Encuéntrame a las 12
El despertador sonó a las 5:30 de la mañana. Abrí los ojos con pereza y lo apagué antes de que despertara a Alejandro, que seguía durmiendo profundamente a mi lado. Miré al techo por un momento, recordando la cena de anoche, la risa de Jun, y sobre todo, la conversación con Ángel en el balcón.
Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro. Me levanté con cuidado para no despertar a Alejandro y me dirigí al baño para darme una ducha rápida. Mientras el agua caía sobre mi cuerpo, intenté calmar los nervios. Era ridículo sentirse así por ver a alguien en el colegio,con el que probablemente no tenía ninguna oportunidad pero no podía evitarlo.
Salí de la ducha y me vestí: pantalón gris, camisa oversize blanca, con un dragón rojo en la espalda. Me miré en el espejo mientras intentaba domar mi cabello rebelde (cosa que rara vez hago). Por alguna razón, hoy quería verme mejor de lo habitual.
—¿Por qué tanto arreglo? —La voz adormilada de Alejandro me sobresaltó.
Me giré para encontrarlo apoyado en el marco de la puerta, con el pelo revuelto y los ojos entrecerrados por el sueño.
—¿Te desperté? Lo siento —respondí, evadiendo su pregunta.
—No respondiste —insistió, frotándose los ojos—. Son las seis de la mañana y estás frente al espejo como cuando ibas a audiciones para la sesión de fotos.
Solté un suspiro.
—Hoy veré a Angel
Alejandro sonrió, repentinamente más despierto.
—¡Ah! Tu enamorado —exclamó con picardía—. Ahora entiendo por qué llegaste anoche con esa cara de idiota.
—No tenía cara de idiota —protesté, tenia un muuy leve sonrojo
—Claro que sí —se burló, acercándose para desarreglar mi cabello recién peinado—. Y ahora estás sonrojado. Esto es serio.
Aparté su mano con un manotazo juguetón.
—No es para tanto. Solo vamos a almorzar juntos en el recreo.
—¿Primera cita? —preguntó con las cejas alzadas.
—No es una cita, tarado —respondí, volviendo a peinarme—. Apenas nos estamos conociendo.
Alejandro me observó con una expresión que claramente decía que no me creía.
—Como digas —concedió finalmente—. ¿Quieres que te prepare el desayuno mientras terminas de arreglarte?
—¿Harías eso? —pregunté, sorprendido. Alejandro no era precisamente madrugador.
—Solo porque quiero todos los detalles de tu "no-cita" después —respondió con una sonrisa, dirigiéndose a la cocina.
Mientras terminaba de arreglarme, escuché a Alejandro moverse por la cocina, tarareando alguna canción. Siempre era así: nos burlábamos constantemente, pero siempre estábamos ahí el uno para el otro y agradecía mucho eso.
Desayunamos juntos, huevos revueltos y tostadas que Alejandro había preparado, mientras él me contaba sobre las últimas cartas que había recibido de su misterioso D.
—Y el viernes pasado llegaron dos—dijo, masticando su tostada—. Esta vez hablaba sobre un libro que ambos habíamos leído, pero lo extraño es que mencionó detalles de mi vida que no sé cómo carajo sabe.
—¿Crees que sea alguien de nuestro salon? —pregunté, intrigado.
—Podría ser —respondió con un encogimiento de hombros—. Pero ¿quién se tomaría la molestia de escribir cartas cuando puede simplemente hablarme?
—Alguien tímido, tal vez —sugerí—. O alguien con el que te llevas mal.
—Sea quien sea, tiene una letra preciosa —comentó con una sonrisa soñadora—. Y por cierto, hablando de misterios, ¿cómo es que nunca habías visto a Ángel en el colegio si ambos van al Einstein?
—Es de un grado superior —respondí—. Y ya sabes que paso la mayor parte del tiempo me la paso dormido o escuchando musica. No tengo batería social para andar socializando.
—Excepto conmigo y el grupo—replicó.
—Son diferentes —dije sinceramente—. Son cómo mis hermanos.
Alejandro sonrió, una de esas sonrisas genuinas que rara vez mostraba a otros.
—Cursi —comentó, pero pude ver que mis palabras le habían llegado—. Ahora vámonos, que no quiero llegar tarde a la primera clase.
Salimos juntos del departamento y nos separamos en la esquina: él hacia su casa para cambiarse y yo hacia donde puse la Moto.
—¡Mándale saludos a tu novio! —gritó antes de alejarse corriendo, evitando el golpe que intenté darle.
—¡No es mi novio! —respondí, consciente de que algunas personas se giraron para mirarme.
Con un suspiro resignado, me subí a la moto y me tomé una pausa, intentando controlar los nervios que crecían conforme se acercaba la hora de ver a Ángel.
—De todas formas tengo que esperar al recreo...
El Colegio era un caos, como siempre. Los pasillos llenos de estudiantes que iban y venían, el ruido de las conversaciones mezclándose con portazos de taquillas y risas ocasionales. Me dirigí a mi primera clase, Literatura Universal, donde sabía que Camila estaría esperándome, junto a Alejo y quizá Maia si es que no falto hoy.
Como lo esperaba, Alejo no llegaba todavía pero Camila ya estaba en nuestro asiento habitual, con su cabello perfectamente peinado en una trenza y una sonrisa brillante que se amplió al verme.
—¡Nathan! —exclamó cuando me senté a su lado—. ¿Dónde estabas ayer? Te llamé pero no contestaste.
—Estaba ocupado —respondí, sacandome los audífonos—. Fui a cenar a casa de un... amigo.
Camila me miró con curiosidad, sus ojos marrones brillando con interés.
—¿Un amigo? —repitió con tono incrédulo—. Tú no tienes "amigos" fuera de nosotros.
—Bueno, ahora sí —respondí, ligeramente irritado por su suposición, aunque tenía razón.
—¿Y cómo se llama este nuevo amigo? —preguntó, inclinándose más cerca con curiosidad.
—Ángel Jeon —dije—. Es el hijo de mi jefa en el restaurante.
Camila abrió mucho los ojos.
—¿Ángel Jeon? ¿El de 12°? ¿El que juega básquetbol?
La miré curioso.
—¿Lo conoces?
—Todo el mundo lo conoce, Nathan —respondió como si fuera obvio—. Es uno de los mejores jugadores del equipo, aunque es bastante reservado. El logro que el equipo del señor Harris logrará ganar partidos de manera consecutiva después de años.