DESSIRÉE:
Nos escabullimos como ladrones a la sala de enfermería, Excel nos hizo guardia y dijo que ante cualquier anormalidad nos pegaría un grito. Ese chico era increíble. Thordys me indicó que me sentara en una de los catres y obedecí. Mientras ella buscaba yo me quité mi blusa del uniforme quedando solo en un sostén negro que resaltaba mis pechos. Toqué con las puntas de mis dedos donde estaban las heridas y casi lloré ante el sutil contacto que rápidamente se tornó doloroso.
—Vaya, al parecer sigues con tus niñerías, Dess. Deja de dramatizar.
Mi cuerpo entero se tensó ante esa voz masculina grave. Tragué saliva y dirigí la mirada al frente, topándome con Eren recargado en el umbral de la puerta. ¿Cómo diablos entró si Excel estaba cuidando la puerta? Sobre todo, ¿en dónde estaba Thordys? Mis ojos se ampliaron del terror al no mirarla aquí dentro.
—¿Qué les hiciste? —Es lo primero que salió de mi boca. Las manos empezaron a sudarme.
—Mandé a uno de mis chicos para que les dieran un recado —respondió altanero, caminado hacia mí—. Si que son unos mensos, ¿no crees? Mira que creerle a un chico de mayor grado que la directora los está buscando... Patético.
Eren quedó frente a mí y una sonrisa perversa se dibujó en su boca. Entonces recordé cómo me encontraba y rápidamente cubrí mis pechos con la blusa. Sin embargo, él me la arrebató.
—No, no, no, Dess. Déjame verte.
Intenté arrebatarle mi prenda, pero él la alzó sobre su cabeza. Apreté los labios con fuerza e hice mis manos puños. Era demasiado alto y no alcanzaba su mano ni brincando.
—Dame mi blusa, Eren —pedí con un ápice de rabia. Eso lo divirtió. Su mano se posó en mi hombro y sentí el ardor de su tacto. Estaba caliente, casi hirviendo. ¿Tendría fiebre? No lucía enfermo y... ¡a mí que más me daba! Pegué brincos para intentar quitársela, pero lo único que lograba era que mis grandes pechos rebotaran y que él mirara con deleite mi piel.
—¿Son reales? —preguntó de la nada, acorralándome contra la cama. Ni siquiera le respondí a semejante barbaridad pues mis corvas tocaron el colchón y perdí el equilibrio. Caí recostada, él se posicionó en medio de mis piernas y se inclinó de modo que nuestros tórax rozaron.
Eren me acribilló con la mirada.
Una de sus manos grandes y rasposas se colocó en mi seno izquierdo, justo donde tenía sus dientes dibujados. Siseé del dolor que eso causó.
—¡¿Qué demonios crees que haces?!
—¿No es obvio? Acaricio mi marca. —Sus ojos negros brillaron en una emoción siniestra que me causó escalofríos. Empujé su mano, pero Eren gruñó en desacuerdo y me la golpeó.
—Te sugiero que dejes de tocarme y que te alejes de mí, Eren —profesé tragándome el nudo que sentía en la garganta ante semejante abuso. ¿Con qué derecho me tocaba? ¿Con qué autoridad se ponía sobre mi cuerpo? Esto no resultaba gracioso para mí, pero para él sí, era evidente.
—Deja adivinar: irás con la directora a contarle o con tu papi.
Mi corazón retumbó contra mis costillas. Mordí con fuerza mis labios antes de soltarle una patada. Grave error. Eren enrolló ambas de sus manos torno a mi cuello y me apretó fuerte, el aire abandonó de a golpe mi cuerpo. Temblé de miedo.
—En tu miserable vida vuelvas a golpearme, ¡¿entendiste?! No tolero semejante falta de respeto hacía mí.
Su tono era oscuro, demandante, siniestro. Le clavé las uñas en sus brazos y eso solamente me ganó que apretara más su agarre. Lágrimas bajaron de mis mejillas.
—S-Suéltame... M-Me estás...
No podía ni hablar. Simplemente sus manos comprimían mi tráquea con demasiada fuerza impidieron que mis cuerdas vocales obedecieran.
Eren acercó su boca a la mordida que me hizo y la besó. Mis lágrimas se intensificaron. Un gran remolino de asco se acentuó en la boca de mi estómago. Esto era demasiado. Él estaba tocándome sin mí permiso y ahorcando en el proceso. ¡Odiaba mi debilidad! ¡Odiaba que un hombre fuera más fuerte que yo! ¡Lo odiaba a él! La punta de su lengua trazó el contorno y luego lo sentí succionar. Me removí, juro por mi vida que me removí, pero no logré nada.
Finalmente me soltó y pasó su pulgar por el labio inferior. Tenía las mejillas ligeramente ruborizadas, lucía excitado, satisfecho. Me dio asco mirarlo. Lanzó la blusa a mi dirección y ésta terminó en mi cara, no me atreví siquiera a quitármela. No deseaba verlo.
—A partir de ahora me perteneces, Dess. Pobre de ti que te relaciones con otros hombres que no sean yo. Créeme que no tolero ver como tocan lo que es mío.
¿Lo que es suyo? ¡Por favor! Yo no era un objeto que pudiera poseer. Esto rayaba en lo absurdo. ¡No lo conocía! Y aunque lo hiciera jamás me fijaría en alguien tas déspota y abusivo como él.
Desgraciadamente no pude refutarle como hubiese querido porque mi garganta escocía y yo tosí muy fuerte. Me coloqué mi playera y lo pasé de largo, él no me detuvo.
Corrí con todas mis fuerzas a los sanitarios para quitarme la sensación de su boca y lengua en mi piel. Busqué una servilleta de papel y tallé duro, lastimándome en el proceso. Carmesí salió de mi herida y solo lloré con rabia. Busqué una bandita en la falda de mi uniforme, yo siempre las cargaba porque a veces me mordía de más las uñas y llevaba el cuerito por lo que eventualmente sangraba. Así que eran cómodas y accesibles. Me coloqué un par sobre donde más salía sangre y luego salí a rumbo a mis clases.