha, cada sombra parecía ocultar un secreto, una amenaza que se cernía sobre ella, esperando que cayera nuevamente en el sueño.

Cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su respiración, de convencerse de que todo era producto de su insomnio, de la fatiga. Pero al abrirlos, el mechón seguía allí, retorcido en la alfombra como un recordatorio tangible de que la oscuridad que la acechaba en su sueño había dejado una marca en el mundo real. Y mientras la casa se sumía en el silencio, Martha se dio cuenta de que lo que la seguía en la noche no estaba dispuesto a dejarla escapar tan fácilmente.

Al día siguiente, el vecindario de Northill estaba alborotado. Todos hablaban de la tragedia que había sacudido la calma habitual del lugar. Martha, como cada mañana, se encontraba comprando su pan en el supermercado de siempre, intentando ignorar el cansancio acumulado de la noche anterior. Sin embargo, mientras recorría los pasillos, las voces de los clientes resonaban a su alrededor, con un tono ansioso.

—¿Escuchaste que encontraron muerta a la hija de los Fernández esta mañana, allí en el parque?

—Sí, dicen que la escena era aterradora, como sacada de una película de terror... ¿Quién le haría algo así? —agregó otra, mientras miraba por encima de su hombro, como si temiera que el responsable pudiera aparecer de la nada.

Martha se detuvo en seco, un escalofrío recorriendo su espalda. Las palabras le taladraron la mente, encajando demasiado bien con la pesadilla que la había atormentado. Sintió un nudo en la garganta mientras las imágenes de la mujer pelirroja y la sombra volvían a invadir su mente. Sin perder tiempo, se acercó al grupo de mujeres que comentaban el suceso, sus manos temblaban levemente cuando les preguntó:

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo... cómo encontraron a la muchacha?

Una de las mujeres, al reconocerla, se giró hacia ella con una sonrisa burlona:

—¡Martha, no lo sabes! Pero si tú siempre eres la primera en enterarte de todo lo que pasa por aquí. ¿Qué te sucedió esta vez?

La otra, con un tono más jocoso, añadió:

—La vejez te está haciendo lenta, ¿eh? —rió, como si el comentario aligerara la tensión que se respiraba en el ambiente.

A pesar del tono burlón, Martha apenas pudo sonreír. Insistió, sin poder disimular la urgencia en su voz, hasta que finalmente accedieron a darle detalles.

—Dicen que un vecino madrugador fue quien la encontró —dijo la primera mujer, bajando la voz como si compartiera un oscuro secreto—. Estaba en el parque, tirada en el suelo, cubierta de sangre. Parece que intentó correr... pero no lo logró. Fue él quien llamó a la policía, y ahora todo está acordonado. Nadie sabe qué pasó realmente, pero dicen que la escena era... indescriptible. Y los detectives están investigando.

Cada palabra le caía a Martha como un golpe. Sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable y que el aire se volvía más denso, como si le costara respirar. Todo su cuerpo temblaba, y tuvo que apoyarse en el carrito de compras para no perder el equilibrio. Las descripciones coincidían con su sueño: la misma mujer, el parque, la oscuridad... la sombra.

Su mente se negaba a aceptar lo que estaba escuchando, pero el miedo se instaló como una garra en su pecho. La imagen del mechón de cabello rojo que había encontrado en su habitación aquella madrugada cobró un nuevo y siniestro significado. ¿Cómo era posible que lo que había visto en su pesadilla hubiera ocurrido realmente? ¿Y qué significaba todo aquello?

Intentó disimular su inquietud, despidiéndose apresuradamente de las mujeres, quienes la miraban con extrañeza mientras se alejaba con pasos temblorosos. Pero mientras cruzaba la puerta del supermercado, sintió la mirada invisible de la sombra acechándola desde las esquinas de su mente, como si la misma oscuridad que había envuelto a la joven ahora se estuviera acercando a ella.




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