Caminó hacia el lugar, siguiendo el sonido de las sirenas y el mismo sendero de su pesadilla. Al llegar, encontró un pequeño grupo de personas despertadas por la conmoción. Preguntó a los policías qué estaba sucediendo, y su corazón se hundió al ver que estaban acordonando el área; la ambulancia estaba presente y los forenses se preparaban para sacar el cadáver. A pesar del bullicio, Martha logró divisar el cuerpo del joven, pálido y con su brazo completamente desprendido. La imagen la golpeó como una ola fría. Oh no, otra vez lo mismo, pensó, y sintió que el temblor de sus piernas la traicionaba, haciéndola caer al suelo.
Un policía se acercó, preocupado. —Señora, ¿se encuentra bien?
Martha, aún absorta por la visión, balbuceó con desesperación: —Yo lo vi, vi su muerte. ¡Yo lo vi!
El policía la miró con confusión, sin saber qué hacer. Finalmente, decidió llevarla a la estación de policía, donde Martha intentó detallar lo que había soñado sobre las dos muertes de esos jóvenes. Los policías se intercambiaron miradas escépticas, llegando a la conclusión de que estaba perdiendo la razón. A pesar de que sus antecedentes estaban impecables y no tenía registros médicos psiquiátricos, pensaron que simplemente estaba buscando atención.
Cuando Martha se disponía a irse, una joven irrumpió en la sala, gritando con desesperación: —¡Me va a matar, viene por mí! ¡Por favor, tienen que hacer algo!
Martha la miró y de repente la reconoció: era la hija de uno de sus vecinos. Al lado de ella estaban su hermano y otro joven de aspecto asustado. Recordó que este grupo solía estar vinculado a los chicos asesinados. La angustia se instaló en su pecho al darse cuenta de que conocía a casi todos en el vecindario.
El policía, aún escéptico, intentó calmar a la joven: —Señorita, ¿está diciendo que la persigue un fantasma? No podemos ayudarla con eso.
La joven se irritó aún más, repitiendo: —¡Le dijo que nos van a matar!
Su hermano, visiblemente preocupado, intentó calmarla: —Te dije que no nos creerían, ¡vámonos!
Salieron de la estación, cabizbajos y sin esperanza. Pero Martha no podía dejarlos ir, había algo en las palabras de la chica que la había inquietado profundamente. Apuró el paso para alcanzarlos.
—¡Espera! —llamó Martha, con la voz entrecortada. Los jóvenes se detuvieron, mirándola con sorpresa, especialmente la chica, que la reconoció al instante.
—¿Señora Martha? ¿Qué hace aquí? —preguntó la joven desconcertada.
Martha se acercó más, notando la expresión cansada y la tensión en sus rostros. Bajó la voz, como si temiera que alguien más pudiera escucharla.
—He visto cosas... cosas extrañas. Por favor, dime a qué te referías cuando dijiste que alguien te iba a matar. No estoy aquí para juzgarte, solo... necesito entender qué está pasando.
La chica dudó por un momento, sus ojos se posaron en su hermano y el otro joven, buscando un gesto de desaprobación, pero no lo encontró. Al fin, suspiró resignada. ¿Qué más daba compartir lo que sabía con Martha, la mujer a la que muchos consideraban la chismosa del barrio? Al menos, si alguien más conocía la verdad, tal vez tendría una oportunidad.
—No sé si me va a creer, señora Martha —respondió con una voz quebrada—, pero ya no tengo nada que perder...
La joven respiró hondo, tenía una mezcla de miedo y desesperación mientras miraba a Martha, como si finalmente estuviera liberando un peso que la estaba consumiendo por dentro. Su hermano intentaba calmarla, pero ella seguía adelante, hablando con una urgencia que hacía que las palabras se atropellaran unas con otras.
—Señora Martha, lo hicimos... hicimos algo terrible. Nosotros... —volvió a mirar a su hermano y al otro joven, buscando su aprobación antes de continuar—. Nosotros solo estábamos jugando. Un hombre nos entregó un pergamino viejo, dijo que era para invocar un alma, que si recitábamos el hechizo nos concedería deseos. Al principio, no le creímos, pero decidimos hacer una prueba de valor en la casa abandonada, la que está en el límite del vecindario.
Martha sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no dijo nada, dejando que la chica continuara.
—Hicimos todo como él nos dijo... y lo que no esperábamos era que una voz... —la joven tragó saliva, su rostro palideció aún más—. Una voz realmente nos contestó. Dijo que nos concedería un deseo a cada uno, pero a cambio... a cambio de un cuerpo. Intentamos correr, pero no pudimos salir de la casa. Nos atrapó allí y nos repetía, una y otra vez, que le diéramos nuestros deseos. Estábamos aterrados, no queríamos escuchar más, así que yo... —la voz de la chica tembló—, yo grité sin pensar: "¡Quiero muchas joyas!".
Martha vio cómo las lágrimas se acumulaban en los ojos de la joven, y la expresión de su hermano se endurecía, como si no soportara volver a recordar esos momentos.
—El espectro sonrió, mostrando esos dientes... afilados como cuchillas, y sus ojos rojos se encendieron. Dijo: "Bien, ahora los demás". No tuvimos opción. El miedo nos invadió y dijimos lo primero que nos vino a la cabeza. Luego... el espectro nos dijo que cada uno de nosotros debía conseguir una parte de un cuerpo. Yo... yo debía traerle una pierna derecha —sus palabras se convirtieron en sollozos mientras señalaba a su hermano—. Él, la pierna izquierda. Y a nuestro amigo, el brazo derecho.
La voz de la joven se quebró aún más, y sus manos temblaban sin control.
—Y a Pablo... a Pablo, que apareció muerto esta mañana... le pidió un brazo izquierdo —dijo, antes de cubrirse la boca con la mano, luchando por no romper a llorar—. Fernanda... —sus palabras se ahogaron, y su rostro se contrajo en una mueca de angustia—. A ella le pidió... la cabeza.
Martha sintió un nudo en el estómago. Miró a la chica, a los chicos junto a ella, y la desesperación en sus rostros era notoria. La joven continuó con la voz quebrada: