DESSIRÉE:
Las miradas que obtuve durante el resto del día tras semejante verborrea innecesaria y falsa, me obligaron refugiarme bajo las gradas de la cancha donde jugaban rugby. Me sentía un payaso, una verdadera burla ante todo el alumnado del Colegio Comunitario de Tevsil. ¡Y todo era su maldita culpa! ¡¿Qué demonios le hice para que me tratara así?! Dudaba que fuera por su playera arruinada con mi chocolate caliente. Algo había, algo estaba impulsando a Eren a ser así conmigo. ¡¿Pero qué?!
Lo odiaba, en serio que lo odiaba con todas mis fuerzas y ansiaba estrellarle una piedra en los dientes, tumbárselos uno por uno y verlo desangrarse. Ansiaba tanto verlo suplicar porque lo dejara en paz. ¡Oh como deseaba herirlo! Humillarlo como él lo había hecho conmigo.
Y estaba mal. Tener estos pensamientos intrusivos de querer dañar a otro humano, por más que se lo mereciera, estaba mal. Yo no era así, jamás te regresaba el mal trato, no era del tipo que usaba la misma piedra para herir, siempre había sido pacifica, tranquila, no buscaba pleitos y no los ocasionaba. Pero todo se salió de lugar. ¡Ni siquiera me reconocía!
Eren Morgan tenía la culpa de que mi instinto bestial despertara. Y yo, claramente, no ansiaba tener aquellos instintos. Era mejor que eso. Claro que sí.
—Hazlo —soltaron de repente. Me sobresalté de manera violenta y mis ojos enfocaron al chico que tocaba la batería en su banda.
—¿Quién demonios te invitó a este lugar? —gruñí a la defensiva y rápidamente vi tras él para ver si venía solo. No me apetecía mirar a ese chango.
—Está en clases, puedes estar tranquila.
Cielos. ¿Este quién se creía? ¿Cómo estaba leyendo mis pensamientos? Dios, yo me estaba volviendo loca y todo por culpa de Eren. Claro que los humanos no leían pensamientos, eso solo ocurría en la literatura, con los vampiros.
—Espero tengas una buena excusa para acercarte a mí.
—En realidad no. —El chico tomó asiento a mi lado, se cruzó al estilo indio y sacó una cajita roja de metal de su bolsillo del colegio. Eran chicles. Me ofreció una y negué. Ve tu a saber qué clase de sustancias tendría esa goma de mascar—. En nombre de mi amigo cavernícola, quiero pedirte una disculpa. Él a veces se pasa de cabrón y por más que le decimos que ya no lo haga, no nos hace caso.
—Un cabrón hablando de otro cabrón. ¿No te parece algo hipócrita? —lo enfrenté con la mirada más dura que tenía. El chico soltó una risita melodiosa, inofensiva. No bajé la guardia.
—¿Puedo saber qué te hice para que me catalogues como un cabrón?
La amabilidad en su tono rayaba en lo desconcertante. ¿Qué buscaba de mí? ¿Engañarme para burlarse? Desconfíe, claro que desconfíe de él y no me sentía ni un poquito culpable.
—Ni tú ni tus otros changos hicieron algo cuando el carnívoro de tu amigo me mordió. ¡Solo se burlaron de mí! ¡Dejaron que abusaran de mí frente a sus malditas narices! ¡Ni los perros son tan desleales!
—Bueno, no te debemos lealtad, Dess.
—Pero al menos debieron tener empatía.
Estaba furiosa. Cada que recordaba la noche anterior mi rabia incrementaba a niveles sobrenaturales que me asustaban. Antes de él yo no era de enojarme tan fácilmente, siempre había tenido bajo control mis emociones, pero tal parece que la mordida infecciosa de Eren me trastornó en cuestión de horas. Y lo odiaba. Ni siquiera habían pasado 24 horas y su presencia ya me estaba afectando con demasiada celeridad. Eso no era normal. Él no era normal.
El baterista de ETD me observó por eternos minutos, mordía su chicle con estruendo, hacía bombas y las tronaba con más ruido. En su última bomba se la estrellé con mi mano. Él abrió sus bonitos ojos verdes en asombro. Le gruñí, impaciente.
—Ahora entiendo por qué se llevan como perros y gatos —soltó burlón y me troné los dedos. Si continuaba burlándose le estrellaría mis puños. El chico se puso pálido cuando miró la acción de mis manos y tragó saliva—. Si no hicimos nada fue porqué iba contra las reglas.
—¡Regla la que me llega cada mes! —grité agresiva y él pegó un respingo—. Lo que ustedes hicieron se llama complicidad y puedo meterlos a la cárcel. ¡Me tocó sin mí consentimiento! ¡Me marcó la piel como si fuera un animal! Yo no soy un animal de granja que puede herir solo porque le divierte. ¿Y lo que hizo hoy? ¡Cielos! Eso raya en lo ridículo. ¡Es acoso! Todo lo que él ha hecho en menos de 24 horas es acoso y se paga con cárcel.
Mi respiración y pulso eran un caos. Estaba alterada, sentía una ráfaga de furia adueñarse de cada vena de mi cuerpo, de cada poro de mi piel. Sentía un calor exacerbado y el dolor en las mordidas que me hizo ese imbécil ardían con más fuerza. Me sentí asfixiar, por ende, quité mi playera y quedé solo en sostén. No me importó que él me viera. Necesitaba aire fresco, tal vez así me calmaba.
—Oye yo... l-lo siento. No pensé que te fueras a poner así por eso. —El baterista titubeó y no podía creer su cinismo. ¿En serio no tenía sentido común?
«Entiéndelo, está demente».
Sí, ni como refutarte.
«¿Lo ves, gata? Tan fácil que es llevarnos bien».