Martha estaba muy nerviosa, y su hija pronto notó el cambio en su comportamiento. La observaba con preocupación, y una tarde no pudo evitar preguntarle:
— Mamá, ¿qué te sucede? ¿Estás bien?
Martha se sobresaltó ante la pregunta, como si la hubieran arrancado de sus pensamientos: — Estoy bien, solo... no he dormido bien últimamente, necesito descansar —. Pero su tono tenso no convenció a su hija, quien insistió: — ¿Quieres que vayamos al hospital para que te receten algo mejor?
Martha sintió un escalofrío recorrerle la espalda ante la idea de salir de su casa, un miedo irracional que no sabía explicar. — No, no, está bien —, respondió con una sonrisa forzada, — creo que mejorará.
Y, de hecho, pareció mejorar. En los días siguientes, Martha comenzó a conciliar el sueño con más facilidad, y poco a poco la sensación de peligro se desvaneció, como si el terrible sueño que la había atormentado hubiera sido solo una desafortunada coincidencia. Pero la calma duró poco.
Una noche, el insomnio regresó. Se encontraba tomando una taza de té de manzanilla frente a la ventana, el silencio de la madrugada envolviéndola, cuando vio a un joven correr frenéticamente por la calle, pasando frente a su casa. Parecía aterrado, como si huyera de algo, sus pasos rápidos resonando en la quietud nocturna. Martha miró a través del vidrio, esperando ver a alguien o algo que lo persiguiera, pero no vio nada. Trató de convencerse de que no era nada grave, de que solo había sido un malentendido, y finalmente se obligó a ir a la cama, aunque el desconcierto la seguía como una sombra.
Esa noche, las pesadillas regresaron. En su sueño, Martha vio nuevamente al joven que había pasado corriendo frente a su ventana, pero esta vez con más claridad. Lo observaba desde una distancia que parecía cercana y lejana a la vez, mientras él seguía huyendo por calles desiertas. Su rostro estaba desencajado por el terror, y tras él, la sombra de ojos brillantes lo seguía, avanzando con pasos silenciosos pero implacables.
Martha, atrapada en la pesadilla, repetía para sí misma: “Solo es un sueño, solo es una pesadilla, no es real, no es real”. Pero no podía apartar la vista de la escena, como si su propio miedo la mantuviera anclada. El joven se adentró en un callejón sin salida, y su desesperación llenó el aire. Gritó con voz quebrada: — ¡Espera, espera, te pagaré! ¡No volveré a fallar!
La sombra se detuvo frente a él, su sonrisa se ensanchó, revelando unos colmillos afilados.
— Recuerda... que no hay segundas oportunidades
Cada palabra arrastrando un frío mortal. Con un movimiento rápido, se abalanzó sobre el joven y su brazo izquierdo fue desgarrado, el grito de dolor resonando en el eco de la noche.
Martha sintió un terror abrumador. Quería apartar la mirada, huir, pero sus piernas no respondían. La sombra, como si percibiera su miedo, volteó la cabeza hacia ella, sus ojos brillando con malicia. Sonrió de nuevo y pronunció lentamente: — Porque nadie queda libre de su deuda —. Las palabras retumbaron en la mente de Martha, y no sabía si la sombra seguía hablando con el joven o con ella. Pero algo en ese tono hizo que el miedo se transformara en algo más profundo: la certeza de que aquella amenaza también la alcanzaba a ella, y que la línea entre el sueño y la realidad se volvía cada vez más borrosa.
Martha despertó jadeando, el corazón martilleando en su pecho como si quisiera escapar. A su alrededor, la oscuridad de su habitación parecía más densa, como si las sombras se arremolinaran en los rincones. Con manos temblorosas, encendió la lámpara de su mesita de noche, lanzando un cono de luz amarillenta que apenas lograba atravesar la penumbra. El brillo cálido iluminó los muebles familiares, pero no pudo calmar el temblor que aún la sacudía. Sentía el miedo como una garra fría aferrada a su estómago, recordando con nitidez los ojos rojizos de la sombra y el grito ahogado del joven.
Trató de convencerse de que había sido solo un mal sueño, una pesadilla como tantas otras que la habían atormentado en las últimas semanas. Sin embargo, las imágenes del joven arrastrándose y la sombra hambrienta seguían grabadas en su mente, como una película proyectada en un bucle incesante. Se frotó los brazos, tratando de calmarse, mientras el tic-tac del reloj en la pared parecía marcar el ritmo de su inquietud.
Al día siguiente, la sensación de desasosiego la acompañó desde el momento en que se levantó. Se dispuso a preparar el desayuno, intentando ignorar la extraña sensación de ser observada. Sin embargo, cuando bajó las escaleras hacia la planta baja, algo la hizo detenerse en seco. En el pasillo, justo frente a la puerta trasera, había un rastro de huellas de barro que se extendía sobre el suelo de madera pulida. Eran huellas húmedas, frescas, que parecían provenir de pies descalzos y delgados.
Martha sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras se acercaba, inclinándose para observar mejor las marcas. Las huellas se dirigían hacia la escalera, como si alguien hubiera caminado lentamente desde la puerta hasta el interior de la casa, deteniéndose justo al pie de los escalones que llevaban a las habitaciones de arriba. El barro oscuro formaba un camino irregular, que se desvanecía a medida que avanzaba.
Su mente se llenó de preguntas. Había asegurado todas las puertas antes de irse a dormir, lo hacía cada noche desde hacía años. ¿Quién podría haber entrado? ¿Y cómo era posible que nadie hubiera escuchado nada? Un frío repentino la envolvió, haciendo que sus dientes castañearan. La idea de que algo o alguien hubiera estado caminando por su casa mientras dormía la llenó de pavor.
Miró hacia la puerta trasera, pero no había señales de que hubiera sido forzada. Todo estaba en su lugar, excepto por aquellas huellas que no podían ser explicadas.
Su miedo aumentó al escuchar las sirenas de una patrulla rompiendo la tranquilidad de la noche. La inquietud la mantenía en un estado de alerta constante, así que salió rápidamente de su casa, siguiendo el eco lejano de la sirena que atravesaba el vecindario. El sonido se volvía más intenso a medida que se acercaba, y la angustia en su pecho se intensificaba, empujándola a descubrir qué estaba ocurriendo. La luz del exterior se sentía opresiva, y cada resplandor parecía moverse a su alrededor, como si estuvieran vigilándola.