Testigo en la Sombra

Capítulo 7. Pesadilla sin Retorno 

Martha se encontraba en su casa, sumida en el silencio y la soledad. Desde aquella fatídica pelea con los jóvenes, no habían vuelto a verse. Las calles estaban decoradas con espeluznantes adornos de Halloween, pero para ella, esas decoraciones solo intensificaban la atmósfera inquietante que la rodeaba. Esa noche, al fin había llegado el viernes, el día que tanto temía. Se había propuesto no dormir, convencida de que era lo único que podría mantenerla a salvo.

El tiempo parecía moverse con lentitud. Sus familiares ya se habían entregado al sueño, mientras ella permanecía sentada en la mesa de noche de su habitación, luchando contra el cansancio que la acechaba. Había tomado tanto café que sentía el ritmo acelerado de su corazón, pero el sueño la reclamaba con más fuerza. Desesperada, decidió bajar a ver televisión, intentando distraer su mente.

De repente, un estruendo la sacudió: una de sus fotos se cayó al suelo, rompiendo el silencio de la noche. Su instinto le decía que no debía investigar de dónde provenía el ruido, pero la curiosidad era más fuerte. Se levantó con temor, el aire se sentía pesado, como si una sombra ominosa la observara.

Mientras caminaba repentinamente, se encontró con una vista que la dejó helada: la casa de Sebastián, un lugar que reconocía demasiado bien. Allí estaba él, golpeando desesperadamente contra su propia ventana. Aunque sus palabras eran inaudibles, sus labios se movían con una súplica: — ¡Sáquenme de aquí! —. Martha tembló, la angustia y el miedo se entrelazaban en su pecho. En un momento, su instinto de ayudar se desvaneció; quería escapar de aquella visión.

Pero el terror se apoderó de ella cuando escuchó el sonido aterrador de cristales rompiéndose. Sebastián se había lanzado desde la ventana del segundo piso. Caía al suelo, ensangrentado, arrastrándose entre los vidrios rotos, su brazo colgaba en un ángulo antinatural. Martha se horrorizó, su corazón latía con fuerza mientras la adrenalina inundaba su cuerpo. Sin pensarlo, salió corriendo de aquel lugar, pero, súbitamente, una sombra se alzó ante ella, una amenaza silenciosa que le ordenaba no moverse.

El pánico la invadió, y cuando giró sobre sus talones, vio a Sebastián levantándose con dificultad, sosteniendo su brazo roto, mientras una mirada de desesperación llenaba su rostro. La confusión reinaba en su mente; no entendía cómo, con todo el ruido que habían hecho, nadie había acudido a ayudar. Era como si su sufrimiento fuera invisible, como si gritar no importara en absoluto. Nadie los escucharía.

La sombra macabra sonrió, una mueca siniestra que heló la sangre de Martha. Con un movimiento rápido, sacó un hacha y, en un solo golpe, cortó el brazo del joven con una precisión aterradora. Martha no pudo contenerse más y comenzó a gritar, un alarido desgarrador que resonó en la oscuridad. La sombra se volvió hacia ella, levantando el hacha como si estuviera a punto de atacarla.

Con el corazón desbocado, Martha cerró los ojos, deseando que todo fuera una pesadilla. Cuando finalmente los abrió, se encontró sentada en su sillón de la sala, con la televisión parpadeando ante ella. Había estado dormida. El horror que acababa de presenciar seguía fresco en su mente, y el sudor empapaba su piel. Sabía que ese joven no había salido vivo de allí.

El pánico se apoderó de ella, y, temblando, miró su reloj. Las manecillas marcaban las 3:33 de la mañana, y un escalofrío recorrió su espalda. Asustada, se levantó pesadamente para regresar a su habitación, pero tropezó con un objeto pesado en el suelo. Al mirar hacia abajo, su corazón se detuvo: allí, bajo sus pies, había un hacha. Un hacha ensangrentada, la misma que había utilizado el espectro.

Martha sintió el terror invadirla por completo.

“¿Por qué me tiene que pasar esto?”

Sin pensarlo, se apresuró a recoger el hacha y, en un intento frenético de deshacerse de ella, la metió en una bolsa de basura. Salió de su casa, sus manos temblorosas apenas logrando sostener la bolsa, y se dirigió a la casa abandonada del vecindario. Allí había una fosa, un lugar olvidado que parecía apropiado para ocultar el horror.

La arrojó en la fosa, sintiendo un alivio momentáneo, pero al regresar a su hogar, una pregunta inquietante la asaltó: ¿por qué había quedado atrapada como testigo en este ciclo horroroso de muerte? La oscuridad de la noche la envolvía, y el eco de sus gritos seguía resonando en su mente.

Al día siguiente, Emily y su hermano, Hugo, se presentaron en la puerta de Martha. No hacía falta ser adivino para entender la razón de su visita. La noticia ya corría por todo el vecindario: Sebastián apareció muerto frente a su casa. La policía asumió que se trataba de un intento de suicidio, pero el brazo cortado de manera tan precisa solo dejaba más preguntas que respuestas. Los hermanos, desesperados y con los rostros desencajados por el miedo, le contaron a Martha lo sucedido, implorando que los ayudara a encontrar una forma de detener al ente sin perder sus propias vidas.

Martha los escuchaba, pero su mente estaba anclada en lo que había experimentado durante la madrugada: la visión del espectro y la sensación de que la muerte rondaba su casa. Un pánico frío la recorrió, cada palabra de los jóvenes se desvanecía en su propio miedo. Finalmente, se armó de una resolución amarga: no quería involucrarse más.

—No puedo hacer nada por ustedes —dijo con una voz quebrada—. Es demasiado peligroso, ¡váyanse!

Sin dejar lugar a la réplica, cerró la puerta con brusquedad, sellando la última oportunidad de los jóvenes. Por dentro, la culpa la devoraba, pero el miedo la empujaba a tomar la decisión egoísta. Si bien el espectro la había marcado como testigo, no se había llevado su vida... aún. Y mientras eso no ocurriera, pensaba, su sentencia de muerte no estaba escrita.

.......

Las festividades de Halloween avanzaban a toda velocidad, y el ambiente del vecindario se llenaba de calabazas iluminadas y decoraciones macabras. Pero para Martha, cada adorno parecía un presagio de algo mucho más oscuro. El viernes 25 finalmente llegó, y con él, una certeza aterradora: sabía que esa noche, uno de los hermanos perecería. Vivían solo a unas casas de la suya, lo que hacía que la angustia y el pánico se mezclaran con una mórbida curiosidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.