Testigo en la Sombra

Capítulo 9. Pesadilla a dos Puertas de Ti 

Con manos temblorosas, Hugo abrió la caja de herramientas y sacó un cuchillo grande, el filo reflejando la poca luz que quedaba en el lúgubre sótano. El frío del metal se le clavó en los dedos, y sintió que su corazón latía tan fuerte que temía que estallara en su pecho. Apuntó con el cuchillo hacia el pecho del joven, el filo centelleando en la penumbra. Todo lo que tenía que hacer era hundirlo. Solo eso... y todo terminaría.

Martha, atrapada en la pesadilla, lo veía todo, impotente y desesperada. Gritaba con toda su fuerza, tratando de llegar a él, de detenerlo. Las lágrimas corrían por su rostro, su voz desgarrándose entre súplicas.

—¡No lo hagas! ¡Por favor, no lo hagas! —su voz resonaba en el vacío, pero era como si las palabras se desvanecieran antes de llegar a él. Hugo no podía escucharla, ni siquiera sentir su presencia.

La mano de Hugo temblaba, el cuchillo oscilando entre la vida y la muerte. Un tictac inquietante comenzó a resonar, un sonido lejano, como si un reloj marcara la cuenta regresiva de algo siniestro. Hugo dudaba, sus dedos aferrándose al mango del cuchillo, incapaz de decidir. Era como si cada segundo estirara el tiempo, congelándolo en ese momento terrible.

Y de repente, el suspenso se rompió de manera brutal. Un dolor lacerante recorrió su cuerpo, y Hugo cayó de rodillas. Gritó, pero el sonido se ahogó en el silencio opresivo. Miró hacia abajo y vio con horror cómo la sierra que él mismo había usado antes había cortado una de sus piernas. La sangre brotó a borbotones, empapando el suelo del sótano.

—¿Qué... qué está pasando...? —balbuceó, el dolor le nublaba la vista y su cuerpo se desplomaba.

Martha, con los ojos abiertos como platos, sintió que el terror la envolvía por completo. La sombra, siempre oculta en las tinieblas, había decidido que el tiempo de Hugo se había agotado.

— Son las 3:33.

Mientras la sangre se deslizaba por el suelo frío y la vida se escapaba de él, Hugo comprendió demasiado tarde que el precio de su vacilación había sido su propia vida. La oscuridad lo envolvía, y la sombra se deslizaba sobre él como una manta de muerte, reclamando lo que creía suyo.

Martha despertó con un sobresalto, el terror aún grabado en su mente. El recuerdo de la pesadilla la golpeó como un balde de agua fría, y su primer impulso fue correr hacia la casa de los jóvenes, sin importar que las penu8mbras aún cubrieran el vecindario. El frío mordía su piel, pero la urgencia que la impulsaba era más fuerte que cualquier temor.

Llegó a la casa de Hugo y Emily y golpeó la puerta con fuerza, el sonido retumbando por toda la casa en un eco desesperado. Los padres de los jóvenes se despertaron sobresaltados, confusos y aterrados por el estruendo. Al abrir la puerta, apenas tuvieron tiempo de preguntar qué ocurría antes de que Martha se precipitara adentro, dirigiéndose directamente al sótano, como si supiera exactamente qué encontraría allí.

Al bajar las escaleras, Martha se quedó paralizada, el horror de su pesadilla convertido en realidad. El cuerpo de su nieto estaba sobre una mesa, el rostro pálido, con la pierna brutalmente cercenada y sellada torpemente. El joven yacía inconsciente, pero respiraba. A su lado, Emily estaba desplomada en el suelo, sin sentido, el rostro manchado de lágrimas secas. Y Hugo... Hugo estaba tirado en el suelo, la sangre formando un charco oscuro a su alrededor, su pierna amputada lo había desangrado por completo.

Martha soltó un grito desgarrador, sus piernas cediendo mientras caía de rodillas junto al cuerpo inerte de su nieto. Las lágrimas brotaron sin control, sus manos temblorosas intentando despertarlo, aunque sabía que nada podría devolverle la pierna perdida. Los padres de Hugo y Emily la alcanzaron momentos después, y lo que vieron los dejó sin aliento. La sangre, los cuerpos de sus hijos... la escena era una pesadilla que ningún padre debería enfrentar.

El padre de los jóvenes, pálido como un espectro, sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó a emergencias, su voz apenas audible y desesperado mientras daba la dirección entre sollozos. La madre de Hugo se lanzó sobre su hijo, sacudiéndolo en un vano intento de revivirlo, los gritos de angustia llenando el sótano.

Las sirenas de la ambulancia y las patrullas policiales no tardaron en resonar por las calles. Pronto, los paramédicos y los oficiales invadieron la escena, llevándose a Emily y al nieto de Martha en camillas, mientras los agentes intentaban ordenar el caos y entender lo que había sucedido. Martha fue trasladada al hospital, sumida en un estado de desesperación y shock.

Horas más tarde, Martha estaba sentada en una fría sala de hospital, sus ojos hinchados por el llanto. Aunque su nieto seguía vivo, la pérdida de su pierna era irreversible, una marca eterna de esa noche de horror. La culpabilidad y el miedo se apoderaban de ella, atormentándola con la pregunta de si podría haber hecho algo más. Sabía que la sombra no había terminado con ellos, y que lo peor aún estaba por venir.

La noticia golpeó a la hija de Martha como un puñetazo en el estómago. Al enterarse del estado de su hijo, la incredulidad le nubló la mente, dejándola sin palabras. Ella y su esposo no se apartaron del hospital durante días, con la esperanza de ver una mejoría en su hijo, aunque la cruda realidad de su amputación era imposible de ignorar. Mientras tanto, Emily, la hermana de Hugo, se encontraba bajo custodia policial. La joven fue escoltada al funeral de su hermano, sus manos esposadas y su rostro pálido. Las preguntas de los detectives se acumulaban, pero Emily se negaba a responder, su silencio era un muro infranqueable que protegía el misterio de la muerte de Hugo y la brutal mutilación del nieto de Martha.

Martha, por su parte, regresó a su casa con el alma destrozada. Durante los días en el hospital, había presenciado el dolor de su hija, una madre que veía a su hijo sufrir, y a su nieto que, aunque respiraba, nunca volvería a ser el mismo. Cada lágrima derramada por su familia se le clavaba en el corazón como una espina. Preguntas sin respuestas se acumulaban en su mente. ¿Por qué?, se repetía sin cesar. Y mientras su mente luchaba por encontrar una salida, se le ocurrió una idea: debía enfrentar al espectro, preguntar directamente a la entidad que los había llevado a esa tragedia.




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